Canto número 38. ¿Los cuervos cantan en la primavera?

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Los cuervos no cantan en la primavera

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Los cuervos no cantan en la primavera.

Los cuervos no cantan en lo absoluto.

Faltaban tan solo pocos días para que llegara abril, la primavera acababa de entrar y, con esta, un clima reconfortante que espantaba al invierno y traía consigo las usuales lloviznas que nutren la flora y la fauna.

Salí de la casa de los Ávila, con la camisa blanca de la escuela húmeda por las gotas que me caían encima. Desajusté la corbata en mi cuello y cuando estaba por marcharme, escuché un bufido.

Levanté la mirada y vi a Kalen recargado contra el vocho rojo, con su paraguas transparente sobre su cabeza y una sonrisa burlona en su rostro.

—Tan desaliñado como siempre —señaló, refiriéndose a la forma despreocupada en que portaba el uniforme. No es que él estuviera mejor.

Sonreí de regreso, levantando una ceja.

—Mira quién habla, cuervo —dije y me acerqué a él, acomodando la mochila que llevaba al hombro—. Pensé que te habías ido sin mí.

Kalen negó con la cabeza y me cubrió con su sombrilla.

—Eso jamás, Félix —aseguró—. Al menos te avisaría.

Le di un rápido beso en los labios a manera de saludo, todavía cuidadoso de que nadie nos viera aunque era tan temprano y estaba tan mojado que no había ni un alma en la calle.

—Vamos —dije y le abrí la puerta del conductor.

Kalen asintió y cerró su paraguas para meterse a la cabina del coche. Hice lo mismo, pero del lado del pasajero, dejé la mochila a mis pies y peiné mi cabello mojado hacia atrás.

—Necesitas un corte —comentó Kalen, arrancando la carcacha del vehículo que amaba odiar y viceversa.

—Ni loco —contesté, recargando la cabeza en el respaldo y girando para verlo a él—. Así me gusta.

Kalen quitó el freno de mano y, con ambas manos sobre el volante, me dirigió una sonrisa de lo más honesta y serena.

—¿Sabes algo? —inquirió, cambiando la palanca de velocidades—. A mí también.

Nos alejamos de la casa y Kalen manejó con tranquilidad, sin prisa alguna. Ni siquiera sabía qué hora era, pero confiaba en él y estaba disfrutando tanto el viaje que acabé cerrando los ojos, a punto de incluso quedarme dormido hasta que me percaté de que había un silencio sepulcral.

El ceño se me frunció al ver la radio apagada.

—¿Hoy no tienes una nueva canción? —cuestioné.

Kalen, con la mirada fija al frente, señaló la radio de manera distraída.

—Enciéndela.

Lo hice, subí el volumen hasta escuchar un zumbido.

Los Cuervos Cantan PresagiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora