Canto número 33. ¿Los cuervos cantan condenas?

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Los cuervos no cantan condenas

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Los cuervos no cantan condenas.

Pero yo presencié la de mi padre en primera fila.

Han pasado dos semanas desde el incidente, desde que el banco nos embargó la casa, desde que mi padre se desquitó conmigo peor que en cualquier otra ocasión y cuando por fin me atreví a hacer lo que debí haber hecho hace mucho tiempo, llamé a la policía y se lo llevaron arrestado por violencia intrafamiliar.

Hace una semana se llevó a cabo el juicio, las pruebas eran tan contundentes que el veredicto fue dado casi al instante. Lo condenaron a tres años de cárcel y además tiene una orden de restricción, pues así, aunque salga, no podrá acercarse a mí. No sabía si el castigo era suficiente, no quería pensar en ello, en nada que tuviera que ver con él en realidad.

Me habían quitado todo. Todo lo bueno y también todo lo malo. La casa en donde crecí, lo que se quedó dentro, las pocas pertenencias que me importaban. Eso era lo bueno que me arrebataron de las manos, lo malo... Lo malo eran las memorias, esos recuerdos tan dolorosos que se colaban en mi cabeza cada vez que posaba la mirada sobre ciertos objetos. Y, por supuesto, se llevaron al hombre que era dueño de la mayor parte de esa agonía, el monstruo se había ido.

El miedo no desapareció, ya no estaba tan aterrado y mal como el primer día, pero todavía me costaba dormir por las noches o que me mencionaran el tema. No quería sentirme así, ya no quería estar asustado. Necesitaba cerrar el ciclo. Tal vez era muy pronto, pero debía empezar y sabía exactamente cómo.

—¿Quieres más café? —preguntó Marisol, quien estaba sentada a mi lado en el comedor.

Le sonreí con amabilidad y sacudí la cabeza.

—Estoy bien, gracias.

—No lo atiborres de cafeína —reprendió Ramona—. Todavía es muy joven para ello.

Me carcajeé.

Desde que nos quitaron la casa y el arresto de mi padre, los Ávila me recibieron con los brazos abiertos en su hogar. En menos de un día desocuparon toda una habitación que antes usaban como bodega y me la dieron.

«No tiene mucho, pero ve el lado positivo, podrás decorarla como quieras». Me dijo Ramona en cuanto me la enseñó.

Era una recámara con una cama, una mesa de noche y un armario vacío. No era nada especial y tampoco tenía nada con qué llenarla, pero en aquel entonces, en ese estado vulnerable en que me hallaba, me quebré en llanto al verla.

«Gracias», dije y Ramona me abrazó. Era como la madre que siempre necesité.

Y ahora me había adaptado a ellos. Para agradecerles por todo, les pedí que me dieran responsabilidades en la casa. Ramona me puso a cargo de atender el jardín, Marisol me pedía ayuda con algunos quehaceres y Kalen me puso a cargo del vocho pues, según sus palabras, le daba flojera mantenerlo lavado y con el tanque lleno. Acepté sin asomo de quejas, de hecho, era todo un gusto poder serles útil de alguna manera.

Los Cuervos Cantan PresagiosWhere stories live. Discover now