Océano

6 2 0
                                    

No sabría describir lo que de verdad siento. No sabría porque nunca lo supe. No supe conocer lo que era amor, ni lo que era traición. Solo supe continuar. Continuar sobreviviendo en esta farsa. Pero las sirenas lo hicieron parar. Y mientras Luccio corría, yo intentaba pensar de verdad. Porque fue lo único que hice siempre. Me quedé parada mirando hacia las luces de los coches y su paisaje único. Suponía que ahora era peligrosa. Que había conseguido todo lo que tanto odiaba. Aún así, no fueron a por Luccio. No lo consideraron posible sospechoso, quizás no tuviera tan buena relación con Alessandro como decía. Tal vez lo quería muerto. Y decidí no pensar. No. Convertir lo único bueno que me quedaba en malo era insoportable, así que lo dejé fluir. Como la corriente, como fluye el viento. Y mientras me esposaban de nuevo, todo se volvió negro, mi vista dejó de observar todas y cada una de las luces que emitían esos coches y las sirenas. Y dejé de sentir. Y algo se apagó en mí.



-¿Está bien?

-Lo estará. Ha sido un simple desmayo.

-Bien. Gracias doctor.

Una voz me despertó, contándome sus penas. Al principio me pareció raro, pero en cuanto poco a poco recuperé el oído la sentí familiar, pero aún no profundizaba. En cuanto recuperé la vista, lo vi. A mi lado, mi padre. Aquel que nunca estuvo, aquel que escondía sus drogas bajo mi cama, aquel que incluso llegué a pensar que me quería muerta. Era aquel hombre el que ahora estaba sentado a mi lado, en una cama de hospital, con una muñeca esposada,  que me contaba sus penas. Abrí más los ojos, acerqué mi rostro al de él para comprobar si de verdad lo era. Estaba en lo cierto, mi padre era único, se podría detectar tan solo por el sonido de su triste voz. Él se dio cuenta de que me había despertado. Y yo también. O lo que eso significaba, ya me darían el alta para marcharme. ¿Pero un simple desmayo? Sentía que me había perdido una vida entera.

-¿Papá?

-¡Blanca! ¿Estás bien?- Dijo mientras con sus manos me tocaba la cara y la cabeza.

-Sí.- Le quité las manos de mi cara. No iba a ser tan fácil vivir de nuevo con la mentira.

-Me han llamado. No quiero preocuparte pero...

-¿Quién te ha llamado?- Pregunté preocupada. Siempre le llevaba la contraria.

- No sé porque pero ahora tienes una abogada. Y me ha llamado a mí.- Mierda. Le dije a Angelina que no involucrara a nadie más, lo cuál sería imposible para mí dejar de ser sospechosa. Sí, me amargaría la vida si habrían más pruebas, pero no se las amargaría a nadie más. Sólo a mí. Yo era la única responsable y yo me haré cargo.

Negué con la cabeza. Quizás me quedé unos cuantos segundos en blanco. Pero seguí pensando, ¿Qué voy a hacer ahora? ¿Estaba todo perdido? Debía llamar a mi abogada. Mi padre me agarró de la muñeca que no tenía esposada y me zarandeó un poco al ver que no respondía. Le clavé la mirada.

-¿Estás metida en líos? Si es así yo lo arreglo. Sabes que tengo contactos y...- Lo interrumpí. No podía dejar que hablara más.

-No papá. Yo lo arreglo.

-Al menos dime qué has hecho para estar así.- Señaló la muñeca esposada.

-Es complicado. Aunque pensé que  te lo había dicho la abogada.

-Me ha dicho que necesitas ayuda. - Dijo mientras me tocaba de nuevo el rostro apartándome el cabello. Yo se la quité.

-¿ Y te ha llamado a ti porque eras el único que quedaba en pie, verdad?

-No sé a lo que te refieres, cielo.- Me volvió a acariciar. Me estaba poniendo nerviosa. Me senté mejor (todo lo mejor que pude en esa cama de hospital) y le quité de nuevo la mano. Le clavé los ojos y cogí aire.

- ¿No? Se te daba tan bien ocultar... ¿Crees que fui tan estúpida cómo para no ver las drogas que escondías? Y no lo dejaste. Teniendo una hija que cuidar, no lo dejaste. Sabiendo que te podrías meter en líos. Sabiendo que tu hija podría tener otros problemas para controlar la ira. Sabiendo todo lo que me podrías causar. Y aún así te fuiste. Te fuiste. ¿Y ahora vuelves para "solucionarlo"? Pues ¿sabes qué? No me lo creo. 

-Hija... Yo...- Me dijo intentando acercarse más, pero yo hice lo contrario a él.

-No te atrevas a intentar arreglarlo. No. 

-De algo teníamos que comer, ¿no?- Dijo él con su tono más enfurecido. Como siempre hacía cuando no tenía razón.

-Pero no de eso. Podrías haber encontrado otro trabajo. 

-¿Cuál? Ahora estoy al mando de la banda. Y por eso estamos viviendo tan bien.- Había perdido la cabeza.

-¿Bien? ¿Esto te parece bien?- Me señalé.-¿Escondiéndonos? ¿Haciendo de mí un peón?

-Un día, tú serás la heredera.- Se calmó. Pero yo me enfurecí aún más. ¿Por qué no lo entendía?

-¡No quiero esto! ¡No quiero esta vida!- Exclamé con más fuerza.

-¿Y tú crees que yo la quise? No. Pero no sirvo para nada más. Y era mi única opción.

-No hiciste nada cuando mamá estaba viva. Nada. Tú la dejaste morir.- No debí haber dicho eso. Lo guardaba en lo más profundo de mi alma. Me arrepentí al instante. Pero los labios no pueden evitar el enfado. Y me di cuenta de lo mucho que me conocía Luccio. Ya había culpado a un inocente de mis desgracias. Mi padre bajó la cabeza. Se alzó y me dejó al lado un reloj. Pensé que era alguna artimaña para salir de esta. Podría venderlo. Pero en cuanto lo observé después de que él saliera por la puerta derrotado, me fijé mejor en los detalles. Detrás de las agujas, de fondo, había una foto, pero no era una simple foto. No. Éramos familia. Mi madre, mi padre y yo. Los tres con una sonrisa en los labios. Éramos felices. Todo estaba bien. Se podía ver ese brillo sobre nuestros ojos. En mi rostro apareció una sonrisa, seguida de una lágrima. Y ya está. Nada, ni siquiera el tiempo nos devolvería todo lo que perdimos. Ese reloj, era una muestra de todo lo que pudo ser y no fue. Del tiempo que espera la hora. Del tiempo que nos queda. Del tiempo que perdimos. Y me aferré a ese reloj que se había convertido ahora en lo que más miedo me daba perder, las horas, los minutos, los segundos...  El tiempo.

Y sumida en una mente en blanco total, me quitaron la esposa de la muñeca, me levanté y me agarraron de nuevo de los brazos. Todo era genial. Todo era genial porque mi padre me había dado droga. Droga que inhalé cuándo me llevé al rostro el reloj. Pero estaba mejor así. Me hacía falta un poco de diversión. 

Hasta que entre los pacientes, encontré una cara conocida, una chica con los ojos igual de oscuros que Alessandro, igual de oscura que él. Esa chica que se distinguía fácilmente de la multitud. Aquella chica que me estaba sonriendo ahora, justo al lado de mi padre. Los dos me despidieron con la mano. Sólo que la chica añadió algo que pude leer en sus labios. Dos palabras.

" Luccio miente."

No fui yoTempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang