Canto número 3. ¿Los cuervos cantan imprudencias?

863 176 115
                                    

Los cuervos no cantan imprudencias

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Los cuervos no cantan imprudencias.

Pero los idiotas sí que las cometen.

Cuervo, el chico misterioso, apareció en escena de un instante a otro. Yo estaba tan distraído dándole la paliza de su vida a Farrera que no me percaté de su presencia hasta que rodeó mi muñeca con sus dedos y detuvo mi puño a medio camino de asestar el golpe fulminante.

Cuando me volví hacia él y conecté nuestras miradas, sentí que sus ojos, negros como un abismo, eran un par de jueces silenciosos. No necesitaba pronunciar ni una palabra para mostrarme mi terrible actuar. Eran tan oscuros que podía verme reflejado en ellos como si fueran espejos. Veía mi rostro contorsionado por la ira, la forma en que apretaba los dientes con violencia y mi cuerpo se estremecía. Me recordaba a...

—Félix —llamó Cuervo, regresándome al presente, y soltó mi brazo. Esbozó la misma sonrisa que aquella tarde en que nos conocimos y me ofreció una mano para ayudarme a ponerme en pie—. No eres esto.

Cuervo era un demente. No había otra explicación. Nadie en su sano juicio se entrometía en una pelea a golpes y con armas de por medio para defender a alguien que no lo valía, para defenderme a .

—¿Eres pendejo? —cuestioné al chico frente a mí.

Él se carcajeó y negó con la cabeza.

—Ni un poco —aseguró y, como yo no aceptaba su mano, me tomó del brazo y tiró para que me pusiera en pie—. Y tú tampoco deberías serlo.

Sorprendido, me dejé llevar por él, levantándome y alejándome de Farrera, quien todavía yacía en el suelo quejándose de dolor. Chiflado fue el primero en acercarse a él, digno de su posición como fiel seguidor número uno.

—¡Tú! —Me señaló, apretando los dientes, tan bestial y desagradable como siempre—. ¡Te va a salir caro, Rangel!

Entorné los ojos y mis piernas volvieron a tomar el control, llevándome hacia él... Hasta que de nuevo fui detenido por el entrometido de Cuervo.

—Suéltame —mascullé.

Cuervo me ignoró y, cuando estaba a punto de liberar mi brazo de su agarre, me congelé al ver que tenía la pistola de Farrera en la otra mano. Se percató de que me di cuenta y la levantó, dejándola a la vista de todos. Los presentes soltaron ahogados ruidos de sorpresa, pero el chico misterioso ni siquiera se inmutaba por las reacciones, y mucho menos por el arma que sostenía entre sus dedos.

—¿No les parece curioso que una pistola haya sido el gatillo de todo esto? —inquirió, haciendo un terrible chiste del que absolutamente nadie se rió.

—Suelta eso —musité, encontrando demasiado extraño que él hubiese llegado en el momento idóneo. ¿Acaso ya sabía que esto sucedería? Imposible.

El chico volteó a verme, haciendo caso omiso a mis palabras, y luego dirigió su atención hacia Farrera y Chiflado. Este último había retrocedido un paso y el dueño del arma apenas comenzaba a sentarse en el pavimento. Toda su cara estaba manchada de sangre por los diversos cortes que le hice con mis nudillos.

Los Cuervos Cantan PresagiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora