(14) Un Mustang.

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No había visto a Kail desde... (el incidente en la bañera). Nadie le había pedido que hiciera nada desde entonces, y su excusa del dolor de muñecas sirvió para que la dejaran toda la tarde en paz. Realmente quería postergar todo lo posible volver a encontrarse con él. ¿Cómo iba a hacer para mirarlo a la cara?

Tal vez él no se hubiera dado cuenta. Pero ella era consciente de que había... respondido al... (incidente en la bañera), y se le retorcían las entrañas de vergüenza.

Claro que no podía esperar que él desapareciera para siempre, aunque era una bonita ilusión.

El señor llegó cuando el sol se ocultaba y Marla tuvo que insistirle para que se presentara en su estudio.

-¡No quiero ir, Marla! Lustraré los pisos de toda la casa, contaré la vajilla otra vez, la ordenaré por peso, remendaré las cortinas usando una hebra de paja, si quieres, pero no me mandes a su estudio... -suplicó.

-Oh, yo sería incapaz de mandarte a nada, querida. Es el señor Heist quien lo ha pedido, y eso haremos –contestó pacientemente Marla.

-¿Pero por qué? ¿Por qué tengo que ir yo? - insistió, mientras tomaba con brusquedad la bandeja conteniendo la cena.

Giró vertiginosamente con la bandeja en las manos, como un huracán que cambia de rumbo, resignada al fin. Pero se encontró con Heidi de frente, y al querer evitarla, la bandeja perdió el equilibrio y todo su contenido cayó al piso, el plato hecho añicos, la fuente con sus asas partidas, y los cubiertos repiqueteando por debajo de la mesa. El suelo quedó alfombrado de caldos, verduras y trozos de carne.

-¡Mira lo que has hecho, inútil! –Gritó Heidi- ¡Vuelve al antro de donde viniste porque aquí no sirves para nada!

Por unos segundos no la escuchó. Julia estaba observando el desparramo de comida con desesperación, sabiendo que la mayor parte de aquel banquete iría a parar a la basura. Inmediatamente se agachó para recoger lo que podía ser salvado.

-¿Por qué no lames el suelo, muerta de hambre? –dijo Heidi, avalentonada al ver que la otra no reaccionaba.

Julia levantó la vista hacia ella y la apuntó con el dedo índice.

- ¡No te atrevas a retarme, sierva cobarde, o la pagarás cara! –amenazó.

-¡Pues yo no te tengo miedo, puta mugrienta! ¡No eres nadie!

Heidi estaba por dar un paso atrás al lanzar la última frase pero Julia se le adelantó y la tomó por el tobillo, haciéndola trastabillar y caer contra la mesa. Por poco no cae al piso que estaba regado de trozos de porcelana.

Alicia, la otra sirvienta, ayudó a Heidi a enderezarse mientras Lara se agachaba rápidamente y seguía recogiendo los pedazos del suelo, más para tener algo que hacer que por verdadera preocupación. Julia se levantó de un salto, decidida a continuar con la reyerta, y la suave voz de Marla, llamándolas a la paz, quedó ahogada entre tanto revuelo.

-¡No soy ninguna puta! ¡Como tú, yo te he visto bailar para esos borrachos depravados, Heidi, sé quién eres!

-¡Ramera, como tu madre y tu hermana! ¡Putas de taberna! ¡Y solo para eso sirves, Julia!

-¡No volverás a hablar de mi madre, Heidi! ¡Te arrancaré los dientes!

Lauder interfirió entre las muchachas poniéndose en medio y separándolas con los brazos extendidos.

-¡Atrévete a tocarme, Julia, y juro que te mato!

- ¡Vamos a ver quién mata a quién!


Las Runas de JuliaWhere stories live. Discover now