Capítulo 28

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—CAPÍTULO VEINTIOCHO: Un juego de secretos—

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—CAPÍTULO VEINTIOCHO: Un juego de secretos

MARXEL

Seraphine cerró la puerta a sus espaldas, dejando a Kara al otro lado de la habitación, me observó desde el marco de la puerta y su barbilla se elevó ligeramente en mi dirección. Por un instante, su rostro atrajo demasiados recuerdos de la última vez que me encaró, casi podía ver el mismo resplandor de sus mejillas cuando intentó remplazar el papel de mi propia madre.

Pero aquella mirada nunca había logrado generar ningún efecto sobre mí.

Noté la decepción en sus ojos, casi tan evidente como el cruzamiento de sus brazos.

Respiré profundamente, podía sentir los latidos erráticos contra mi cuello, y cuando me pasé la mano por la boca, pude apreciar el sabor de Kara con sus besos. Jamás había probado algo tan adictivo, una sensación que se había extendido por todo mi cuerpo en el momento en que la había probado. Una conexión prohibida a la que tenía mucho que arrepentirme.

—Puedes darme el sermón ahora, Seraphine —hablé primero, logrando que el salón se estremeciera con mi voz, o quizás había sido solo mi propia imaginación.

Avanzó tan solo dos pasos hacia a mí antes de detenerse

—Tu sabes que has cometido un grave error.

Ignoré su comentario. Mi atención se centró en el salón el cual me había acorralado, su casa era tan vieja que daba la sensación que podía encontrarme varias telarañas en cada rincón, y sin embargo, su gusto excéntrico y lúgubre se acoplaba en las alfombras carmesíes y los muebles de madera.

—No es la primera vez que me beso con alguien —contesté arrastrando un dedo sobre la mesa de su salón y llevándome un poco de polvo en su camino—. No seas exagerada.

Continué analizando el salón mientras sus ojos me escudriñaban. Seraphine siempre había demostrado tener un gusto demasiado obsesivo, alargando una vida de deseo por el dinero a la que había tenido que renunciar. Ahora cada pared de su casa parecía reprimir todo lo que había deseado en la vida. Mi padre era el culpable de ello, le había susurrado tantas promesas y mentiras al oído para no cumplir ninguna, le había arrebatado su trabajo, sus títulos, y la había enviado lo lejos posible para poder olvidar su nombre.

—Os he observado a los dos. 

—¿Qué has observado exactamente?

—Tienes sentimientos hacia ella.

Esta vez, una risa brotó de mis labios.

—¿Sentimientos?

—No la hubieras traído aquí si no fuera así.

Me sacudí los dedos empolvados.

—Un simple acto caritativo.

—¿Hacía la criminal más buscada de Prakva?

Ladrona de EspejosWhere stories live. Discover now