Capítulo 15

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CAPÍTULO QUINCE: El verdadero rostro

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CAPÍTULO QUINCE: El verdadero rostro

MARXEL

Cuando mis botas tocaron el suelo de piedra me permití observar mejor la situación. Los vigilantes de seguridad se encargaron de dar instrucciones a la población para que mantuvieran la calma y se dirigieron a la entrada principal de la plaza; no obstante, la población restante que no había asumido la oportunidad de unirse a la muchedumbre se habían quedado atrás y estaban siendo atacados por los rebeldes, emitían por ayuda mientras les saqueaban las gemas de encima.

Cerca de la casilla numero tres una chica imploraba gritando cuando un rebelde la tomó fuertemente del cabello y la obligó a arrodillarse en el suelo. Corrí hacia donde se encontraban y empujé al espaldas. Este retrocedió y cayó de espaldas al suelo. Aproveché en ayudar a la chica a ponerse de pie.

—Corre —enuncié—, debes salir de aquí.

La chica se fijó en mi rostro, reconociéndome de inmediato al abrir los ojos, pero entonces asintió e hizo caso a mis sugerencia. La vi echar andar hacia la muchedumbre. El rebelde que había caído al suelo se había fugado del sitio donde lo había visto, pero fue detenido por un vigilante de seguridad que lo arrestó de inmediato.

Busqué entre la algazara a la ladrona de espejos, al rostro que había visto unos momentos atrás y que había perdido de vista en tan solo poco tiempo.

Una figura pareció andar de prisa entre las casillas y se acercó a la puertas traseras de la plaza. Llevaba la misma capucha oscura, pero se le había deslizado hacia abajo, dejando a la vista el cabello pelirrojo de Kayla.

Observé como forzó la cerradura con sus botines y tras lograr romperla, corrió por aquella salida.

Esperé unos segundos para evitar que me notara antes de correr hacia la misma salida.

—Will —susurré por el receptor—, he localizado a la ladrona. Voy a seguirla.

—De acuerdo. Ten cuidado, amigo —soltó—. Avísanos en todo momento.

—Marxel, te cuidado —repitió la fina voz de Samaria. Escuché su respiración entrecortada en mi oído.

—Por supuesto.

Cuando atravesé aquella puerta de madera, la ladrona ya había puesto andar por el callejón trasero y ya se adelantó a la cercana entrada de la estación de tren. Se detuvo y tomó una respiración profunda antes de volver a correr hacia las puertas del primer vagón que se abrieron automáticamente. Se dejó caer en los asientos y se sujetó a las barras soltando un gemido de alivio.

Esperé unos segundos y tomé el siguiente vagón. Si la perseguía tenía que ser cuidadoso con el fin de que no se diera cuenta. Debía tomarla desprevenida y sin guardia, así fuera más fácil arrestarla.

El tren comenzó a maniobrar y dejamos atrás los muros rocosos de la plaza. El griterío del mercado disminuyó y fue remplazado por el ruido de la locomotora eléctrica.

Era la primera vez que realizaba un viaje en tren. La velocidad de este apenas me permitía comparar los cultivos que separaban las dos zonas. Cuando se desvió al sur se empezaron a ver los primeros indicios de los edificios grises. Los mismos que había reparado de lejos cuando me encontraba en el coche con Will. La vista era incluso más desfavorable de cerca y mientras más nos introducíamos a la zona, podía percibir el cambio de temperatura y el pernicioso olor a podredumbre.

La velocidad se estabilizó hasta alcanzar un punto neutro, así que decidí bajar del vagón y descubrí que la ladrona se había bajado del suyo mucho antes. Seguí sus pasos, bajando las gradas procurando mantener la distancia mientras la veía tomar una ruta desnivelada que procedía hacia un acoplo de viviendas humildes. La vereda no tenía asfalto y estaba tenida de barro, lo cuál había causado que se me ensuciaran las botas. Me fijé hacia arriba, el cielo estaba tornado por una nube oscura, no podía asegurar si se trataba de la polución de la zona o que llovería pronto.

Procuré ser silencioso mientras la seguía por la vereda. Advertí varias veces como cojoneaba el paso, se llevaba el brazo pegado al pecho y emitía pequeños quejidos de dolor. Reparé entonces la humedad oscura que le manchaba la espalda. Se encontraba herida. No había dado la orden a mis vigilantes de seguridad para atacarla, así que debió ser algún encuentro durante el ataque de los rebeldes.

Por la vereda también cruzaban unos cuantos pueblerinos que pasaron por alto el aspecto moribundo y el paso descuidado de la ladrona, pero si notaron extraño mi presencia. Mi uniforme azul dejaba mucho que decir sobre un oficial que circulaba por la zona.

Cuando el grupo de pueblerinos pasó por mi lado, bajé la mirada hacia mis botas y agradecí que no se acercaran o soltaran palabra.

Continué la marcha, hasta que la ladrona se dirigió hacia la izquierda. Pasó por un compuerta y subió unas escaleras que ascendían hacia una morada en el segundo piso. Abrió la puerta y se introdujo dentro, subí las escaleras en silencio y con rapidez para que la punta de mi bota se entrecruzara con el marco de la puerta antes de que esta se cerrara.

Observé como la ladrona se había adelantado hacia un escritorio en el interior y se apresuró en quitarse la peluca pelirroja. También el gorro que le cubría, para relucir un cabello pelinegro que le llegaba hasta los hombros. Debía ser su cabello natural.

De sus labios salió un quejido de dolor y volvió a jadear cuando se contempló la herida del antebrazo.

Se encontraba de espaldas cuando me introduje en su espacio y por fin pude tenerla tan cerca, tan encerrada. No perdí el tiempo y avancé hacia ella, tomé con fuerza su brazo y la obligué a darse la vuelta.

Coloqué una navaja en su cuello.

Soltó un jadeo de sorpresa y retrocedió cuando el filo tocó su piel. Se paralizó y sus ojos oscuros me devolvieron la mirada. De cerca, podía notar que no llevaba lentillas puestas, así que debían ser sus propios ojos.

La desprevenida invasión la había inmutado, pero no tardó en reaccionar. Intentó tomar el arma escondida en su vestido, sin embargo, mi otra mano ya había bloqueado todos sus posibles movimientos. Coloqué otra navaja cerca de su costilla, el filo apenas rozaba el contorno de su vestido.

—Ni siquiera lo intentes —advertí. Había colocado la presión de mi cuerpo sobre el suyo, de tal forma que le era imposible escapar.

Sabía no que no tenía ninguna posibilidad de hacerlo. Podía verlo en sus ojos asustados. Tenía la misma expresión cuando mis vigilantes la rodearon en el mercado, salvo que esta vez, había un miedo distinto.

La había atrapado, pero no había sido únicamente su persona, también había descubierto su guarida. Esta habitación era la cueva donde escondía todas las identidades robadas. Todos sus planes se encontraban en este lugar.

Y yo había sido el primero en interrumpirla.

—Quítate la mascara —ordené y alejé la navaja en su cuello para permitirle respirar, pero no quité la que tenía presionada en su costilla. Ella me lanzó un mirada fría y no se movió—. ¡Quítatela! —exclamé.

Se sacudió por el grito y entreabrió los labios. Suspiró antes de subir las manos a su rostro para quitarse la capa de silicona. Observé como se desquitaba poco a poco aquella apariencia. Se palpó un par de veces para quitarse los restos.

Luego alzó la barbilla. Me lanzó una mirada desafiante mientras respiraba agitada.

Tenía una piel pálida, una nariz respingona y unos labios sonrojados. Las facciones de su rostro resaltaron el color de sus ojos, los cuales brillaron como reflejos caramelizados a causa de la luz del atardecer que entraba por la ventana a su lado.

Curveé la comisura de mis labios.

—Por fin conozco tu verdadero rostro, ladrona de espejos.

Ladrona de EspejosWhere stories live. Discover now