Capítulo 22

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—CAPÍTULO VEINTIDOS: Imperdonable—

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—CAPÍTULO VEINTIDOS: Imperdonable

KARA

Mi cuerpo se estremeció por el frío del suelo. Caí en cuenta de que ya no me encontraba en el estudio o en algún lugar conocido de la zona marginal. Las paredes eran blancas, la intensidad de las luces era intensa y olía a pulcritud. Era tan nítido como los corredores de la Alta Torre de Prakva.

¿Me había atrapado?

La intensidad de la luz me tenía mareada y tuve que colocarme de pie para examinar donde me encontraba. No era una habitación cualquiera, era grande y podía visualizar su extensión hasta un paradero sin salida. Me tambaleé cuando noté el aspecto de tres sujetos a distancia. De lejos pude apreciar el cabello castaño de mi padre y quienes le acompañaban a su lado. Mi madre y Tomás.

La confusión arrastró mis pensamientos, pero alejé la intuición que me indicaba que todo aquello era ilusorio y no dudé en correr hacia ellos. Mis pies descalzos rozaban el frío y resbaloso suelo pálido como si corriera por una vereda de hielo y nevisca. Tomás fue el primero en sonreír y levantó una mano hacia arriba. Me saludaba agitado.

—¡Kara! —gritó y la emoción de escucharlo se filtró por mi cuerpo. Era él, era mi hermano.

Solo podía pensar en alcanzarlos. Corrí y corrí hasta que le distancia que nos dividía se iba acortando cada vez más y conseguí ver sus sonrisas con claridad. La sonrisa también apareció en mis labios y sentí la necesidad de abrazarlos palpitándome por todo el cuerpo.

Mis piernas se detuvieron. Mi cuerpo se paralizó, pero no por elección. Estaba muy cerca de ellos, sin embargo, algo nos dividía. Una pared de cristal bloqueaba mi camino. Era tan transparente que solo pude advertirla hasta aproximarme. El pánico me atravesó, toqué el cristal y luego lo golpeé con todas mis fuerzas.

Las sonrisas de ellos habían desaparecido. La mía también. Volví a golpear la pared, sintiendo la desesperación por todo mi cuerpo. Apreté los puños.

—Tomás —dije su nombre cuando lo vi acercándose al cristal. Sus ojos me desvolvieron la mirada y una lágrima se deslizó por ellos—. Tomás.

Levantó la mano y colocó la palma sobre el cristal.

Liberé el puño, luché contra la tentación de volver a golpear la pared y extendí los dedos de la mano. Lágrimas de irritación arrastraron mis mejillas cuando coloqué la palma sobre el cristal. Mi hermano estaba al otro lado. Tan solo nos separaba el grosor de aquella pared.

Entonces el cristal se tornó oscuro. Una sombra turbia ascendió desde el suelo y comenzó a extenderse. La imagen de mi familia se distorsionaba. La tonalidad fosca se propagó como una bruma que trepaba por toda la pared. La ansiedad zumbó bajo mi piel cuando sus miradas desaparecieron de mi vista.

Ladrona de EspejosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora