Dilemas de una cabeza Capítulo XVIII

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—Odio a esos revoltosos —dijo Pharris empezando a guardar sus objetos.

—Me dijeron que desde mañana ya no los mataremos —contestó Lilpo.

—¡¿Por qué?! —chilló Pharris.

—Eso podría alentar a más luchas —dijo Lilpo encogiéndose de hombros—. Sabes que al Lord Obligador no le gusta usar violencia cuando se trata de reprimir a la multitud.

—Puedo contar, al menos, una docena de veces que hicimos justamente eso —le contradijo Pharris.

—Es extraño —dijo Lilpo rascándose la barbilla—. Pero no es lo único.

Miró hacia los costados y luego se levantó. Estaban en una pequeña habitación, en una casa en los suburbios de Loria.

—Te puedo asegurar que estamos solos —dijo Pharris con tono cansino.

—Nunca se sabe —dijo Lilpo.

—Somos acusadores, las personas nos tienen miedo —suspiró Pharris.

—Son tiempos tan raros —dijo Lilpo sentándose—. Lo que escuché de algunos sacerdotes es que, Benictus está juntando a los líderes de conventos, al parecer quieren juntar al Consejo.

—¿Para echar al Lord Obligador? —preguntó Pharris con interés.

—Eso se dice —dijo Lilpo cubriéndose la boca para hablar—. No sé el motivo, pero el Lord está recibiendo cada vez menos apoyo.

—Su cabeza depende del Día de la Ascensión —dijo Pharris con una sonrisa—. ¿Por qué no matar a los revoltosos?

—Se me hace algo infantil, pero creo que es para molestar al Sumo Sacerdote —dijo Lilpo.

En otra situación, a Pharris aquello le parecía gracioso, pues compartía el humor sangrante del señor Acónito, pero poner en juego la integridad de la Sagrada Institución por algo tan banal era un insulto.

—También quiero que lo echen —dijo Pharris.

—Será mejor que cuides tus opiniones —le dijo Lilpo—. Ni siquiera nosotros estamos seguros.

. . .

Asdras y Salina miraban el mapa, mientras Boulus regresaba con dos tacitas de té. El falso profeta se las pasó a sus amigos.

—Tenemos varias opciones para entrar a Loria —dijo Boulus—. Aunque las ideas que se me ocurren son las mismas, ingresar por cualquier puerta, aprovechando que mucha gente cruza por ahí.

—¿Funcionará? —preguntó Asdras.

—Necesitaremos pasar muy desapercibidos —dijo Salina.

—Solo habrá unos cien caballeros en cada puerta —dijo Crisanta a lo lejos—. Yo digo que lo intenten.

—Tiene razón —dijo Boulus dando un sorbo a su té.

—Puedo abrirme paso —dijo Asdras.

—Y te caerán todos los caballeros —dijo Boulus—. Y cuando digo todos, no solo me refiero de caballeros dorados y demás, hablo de los distintos tipos que forman a los conventos, no creo que puedas contra los lengua de fuego.

Asdras apretó su puño y se sentó en el suelo.

—Necesitamos escabullirnos sin que se enteren —dijo Boulus.

—Si no decías eso, el tonto y la puta no se daban cuenta —se burló Crisanta.

—¡Qué pesada eres! —le gritó Asdras.

Devuelve mi CabezaWhere stories live. Discover now