Diamante

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En la celda. En la pequeña celda en la que ahora me dedicaba a esperar a mi abogada. En la celda que me recordaba cada vez a una de esas mazmorras de la edad media. No deberían de limpiar aquella comisaría. A ese pueblo le hacia falta un cambio urgente, y ese cambio sería yo. 

Allí estaba, con el miedo sobre mi piel. Con la mirada vacía, los ojos heridos y la mente llena. Todo en lo que podía pensar era en Luccio, en lo que fue y lo que no. Lo que hizo y lo que no. ¿Porqué estaba por esos callejones? ¿Porqué me había preparado un picnic? ¿Porqué se había puesto a correr? ¿Porqué? 

Solo preguntas sin respuestas. Solo la vida y el tiempo podría responderlas. Y llegarían. Pero mientras tanto, un avance que no esperaba encontrar. Esos ojos, oscuros sin siquiera un alma en ellos. Esos ojos, que quizás querían salvarme, o quizás joderme. Y a decir verdad, con esos ojos cualquiera puede dudar.

Son las palabras, las dos palabras que sus labios pronunciaron. Las que me dejaron con el cuerpo envuelto en miedo. Luccio, era mi mayor temor, pero también el mayor misterio. Escondía verdades y contaba mentiras. Pero era Luccio, aquel a quién creía proteger. Aquel el que ahora estaba envuelto en estas movidas. 

Y cuándo todo estaba perdido, todas las mentiras cubiertas, una luz deslumbró las rejas. Angelina estaba aquí, con su capa roja al igual que sus labios, ahora teñidos. El sonido de sus tacones, negros y potentes en sus pies. Ahora me miraba, dispuesta a la verdad. Y yo, lista para mentir. Nos quedamos un rato sentadas, mirándonos la una a la otra, esperando a la valiente que lo afronte.

-Voy a declararme culpable.- Dije, y ella frunció el ceño.

-No. No vas a hacer nada. Yo soy tu abogada y quiero ayudarte.

-No me ayudas así.

-Tú a mí tampoco.- Alcé las cejas.

-¿Debo ayudarte? Tan sólo quieres ganar el caso en este misero pueblo, dónde nadie te reconocerá. Mientras que yo, estoy cubierta de mierda hasta el cuello y no quiero implicar a nadie más. Y lo mejor es cumplir mi promesa.

Y me rompí. Me rompí en tantos trozos que ni una eternidad podría juntar. Me rompí hasta que estallé de dolor. Me rompí hasta que ni en más piezas puedo quedar. Me rompí. Y no lo pude evitar. El llanto vino seguido del dolor y el enfado. Pero no era suficiente, nada lo era para calmar mi dolor. Nada pudo repararme. Y me enterraron, pues estaba muerta en vida.

-No vas a declararte culpable y puesto que tú no lo ves, hay posibilidades.-Arqueé las cejas.- Y sin implicar a nadie.- Añadió. Y yo asentí con la cabeza, con la mirada baja, apenas podía abrir los ojos.

-¿Posibilidades? No me importan las posibilidades, quiero acabar con esto.

-¿Acabar? No. No quieres acabar con esto y no lo harás. Te diré lo que quieres. Quieres que alguien te salve el culo, porque tú sólo lo empeoras. 

-¡Quiero morirme! Le he arruinado la vida a todo el mundo. Y tú. -La señalé con los ojos llorosos abiertos al máximo, mientras estallaba como un volcán.- Tú. No sabes nada. No sabes lo que es estar sola. No sabes lo que es tener que defender a cualquiera que se cruza en tu camino y sentirte culpable al no hacerlo. No sabes lo que es el estar exhausta, exhausta de todo y de todos. Y al estarlo, tan solo los golpes pueden mediar. No sabes lo horrible que es no poder hablar. No sabes lo horrible que es no poder llorar, que ninguna lágrima caiga por tu rostro. No sentir, no sentir nada y a la vez todo. No lo sabes. No. Porque tú no eres yo. Y yo no soy tú. Porque cada persona tiene sus guerras. Y yo, me he creado mis propias, y soy culpable. La única posibilidad que cabe en todo este caos es acabar con la causante. Y sin mí, vencerás.

Y respiré. Respiré de nuevo después de todo ese largo grito que se llevó parte de mí con él. Ella me miró, parecía sorprendida, al igual que yo. Pero yo me sentía vacía. Pero era un vacío de los que necesitaba, aquel que me daba por fin aquel respiro. El descanso de tantas cosas sobre mis hombros. Me sentía libre.

-Tienes razón. Pero debes vivir. Una vida es el mejor regalo y no sé lo que has hecho ni me importa, pero si te digo que debes vivir, me harás caso.- No cedía. Y quizás era lo mejor.

-¿Has venido solo para decirme eso?

-He venido para decirte que tienes coartada. Luccio, tu amigo me la ha confirmado y también Brina y otros del bar al que fuisteis. Aunque es diferente a lo que me constaste.- Fruncí las cejas. ¿No estábamos en casa?- A esa hora, afirman que estuviste con ellos, en una fiesta. Así que es posible que hubieras consumido algo que te hizo olvidar.

Todo sonaba raro. Como manipulado. Y ¿Brina? ¿Quién era Brina? ¿Y porque me estaba ayudando? Aunque no sabía con certeza dónde había estado. Quizás si que había ido de fiesta para ahogar las penas.

-No me acuerdo de nada, ni siquiera de la fiesta. Sólo sé que por la mañana estaba en la casa de Luccio.

-¿Crees que no estuviste en la fiesta?- Insinuó. 

-A decir verdad, no lo sé. Quizás estaba sometida a otros efectos.- Nos miramos fijamente durante un tiempo. Y aguanté, porque tal vez si quería librarme de esto. Tal vez si debía vivir. Tal vez tenía que mentir.

-No se te hicieron pruebas. Y no creo que te las hagan ahora. Contamos con la ignorancia del pueblo. Tienes suerte de que te hallan pillado aquí.

-Suerte hubiera sido no acusarme.

-Encontraron tu huella en una cuerda.

-¿Cuerda?- Pregunté, pues no sabía de la existencia de una cuerda.

-Sí, lo asfixiaron con una cuerda. Y tus huellas estaban sobre ella. Una prueba bastante evidente como para mandarte a la cárcel, ¿no crees?

-Quizás, sí. Pero no fui yo.- Y caí en la cuenta de que podría ser la misma cuerda que sostuvo uno de sus matones para hacerme lo mismo a mí. Sólo esa tenía mis huellas.

-Pensaré así. La fiesta en la que se os vio a esa hora estaba bastante lejos de el lugar del asesinato. Justo en el bosque, y debes estar tranquila no se encontraron más huellas que las de la cuerda. Pero, ¿Cómo llegaron tus huellas allí? Será difícil ganar y demostrar tu inocencia, pero lo haré. Así que no pienses más, porque te necesito viva. 

Se levantó de la silla. Me lanzó una mirada confidente al hacerlo. Pero yo aún no estaba lista. No. Faltaba algo. Y ahora sí tenía fuerzas, fuerzas para continuar, fuerzas para ser de nuevo libre. Confesar todo lo que necesito para hacerlo. Aunque todo a su debido tiempo y momento.  Y este era el adecuado.

-Debo decirte algo.


No fui yoWhere stories live. Discover now