Capítulo 36

43 6 4
                                    

—CAPÍTULO TREINTA Y SEIS: Confeti—

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

—CAPÍTULO TREINTA Y SEIS: Confeti—

KARA

2 MINUTOS DESPUÉS DEL DISPARO.

Esa noche creí que liberando la verdad lo solucionaría todo. Pero estaba equivocada.

Cuando la transmisión terminó, decidí aguardar unos segundos antes de enfrentarme a lo que me esperaba detrás de la puerta. De inmediato me arrepentí. No tenía idea de que estaba sucediendo durante ese corto tiempo de espera.

Los cuerpos de los personales estaban tirados en el suelo. De sus labios brotaba una espuma blanca y espesa. Se sacudían como si estuvieran poseídos por una fuerza inevitable.

Envenenamiento.

Corrí hacia uno de los ellos y arrastré los dedos por la nuez. No había latido. Probé suerte con otro personal.

Todos estaban muertos.

La esperanza brotó de mi interior cuando escuché a alguien gemir. Me asomé por uno de los escritorios al final de la habitación. Quién se hallaba escondido alzó la mirada hacia a mí y se espantó, retrocediendo hecho un ovillo.

—No voy a hacerte daño —Intenté calmarlo, sin embargo, retrocedió aún más. Liberó los dedos del puño y sacó la capsula negra que aguardaba en su palma. No perdió tiempo en llevársela a la boca—. ¡Espera! ¡No hagas eso!

Intenté evitar el movimiento pero selló los labios con fuerza. De pronto, se escuchó el crujido de sus dientes y la capsula romperse. El líquido se escurrió por la boca alcanzándole la barbilla. Fue demasiado tarde. Traté de sujetarlo de los hombros mientras sus músculos se arqueaban y el temblor abordó por todas las facciones de su rostro.

El veneno actuó rápido. En el momento en que su cuerpo dejó de moverse una lágrima se escapó por la coronilla de mi ojo.

Apoyé la espalda contra la pared. Cerré los ojos. ¿Qué tipo de palabrería les había metido Pam en la cabeza? ¿Porqué todos se habían suicidado?

Esto era precisamente lo que quería evitar: más muertes.

Me coloqué de pie y dejé escapar un suspiro. Pam debía estar en el edificio. No podía dejar que viviera ese maldito hijo de puta. Ahora que sabía quién, que la gente se había enterado de todo, podía pegarle un tiro en la cabeza sin remordimientos.

Si acababa con él, se terminaba todo este juego.

Salí del cuartel de investigación. El pasillo principal era un bullicio. Nada se comparaba a la tranquilidad de antes. Los oficiales estaban corriendo de un lado a otro. Habían activado las alarmas de emergencia.

De pronto, le presté atención a la voces que se dispersaban por los megáfonos: «Atención. Código rojo» «Atención. Código rojo» «Atención. Código rojo»

Ladrona de EspejosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora