Capítulo 38

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—CAPÍTULO TREINTA Y OCHO: Bajo cada rostro—

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—CAPÍTULO TREINTA Y OCHO: Bajo cada rostro—

KARA

Mientras avanzaba por el pasillo sentía que el mundo se iba derrumbando a mi alrededor. Los vidrios que me rodeaban se hacían añicos, las paredes se desgarraban en segmentos y el suelo se precipitaba formando una grieta enorme bajo nuestras suelas. Al caminar sentía que levitaba sobre el suelo de mármol. Lento, pero rápido.

La Orden había escapado.

«Pam»

Los panfletos que ciñeron a la población. «Un símbolo de revolución» había confesado Will, a oídos de todos los oficiales que estaban presentes en la azotea.

Ladeé un poco la cabeza para avistar los rostros de Will y Samaria, quienes se encontraban a mi lado. Sus expresiones estaban absortas, suspendidas en pensamientos de derrota y lamento, al igual que yo.

Nuestra ruta cesó al llegar a la puerta de la oficina del Káiser. Uno de los oficiales se encargó de abrirla, pero yo fui la primera en contemplar el interior.

Marxel estaba tendido en el suelo. Su cabello estaba húmedo, su rostro rojo e hinchado, y repleto de lágrimas. Contemplé sus manos llenas de sangre, asimismo su camisa machada. Tenía una expresión vacía, observando la pared que se exponía delante de él.

La alarma del código rojo todavía seguía resonando a nuestro alrededor. Un ruido que demostraba el rostro abatido de Marxel, la sangre que cubría sus manos y el charco de huella que yacía sobre el pálido piso. El Káiser había muerto.

Fue una imagen que me rompió por dentro, y provocó que las lágrimas rodearan mis ojos. Nunca había llorado por alguien más. Fue cuando me di cuenta lo rápido que Marxel había dejado un sello en mi corazón.

Marxel se miraba las palmas atemorizado, hasta que levantó la vista y sus ojos se cruzaron con los míos.

—Kara.... —soltó y sus palabras me pedían que lo abrazara, que lo envolviera con mis brazos y nunca lo soltara. Quería besarle cada una de sus lágrimas, susurrarle al oído que todo estaría bien, y calmar su abatido corazón.

Estuve a punto de dar un paso hacia delante cuando una mano me detuvo. Marxel frunció el ceño y miró la mano que envolvía mi hombro, sus ojos se desviaron confundidos a la persona que se hallaba detrás de mí.

Un segundo más y quién me sujetaba me obligó a retroceder.

—¿Dante? —pregunté extrañada cuando delaté su rostro bajo la gorra oscura y el cubrebocas.

No respondió, me tomó con fuerza del brazo y me exigió circular por aquel pasillo. Con la otra mano, abrió la puerta de una habitación vacía, me condujo dentro y la cerró tras él.

Escuché su respiración entrecortada cuando apoyó la espalda contra una de las paredes blancas.

—Dante... —balbucí extrañada—. ¿Qué está sucediendo?

Ladrona de EspejosWo Geschichten leben. Entdecke jetzt