Luz

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-¡Sube! ¡Vamos!- Le dije al ver que se había quedado petrificado. Era imposible conocer que pensó cuando me vio con un coche que evidentemente no era mío. Robado. ¿Pero qué más da? Ya era toda una delincuente y sinceramente no había formas de salvarme. Quizás lograría convencer al jurado de mi inocencia en el caso del asesinato del "jefecito" pero me acabarán pillando por mis oscuros secretos. Él se subió al coche, observando cada detalle. Me miró asustado y temblando. Inmediatamente sentí un amargor de culpa. Todo lo que le había pasado fue por mí. Por mí y por toda esta farsa. Miré hacia atrás, nadie nos seguía. Avancé hasta un callejón sin salida. Nos bajamos del coche al ver el increíble muro que teníamos delante. Lo observamos durante un tiempo mientras alternábamos nuestra mirada entre el muro y detrás de nosotros. Tenía mucho miedo de verme envuelta en una persecución policial. No estaba preparada. ¿Quién lo estaría?

- Venga, salta.- Dijo él mientras me intentaba coger por la cintura para subirme y saltar el muro. Pero no sabíamos lo que había al otro lugar. No tenía ni idea de dónde estábamos, no era mi casa, no había nada.

-No. Acercaré el coche para que nos podamos subir los dos. 

-Aún así, no podrás sin mi ayuda.- Dijo mientras volvía de nuevo a colocar sus manos sobre mi cintura dándome un impulso.

-Ni tú sin la mía.- Le quité las manos y me dirigí de nuevo hacia el coche, aún en marcha. 

-¡Aparta!- Y choqué. No era muy buena conductora, pero ese coche estaba ahora con el morro pegado al muro. Podríamos saltar, sí. Pero uno se quedaría abajo. Yo no tenía la suficiente fuerza para subirlo. Pero ella sí. 

Subí con su ayuda sobre el muro. Intentando estar lo más quieta posible para no caer de aquella fina línea que me sostenía. Venga, ahora tienes que encenderte. Fuego ven a mí. Te necesito. 

Luccio se subió al coche y buscó mis manos para que lo suba, como un niño. Tiré con fuerza cuando las encontró. Aún así, no pude. Me iba a caer yo. Y la caída no sería muy dulce. Pero teníamos que movernos rápido. Podrían volver en cualquier momento.

-No. Déjalo. Es imposible. Escapa tú ahora que aún puedes. - No. Este tío que ha cuidado de mí no va a rendirse. No. Porque lo digo yo.

-A mí me van a pillar por todo lo que he hecho, tú no has hecho algo mucho peor que yo para rendirte ahora.- Y lo agarré con aún más fuerza hasta que subió conmigo sobre el muro. Admiro la caída que nos esperaba y suspiró. Se tumbó y respiró.

-Vale. ¿Y ahora?

-Ahora vamos a saltar.

-Vale.- Suspiró una vez más. Miró al suelo y sin más saltó. Sin más. No se hizo ningún rasguño. Pero yo... Yo me mataría si no pensaba el salto y el ángulo y... No. No más preocupaciones. Y salté.

-Mierda. -Me he hecho daño en la rodilla. Y de ahí ahora brota un hilito de sangre. Sabía que no debía de haber saltado tan a lo bestia. 

-Podría haberte ayudado boba.- Luccio comenzó a reír.

-Yo no necesito tu ayuda, bobo.- Dije marcando con su tono el "bobo". Aunque este tío ya no era un capullo. Se preocupaba por mí. Y también por ella.

Caminamos por el caminito que nos mostraba detrás del muro. Era muy campestre. Quizás estábamos en algún lugar de campo. Igual estos tíos debían de tomarse sus vacaciones aquí. Al aire libre, con el pelo al viento y haciendo buenos picnics sobre la hierba. Quizás cultivar algunos tomates o incluso correr por los campos de trigo por los que estamos pasando. Era un ambiente tranquilo, comparado con el ambiente al que me había adentrado hace tres días. Por fin un descanso. Lo necesitaba después de ser perseguida y ser una asesina al mismo tiempo. Y mientras miraba las mariposas y a Luccio me fui olvidando de lo que de verdad era. Y ahora volvía a ser Blanca. La chica a la que siempre quise. La Blanca que no temía a nada, pero tampoco era una asesina. Era la Blanca que hay entre las dos. Quizás la mejor personalidad de mí. La que tuve cuándo era una niña y la que vuelvo a tener ahora. En la naturaleza. La nostalgia me invade. Lo miro. Él me mira con una expresión tranquila, sin más miedos, sin más complicaciones, sin más secretos. Somos él y yo. Somos Luccio y Blanca.

-¿De quién era ese coche?- Hasta que empezó el interrogatorio.- No, no, no. 
¿Qué hacías con ese coche por las callejuelas?

-¿Es que no puedo conducir?- No quería darle más vueltas al asunto. Pero lo cierto es que no quería implicarlo. Conociéndolo, seguro que él admitiría la culpa.

-Ya... Pero quiero decir...

-¿Qué? ¿Qué no estás acostumbrado a verme conducir? 

-No. Es que no tienes carnet.- Vaya. Otro delito más. Pero es cierto. Yo no tenía carnet. Pero aún así conducía. Las prácticas con mi padre valieron para algo. Ahora era una asesina a la fuga. Genial. Viviría como una proscrita con Luccio.

-Ya. Por eso es más divertido. ¿Te pillarán? ¿Escaparás?- Conseguí una pizca de misterio moviendo las manos a modo de "historia en el bosque encantado" y él rio.

-Bueno, has escapado.

-Ya... ¿Pero hasta cuándo?- Volví a mi negativismo. Ella era así. Y cómo la odiaba. Él torció su sonrisa. Se paró, me cogió de las manos. Y hizo algo que jamás me esperaría estando en su propio pellejo. Sin que nadie lo manejara. Y no pensé. No pensé cuando sus labios rozaron los míos. Tan sólo me dejé llevar. Era cálido y el viento ondeaba mi pelo. Él puso sus manos sobre mi rostro, sobre la mandíbula. Un tacto delicado, tranquilo y todo lo que era Luccio. 

Y al fin, supe que debía borrar ese mensaje. Ese mensaje en el que le decía las diferentes cosas por las que me gustaba. Ese mensaje dónde le enviaba todos mis sentimientos, todos escritos. Con letras, con palabras y quizás algún emoticono. Pero esas palabras, esas palabras que sientes a pleno pulmón, no se sienten por escrito. Los labios debían pronunciar y el viento llevar hacia el otro lado. Porque así funcionan los sentimientos, los pensamos, los pensamos tanto que acaban con nosotros no expresarlos, los expresamos en papel, no sentimos vacíos y es esa, la única forma la que nos llevara al paraíso. La que nos dejara al fin vivir. 

Hablar. Desahogarse. Desquitarse de aquello que sentimos que nos hace mal. Alejarse del "¿Qué pasaría si...?" o del "¿Qué podría haber pasado si le..." y dejar que todo fluya. Y si la cosa sale bien, sigues así. Y si la cagas, la cagas. No importa lo que pasó, lo que pasa y lo que pasará. Y simplemente me dejé llevar.

-Te quiero. Te quiero desde que te conocí.- Dije mientras me daba un suspiro antes de que él retomara de nuevo con sus cálidos besos sobre mi piel. Él paró y me miró, me miró de una forma que le brillaban los ojos. Y nunca los vi así. Tan maravillosos con su tono café que iluminaba el sol mientras me miraba. Se acercó a mí, con su mano sobre mi rostro, acariciándome. Y sonrió. Enseñando de nuevo sus dientes torcidos que la gente criticaba menos yo, a mí me encantaban.  

Porque cuándo te enamoras, te enamoras tanto que tu corazón no deja de palpitar, no hay defectos, no hay nada que no te guste y al instante todo se vuelve vivo y respiras, respiras con él. 

Todo era perfecto. Excepto por el hecho de que nos encarcelarían dentro de poco si no nos poníamos a correr ya. Pero eso era la excepción, el momento que había en nuestros ojos en ese momento era perfecto. Y con eso me quedo.

- Te quiero desde siempre. Quiero estar a tu lado siempre. Quiero que me lleves en tu bolso. Quiero tenerte siempre. Quiero ver todos los amaneceres a tu lado, y también los atardeceres. Quiero renacer contigo. Quiero una vida junto a ti. Y cuándo la vida se haya cansado, quiero reencarnar y pasar otra vida a tu lado. Quiero llevarte a la Luna y quizás a descubrir algún otro planeta. Juntos. Porque el mundo es nuestro, Blanca. Sólo tu y yo. Porque soy tuyo. Siempre  fuiste, eres y serás la dueña de mi corazón. Tú. Y te quiero.

Y me di cuenta que sólo con él sería feliz.

No fui yoWhere stories live. Discover now