(16) Un espetón.

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Al día siguiente, Julia apareció por la cocina pasado el mediodía. Había dormido de sobra tras el ajetreo de la noche anterior. Como Kail y Lauder se habían marchado al hipódromo a primera hora de la mañana, nadie había solicitado sus servicios. La casa se presentaba extrañamente solitaria.

Heidi tampoco estaba.

Según Marla, Heidi había partido la misma noche que ellas se pelearon a brindar servicio en otra casa. Pero Julia no dejó de sentirse culpable por su presurosa partida.

-No te preocupes, querida. Así funcionan las cosas aquí. Esta noche vendrán a la casa dos muchachas nuevas, que trabajarán para el señor durante un tiempo. Yo seré la encargada de entrenarlas, de enseñarles a manejarse en la cocina y de servir una mesa usando los buenos modales que se utilizan en las clases altas –le contó Marla mientras deshuesaba un pollo para la cena.

Julia observó la agilidad que tenía el ama de llaves para separar la carne del hueso usando una fina navaja. El arte culinario era algo que ella jamás había aprendido, pues en su pueblo no hacía más que pelar semillas y hervir verduras.

-Aunque no lo creas, es muy difícil encontrar buenas sirvientas –siguió diciendo Marla-. Luego del entrenamiento, estas muchachas serán capaces de cocinar un banquete para 200 invitados, o un plato oriental para dos personas. Sabrán colocar y clasificar los tenedores y las cucharas, y podrán catar el vino ideal para servir con carnes o pescados. Caminarán con una postura rígida, con las manos cruzadas en la espalda, no meterán el dedo en la salsa y dirán "sí, señor", "no, señor". Cuando estén preparadas, el señor Heist les buscará el mejor contrato posible entre el círculo selecto de sus clientes.

- ¿Las venderá al mejor postor? -Julia puso cara de asco.

Sabía que los caballos de Kail se compraban y se vendían. También las prostitutas que trabajaban en el hipódromo. Pero, ¿sirvientas?  Sin dudas el señor sabía generar ganancias con todo lo que tocara. Si así eran las cosas, pues bien, seguramente ella jamás estaría bien cotizada.

Esa noche el señor llegó arrastrándose de cansancio. Estaba tan agotado que ni siquiera tenía ganas de provocar a Julia. Había sido un día agitado, más allá de haberse despertado temprano y con resaca. Por eso partió directamente hacia su dormitorio sin dejarse ver. ¿Por qué tenía que sentirse decepcionada?

Lauder entró a la cocina con las dos chicas nuevas, ambas tenían 15 años, una se llamaba Luisa Ponte, y la otra Ana Brum. Sus rostros cansado y desmejorados denotaban que venían de muy lejos. Una de ellas tenía una mancha pardusca en la mejilla, registro de un viejo golpe que había recibido.  Bastaba un golpe de vista para saber que eran de la clase más humilde: los harapos que llevaban por ropa, las sandalias casi sin suela sostenidas por cuerdas, las uñas rasgadas y sucias.

Julia se preguntó si ella había tenido el mismo aspecto... y si todavía lo tenía. ¿Y desde cuando se preocupaba por su aspecto?

A Julia le hubiera encantado recibirlas, mostrarles la casa cuarto por cuarto y las camas que ocuparían, contarles acerca de las personas que vivían allí y preguntarles de dónde venían, si tenían familia o hermanos, y en qué circunstancias habían terminado en manos de Heist. Pero Marla fue más rápida que ella, y apenas permitió que intercambiaran sus nombres. Inmediatamente se las llevó aparte para darles un baño y cambiarles la ropa. Como para asegurarse de mantenerla alejada, había dejado a Lauder custodiando la cocina.

El chofer se sentó en la mesa frente a un suculento plato de ravioles rellenos de ricotta, bañados en una riquisima salsa cuatro quesos. Aunque no tenía hambre, Julia se sirvió un poco y se sentó a la derecha del hombre para acompañarlo en la cena.

Las Runas de JuliaWhere stories live. Discover now