Fuego

22 2 0
                                    

Matteo se acercó a mí creando más tensión entre nosotros. Deseaba largarme de allí, correr, correr e ir a pedir ayuda. Lo único que hacía era pensar en Luccio. En su ojo que había perdido su vivo brillante y dejaba un leve tono rojo tirando a burdeos a su alrededor. En su nariz por la cuál brotaba cada vez más sangre al expirar, en sus labios que tomaban el contorno rojo personalizado por la sangre. En como caía al suelo y los demás lo levantaban, inconsciente. Solo podía pensar en cómo evitar algo más grave. Mientras Matteo se acercaba más a mí hasta llegar a tocarnos yo dirigí mi mano a mi bolsillo escondido en mis pantalones. Pero hasta que lo conseguía, intenté pasar desapercibida, imitando el papel de niña buena, que solo sabía gimotear. Pero llegué a obtener ese objeto no muy afilado en mi mano derecha y sin más remordimientos lo clavé en su costado con la fuerza de un tigre, o de un elefante porque lo derrumbe con tan solo apartarle para poder llegar hasta un Luccio que estaba tumbado y siendo golpeado por los otros dos. Estaba quieto, sin un ápice de fuerza. Y entonces me encendí, quizás cuando me vieron podrían ver la furia en mis ojos, y el fuego que soltaba cuando les golpeaba. Perdí el sentido y me encontré golpeando sin parar al más fuerte de los dos, acorralado, juntando sus palmas a sus rodillas. Paré, solté un grito de alivio. Mientras el otro me miraba con terror, pero no hizo nada, tan solo correr. Observé a mi alrededor, Luccio.

-¡Luccio! !Despierta!- Lo zarandeé a modo de respuesta. Nada. Nada de nada. Se hizo el silencio. Esperé y esperé. Muerta de miedo mientras escuchaba los gemidos de Matteo, el que le había apuñalado con mis llaves. No sabía que había pasado conmigo, había sido despiadada, había perdido la conciencia y solo podía golpear, furiosa. Y hasta yo me temí. Al ver que Luccio no respondía me dirigí hacia Matteo, todavía gimoteando al igual que el más fuerte de sus ayudantes. Cogí la bolsita que contenía el polvo blanco y para callarlo lo vacié en su boca. Tras unos minutos al fin calló.

-¡Monstruo!- Dijo el otro ayudante cuando se fijó en lo que hice. Aún furiosa y con la cabeza dándome vueltas me dirigí hacia él.

-¿Tú también quieres un poco?- Volvió a encerrarse entre sus rodillas al verme llegar hacia él.

-¡No, no me hagas daño por favor!

-¡Y tanto que quieres!- Le propiné un puñetazo en su rostro, luego otro y otro y otro y otro. Hasta que de su rostro no se podía diferenciar sus ojos de su frente o siquiera de su nariz, todo estaba cubierto de sangre. No era yo, aquella que golpeaba sin parar, aquella que le parecía todo y todos un saco de boxeo en los que ahogar las penas y un buen momento para hacerlo. No fui yo, en aquel momento no podían culparme, porque no era yo. Quizás tenía algunos problemas pero estaba segura de que esa no era yo.

-¡Blanca!- Gritó como pudo entre el dolor.

-Luccio.- Me volví hacía él y lo agarre fuerte de la mano para ayudar a incorporarse.

-¿Que te han hecho? ¿Estás bien?

-Sí ,no me han hecho nada.- Afirmé, pues había puesto punto final a este acontecimiento. Luccio  recuperó la vista y pudo observar el horrible paisaje que yo había creado en tan solo minutos.

-Blanca, ¿Qué has hecho? - Miró a Matteo, con la boca llena del polvo blanco  y su cuerpo sobre un charco de sangre. Desvió la mirada hacia el otro ayudante que había muerto de miedo. Ahora también sobre un charco de sangre que inundaba su rostro del que no se podía diferenciar ninguno de sus rasgos.

-No fui yo, lo prometo. - Lo prometía porque sabía que esa no era yo, al menos que no estaba mentalmente allí, ¿Y si había sido yo, porque no recordaba nada? Luccio me miraba perplejo, sin creerme y con el miedo entre su piel.

-Blanca, dime que te han hecho 

-¡No me han hecho nada!- Grité

-¿En qué narices estabas pensando?- Señaló a su alrededor, no encontraba explicación para que una joven como yo, tímida, que siempre se había controlado y que no haría daño a ninguna mosca hubiera hecho algo de ese calibre. Pero lo cierto es que no era yo, no fui yo. No fui yo la que decidió apuñalar a Matteo con un único objeto medianamente afilado, no fui yo la que le vació todo ese polvo blanco en su boca, no fui yo la que golpeó hasta matar al otro ayudante, no fui yo. Al menos eso quería creer.

-Luccio, te digo que no fui yo, no recuerdo nada

-¿Entonces quién fue? ¿Un alma atrapada en este baño? - Se podía notar por su tono que estaba enfadado, furioso de hecho. 

-No, no lo recuerdo

-Si no me lo quieres decir está bien. Pero hay que salir de aquí.- Se levantó sin mi ayuda y me tendió la mano para ayudarme. Aún tenía sangre corriendo por sus labios y su nariz. También un ojo morado.- Yo no te juzgo, ¿Recuerdas?- Cogí su mano y una vez más me aferré a ella.

-Pero antes tienes que limpiarte esto.- Dije señalando su rostro. 

-¡No! ¡Hay que salir de aquí! ¡Ya tendremos tiempo de limpiarnos!- Pasó una miradita hacía mí, como yo hice antes, para comprobar que estaba bien.-Aunque veo que tu ya lo has hecho.-

-¡Ven! Sino sospecharán.- Lo agarré con fuerza y con un pañuelo que había en mi bolso (que tiene de todo) negro en la que a continuación guarde mis llaves, también limpias por casualidad.

-¿Sospecharán de qué?- Preguntó esta vez, con una sorpresa mal recibida en su rostro. Me cogió de las dos manos para tranquilizarme.- Escúchame bien, nosotros no hemos hecho nada, ¿De acuerdo?- Dijo mientras daba un ligero toque con la cabeza indicando afirmación que automáticamente me tranquilizó.

Salimos de allí cogidos de la mano, como cuando entramos. Pero esta vez la gente no nos miraba como al principio, dábamos la sensación de dos amigos, dos adolescentes que solo buscaban la diversión. Y ahora éramos como dos asesinos saliendo de la escena del crimen, que nadie tardaría por encontrar.

Yo no quería nada de eso. Yo no quería ser una asesina. Yo no quería escapar como lo hicimos. Yo no quería.

Pero aún así lo hice, corrí aferrándome a Luccio, no deje de cogerle de la mano. Porque era lo que me mantenía en vida, esa mano que me alejaba de esos vagos recuerdos. Y en ese momento, tan solo quería estar con él, el que iba mandado ese mensaje, el que no había corrido de mí, al encontrarme la única despierta en ese matadero, esperando que él se despertara. Él era lo único que tenía y lo único que no quería perder. Así que durante todo el trayecto sombrío por el que me conducía, aunque no veía nada, me mantuve junto a él. Despierta.

Llegamos hasta una cabaña, al menos algo para resguardarnos y poder dormir un poco durante la noche, que ya se nos había hecho encima.

-Bien, ahora quiero que me cuentes con todo detalle cómo has matado a esos dos delincuentes sin ninguna ayuda.

-Luccio te estoy diciendo que yo no...

-Sé perfectamente que fuiste tú, lo vi. 

No fui yoWhere stories live. Discover now