Capítulo 39

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—CAPÍTULO TREINTA Y NUEVE: Una promesa—

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—CAPÍTULO TREINTA Y NUEVE: Una promesa—

MARXEL

La oficina de mi padre era más grande sin él.

Miré hacia abajo. Samaria se encontraba de rodillas limpiando la herida de mi muñeca. Sus delicadas y suaves manos acariciaron mi piel. Ni siquiera moví un músculo cuando se dispuso a colocar el antiséptico sobre la herida abierta.

Había transcurrido una hora desde el incidente. Se llevaron el cuerpo de mi padre unos minutos después de morir. El charco de sangre en el piso ahora estaba limpio, por lo que solo quedaba la sangre que me asediaba. El doctor Ryan, empleado del edificio, se ofreció en curarme las heridas, pero yo me había negado a que me tocara, así que ahora Samaria era la que hacía el trabajo.

Le temblaron las pestañas cuando me echó un fugaz vistazo.

—Siento mucho lo de tus padres, Marxel —susurró suave—. No tenía idea de lo que estaba haciendo.... —apretó los labios y por no decir «padre» se limitó a pronunciar—. Pam. Si no fuera tan bueno ocultando las cosas te lo habría dicho, pero no tenía idea. L-losiento.

No contesté.

—Te prometo que estaré a tu lado. Yo no voy a traicionarte —dijo asegurándome, ahora sus ojos azules me miraron fijamente y se acercó para sujetar mis mejillas.

Levantó una mano para acariciar mi mejilla, pero retiré sus dedos con la mía. Ella se alejó un poco de mí, sabiendo que no quería que se acercara. La vergüenza se cruzó por su rostro. Bajó sus ojos tristes a su regazo.

Ella no tenía la culpa, pero me era imposible mirarla sin saber lo que había el provocado el hijo de puta de su padre. Sus ojos eran idénticos a los de Pam.

«Pam»

El nombre que me hacía recordarlo todo. Todo lo que me hizo.

Me dijeron que había huido. Que se había ido a quién sabe donde...

Sentí como la cien me palpitaba. Apreté los puños de las manos sintiendo la ira atravesarme de manera irrevocable. Por su culpa había nublado y manipulado a mi padre, mi madre sufrió día a día en una cama por años, y le había arrebatado la familia a Kara.

Samaria terminaba de vendarme la herida cuando Will entró en la habitación. Cruzó miradas conmigo y luego con la chica que se encontraba de rodillas a la silla.

Ella me acarició el brazo en un gesto cariñoso antes de colocarse de pie y dejar el kit de emergencia sobre el escritorio, caminó hacia Will y comenzó a platicar con él, aunque claramente los oía desde donde me encontraba.

—¿Cómo está? —preguntó el moreno.

—No ha querido hablar conmigo —contestó la chica—. Creo que está un poco absorto.

Ladrona de EspejosWhere stories live. Discover now