6. Brazalete.

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Adeline Harlow.

Anoche luego de ver cómo aquel hombre del bar le daba dinero al arrendatario, me encerré, ni loca iba a enfrentarlo, si tengo que pagarle pues lo haré, mientras tanto lo evitaré y cuando me paguen la primera quincena, le iré abonando lo que sea que haya pagado, lo único que sé, es que estaré eternamente agradecida con ese hombre, pues el arrendatario no me molestó el día de hoy con el pago ni con nada referente al sexo como método de pago.

Ahora estoy en el café, exactamente en la caja registradora; estoy tan concentrada en las cuentas que no noto que un nuevo cliente aparece frente a mí, sino hasta que un compañero me toca el hombro llamando mi atención.

—Adeline, responde. —Me dice mi compañero dirigiendo la mirada hacia el frente y hace que yo también lo haga y ahí veo al hombre de anoche.

—Buenas tardes, ¿Que desea? — Pregunto al hombre robusto que me salvó.

—El jefe quiere hablar contigo. — Dice, haciendo que mi ceño se frunza.

—¿El jefe? — Pregunto, éste asiente.

—Así es, mi jefe quiere hablar contigo. —Dice

—¿Quien es tu jefe? ¿Y por qué quiere hablar conmigo? — Pregunto, él dirige su mirada hacia afuera del local, yo hago lo mismo y veo las mismas camionetas que he visto en los últimos días fuera del edificio donde vivo.

—Kael Benedetti, es mi jefe y quiere hablar contigo urgentemente, te espera ésta noche afuera del edificio donde vives. — Dicho ésto el hombre se va, miro a mi compañero que está a mi lado y que le está viendo el culo.

—Oye — Él me mira y niega.

—Es su culpa. —Dice y se va a la parte trasera del local yéndose a traer más postres de leche y empieza a organizarlos en el estante, la campanilla de la puerta suena y vuelvo mi mirada hacia allí para ver otro cliente entrando como si estuviera buscando a alguien, hasta que nos ve a mi compañero y a mí.

—Buenas tardes, quiero un rollo de canela y un café negro sin azúcar. — Dice apenas llega a la caja , facturo su pago y como costumbre mi amigo no le quita la mirada al cliente.

—Ya se lo llevo, se puede sentar en aquella mesa. — Dice mi amigo guiandolo a una de las tantas mesas vacías, el señor me agradece y se va. — Está chulisimo. —Dice mi amigo André llegando a mi lado, ruedo los ojos y éste me da un codazo, lo miro mal y éste dirige la mirada al frente de la caja donde se haya una señora mayor viéndonos raro.

Pasada la tarde atendiendo más y más pedidos, gente gritándome que eso no era lo que quería, gente dándome propinas y niños gritando que cambiarán su pedido; vuelvo a casa con la espalda adolorida y cargando a mi gato, el cuál me espera en la puerta, lo llevo al sofá y voy a la cocina para empezarle a cocinar su leche, al terminar de cocinarla y meterla en la jeringa punta catéter voy a la sala y tomo al minino en brazos.

—Muy bien, señor gato abre la boca. —Digo mientras lo pongo en mi regazo, éste desesperado busca la jeringa. —Calma, chiquito. —Le digo, le tomo la cara y adentro con delicadeza la punta en su boca y empiezo a suministrarle su comida, al terminarla, éste maulla en busca de más, así que como persona que se derrite por un animalito, lo complazco.

Al terminar de darle su segunda tanda de comida, voy yo por la mía, así que decido comer lo último que me queda, verduras y unos cuantos huevos, o sea, a hacer una ensalada de huevo; corto la lechuga en tiras y los tomates en rodajas, pongo a hervir dos huevos y cuando están los suficientemente duros, los saco del agua y les quito la cáscara, los parto y meto en el plato. Ceno a la carrera, pues debo irme al bar a cantar, y aún no me he vestido, así que voy a llegar tarde.

Con amor, el diablo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora