7. Miradas.

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Kael Benedetti.

Luego de que aquella belleza salida del monte del Olimpo baja de mi camioneta, le mando un mensaje a mi mano derecha y mi guardia de confianza, Rocco.

Dile a uno de los de tu equipo que se haga pasar por conductor de taxi y que más le vale que conduzca bien, o sino tendremos problemas.

Si señor.

Cuando he dado el visto bueno para ver quién será el que se haga pasar por algún conductor, Rocco se sube junto a tres guardaespaldas más y emprende marcha hacia el bar, son cuarenta minutos en todo el trayecto, los cuales parecen eternos, pues quiero ver a la cantante; pero todo cambia al verla bajar de aquel taxi con su vestido y tacones, verla sacar dinero para pagar hace que todo se me estremezca, pues no tiene dinero y eso lo hace peor que puede hacer, André el guardaespaldas que Rocco mandó a fingir, parece saber que no me interesa el dinero de la diosa, sino que llegara sana y salva al bar, éste lo rechaza una y hasta tres veces, hasta que Harlow parece hartarse y darse por vencida, se da media vuelta y sigue su camino hasta la entrada trasera del bar.

—Rocco, aparca dónde siempre.— Ordeno, éste da un giro en u y aparca en el lugar de siempre, ni muy lejos del bar ni muy cerca, justo donde lo necesito, me bajo de una vez, sin esperar a que me abran la puerta ni mucho menos, cuando tengo los pies en el duro pavimento, entro al bar por la misma entrada que ella lo hizo.

Cuando paso por la bóveda con cientos de cajas de licor, llego a la parte trasera de los camerinos y veo a Adeline entrando al de ella, así que me dirijo a la parte delantera, veo a gente bailando por un lado, parejas e incluso tríos besándose por otro, gente drogándose, policías que te comprado bebiendo junto a las prostitutas y más gente entrando y saliendo del bar, me dirijo a la barra y pido lo mismo, whisky escocés, el bartender me da una botella de whisky The Macallan in Lalique Cire Perdue, la última botella en el mundo, ésto es lo único bueno de que mi abuelo paterno siga vivo, pues fue él quien me la regaló.

—Llevala a mi mesa. — Digo mirándole, éste asiente y la pone en una bandeja junto a un vaso con hielo, doy media vuelta y me dirijo a la mesa más cercana al escenario. Minutos después, llega una mesera con la bandeja que el bartender preparó.


—¿Desea algo más señor? —Pregunta la chica.

—Que te largues. —Digo y ella enseguida se retira rápidamente yéndose a refugiar con sus compañeras.

—Señor, buenas noches. —Dice el señor Whiteley llegando a mi mesa y sentandose sin mi permiso.

—Quita tu sucio y asqueroso culo de la silla, no te he dado el derecho de sentarte, habla de una vez si es que piensas hacerlo, si solo vienes a saludar, ya te puedes largar. —Digo y ésto es suficiente para que también se vaya, lo cual agradezco, sabe perfectamente que odio que la gente se siente a mi lado sin mi consentimiento y bien que le encanta joderme la vida.

Todos bailan y cantan a mi alrededor, mientras que yo ya llevo un cuarto de la botella, pues mi diosa aún no sale, lo cual es extraño, ya son las 9:00 PM, ya debió haber salido. Mientras sigo viendo el reloj, una luz interrumpe mis pensamientos, miro hacia el escenario y la veo subir con su hermoso vestido color esmeralda, su cabello castaño me vuelve loco, pero lo que saca de las casillas es ver ese brazalete plateado que adorna su muñeca, tanta es la rabia que termino partiendo el vaso contra la mesa, ella se sobresalta igual que los demás, una mesera llega a recoger el desastre y me trae otro vaso, le echa unos cuantos cubos de hielo, mientras que Adeline y yo nos desafiamos con la mirada.

Con amor, el diablo.Where stories live. Discover now