Sangre

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¿Pero que narices está pasando? ¿Cómo me ha encontrado este? Y lo más importante, ¿Me iba a ayudar?

-No, Luccio, no me he divertido. O mejor, ¿Te parece a ti que me he divertido?- Serás capullo. Él soltó un suspiro. Y me dirigió una sonrisa de lado.

-A mí me parece que sí. ¡Hombre chica, has estado besuqueándote con el jefe!

-¿Qué? ¿Nos has vigilado?

-¿Acaso importa?- Dijo mientras sonreía mostrando sus dientes torcidos. Y ahora lo veía demasiado claro, Luccio era , sin duda, la representación de la traición. Con sus estropajos de rop
a, en ese coche que seguramente era suyo y no de la banda. Este tío que tengo delante, al que miro con asco, era el único que me habría contado la verdad, con tal de sacarse un poco de dinerito, claro.

-Sí, importa. Pero dime, ¿Quién te ha pedido que me traigas hasta aquí?- Dije mientras señalaba asqueada y temerosa el paisaje.

- Así que quieres más diversión ¿eh?- Dijo mientras se acercaba más hacia mí. Lo empujé.

-Luccio.- Dije con un tono más intranquilo. Un tono que desataría el caos en tal sólo unos segundos.

-Nadie- Bajó la cabeza. Y yo sonreí. Una sonrisa orgullosa. Me acerqué a él, le tomé de la barbilla.

-¿Quién?- Le grité. No me podía engañar.

-Alessandro.- Dijo al fin.

-¿Porqué?

-Tienen a tu padre.- Fruncí el entrecejo y le clavé aún más la mirada.

-¿Qué quieren?

-Venganza.-Respondió él alzando la cabeza y lanzando una mirada llena de furia.

-¿Porqué?- Dije todavía más encima de él. Mi tono se asemejaba a "habla o te rajo"

-¡Ey, ey, tranquila!

-¡Habla!- Grité todavía más fuerte agarrándolo de la camiseta.

-Ya te lo dije.

-¡Otra vez!

-Tu padre mató al antiguo jefe y Alessandro quiere venganza. Os iban a matar a los dos pero antes querían todo lo de la banda, y siendo tú la única heredera íbamos a conseguir mucho pero te largaste y a mí me han mandado a buscarte.

-¿Y qué haces hablando aquí conmigo?

-Contándote el plan y dejando que escapes supongo.- Dijo mientras señalaba el coche.

-Ah, ya. ¿Y porqué?

-No me quedan más respuestas, Blanca.

-Bien. Las llaves.- Dije mientras me sentaba en el coche y esperaba a que Luccio me diera las llaves. Las recibí. Y arranqué, aunque costó un poco. Me giré para volver a mirar a Luccio. Mi enfado se había dispersado.

-¡Nos vemos en el otro lado!- Me lanzó como despedida. Yo estaba centrada en salir de allí lo más rápido posible. Aunque con ese coche tan inusual seguro me reconocerían.

Seguí avanzando sin conocimientos por aquel lugar desconocido para mí, sin recursos suficientes, sola. Pero un pensamiento me invadió. Mi padre. Había dejado a mi padre morir. ¿Qué haría ahora? Lo cierto es que estaba perdida. Literalmente. Tantas calles habían podido con mi instinto de "Explorer". Pero no podría dejar a mi padre solo. Si Alessandro me había mentido, mi padre tan sólo no se cuidó lo suficiente, o quizás aquello sobre los guardias perdidos de Alessandro era una revelación de la situación en la que estaba. Me agarré la cabeza con ayuda de mis manos para pensar. Nada. Absolutamente nada. Nada pasaba por mi mente. Así que decidí hacer lo que mejor se me daba. Cagarla. Di media vuelta con ese coche que me permitió un derrape. Pasé por aquel bosque y ni rastro de nada ni de nadie. Ni siquiera de Luccio. ¿Era esto otra trampa? ¿O de verdad quería ayudarme y los dispersó hacia otro lado? En mi mente sólo estaba el camino. Recordar. Recordar. Y lo cierto es que tuve buena memoria, porque volví al cobertizo. Otra vez. Miré la puerta con temor. Aparqué. Y esperé. Esperé a qué alguien se acercara, pero nada. Miré en la trompa del coche hasta encontrar un arma. Luccio guardaba una pistola. ¿O quizás la preparó para mí? Si fue así, algo malo iba a pasar en cuanto entre por esa puerta. La cogí. Estaba fría, tan fría como mis manos al entrar en su tacto. Miré si estaba cargada. Y una vez preparada salí del coche. Miré a todos los lados como si fuera una niña asustada. Porque lo era.

Despejado, aún no había nadie. Pero, me esperaban dentro. Crucé la calle hasta llegar a la puerta. El olor permanecía intacto y me dieron ganas de vomitar. Pero no lo hice, porque el miedo me mataba. Mi mano temblaba al sujetar la pistola. Cerré los ojos para dejar de temer. Y me concentré en aquella idea, en aquella primera vez en la que mi padre me obligó a disparar. Yo lo hice. Y admito que lo disfruté. En aquel entonces no tenía tanta rabia, pero ahora, ahora iba a disfrutar mucho más cada vez que apretase el gatillo.

Estaba lista. Abrí los ojos y a la vez la puerta. Tenía razón, todos me esperaban. Incluido Luccio que me lanzó una sonrisa brillante, llena de rabia y venganza que me decía cada vez más alto "hazlo". Y le hice caso. A ella. Alcé la mano con la que sujetaba la pistola, puse mi dedo sobre el gatillo y apreté. Disparé hacia todos los lados, sin fijarme siquiera a quién estaba disparando. Pero todos los quejidos y gritos de dolor me invadían. Y disfruté, disfruté como nunca.

Mi mirada aún se dirigía hacia Luccio, que me contemplaba con orgullo. Luccio era sin duda, un alma desecha, rota, artificial. Era él.

Volví a apretar el gatillo aún con la mirada perdida pero esta vez no salió nada. Se había agotado. Al igual que yo. Miré a mi alrededor. Era una asesina. Ahora sí que lo era. Más que eso. Porque los había matado a todos de golpe y sin ningún fallo. Y lo peor, había disfrutado.

No sé en qué me convertía eso. Pero no en algo bueno. ¿Pero que sé yo del bien y del mal? Aún tenía otra arma. Yo. Tan sólo hacían falta mis puños para acabar con Alessandro. No. Se me olvidaba, me hacían falta mis puños y mi rabia.

Él se acercó a mí corriendo. En su rostro había una expresión de terror. Y cuando estuvo lo más cerca de mí, ni me lo pregunté. Me abalancé sobre él, dejándolo caer, sin escapatoria. Inmóvil. Y yo le recetaba mis puños mientras tanto.

-¡Detente! -Consiguió decir. Pero uno de mis puños aterrizó justo en su boca.

-¡Cállate!- Le grité.

-¡Blanca, por favor!- Otra voz. La que me había llamado casi suplicando. Luccio. ¿Y porque? No podía entender. ¿No era justo que lo matara? Pero, ¿Qué es justo y que no? ¿Quién lo define? En esta vida no hay nada justo.

Así que paré. Paré al observar de nuevo el paisaje que tenía ante mis ojos. Todos, absolutamente todos. Inmóviles. Sin aire en sus pulmones. Y un río de sangre que corría frente a mí. Luccio tenía razón, tenía que parar. Pero, ahora debía esconderme. Miré buscando a mi padre, pero en aquella silla solo se encontraban sus ataduras. Había escapado. Con mi ayuda, había escapado de ese terror. Dejé a Alessandro tendido en el suelo. Respirando. Volví junto a Luccio. Y estaba exhausta, pero sin remordimientos. Se había acabado. O eso quería creer. Me apoyé en su hombro y me dejé caer mientras él me agarraba para evitarlo. Me cogió en brazos y juntos, salimos de aquel infierno.

-Ya estás a salvo.-Dijo. Cerré los ojos. Y perdí la consciencia.

No fui yoWhere stories live. Discover now