Canto número 12. ¿Los cuervos cantan desgracias?

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Los cuervos no cantan desgracias

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Los cuervos no cantan desgracias.

Pero había alguien que sí podía prevenirlas.

Hace una semana, Kalen me confesó que aquel trabajo que teníamos era el de salvar a Silvia Oviedo. Para empezar, ¿qué significaba exactamente salvar a alguien? Para mí, venía de la mano con salvar de un destino tan horrible e irreversible como la muerte, pero estaba seguro, no, yo sabía que ese no era el caso aquí.

«Salvar una vida no solo va de la mano con salvarlos de la muerte». Eso fue lo que me dijo Kalen, vago como siempre, ayer por la noche cuando me habló por teléfono. «Por cierto, ¿te molesta mojarte con la lluvia?»

No terminaba de comprender cuál era la labor de los cuervos del presagio. Salvan a otros y previenen desgracias, ¿pero qué califica para ser una?

Sacudí la cabeza para sacarme esos pensamientos de la mente y volver a enfocarme en mi labor. Cuatro tardes a la semana trabajaba en el taller mecánico de Charly haciendo pequeñas reparaciones como cambios de llantas o instalaciones de nuevas baterías. Ahora mismo estaba haciendo lo último.

—¡Oye, Félix! —Me llamó mi jefe, acercándose mientras limpiaba sus manos manchadas de grasa con un viejo trapo.

Saqué la cabeza del motor y me volví hacia él.

—¿Me hablaste?

Charly asintió. Hoy no traía su típico gorra de fútbol, mostrando su casi cómica calvicie.

—¿Cómo estás, chamaco? —preguntó y me dio una palmada en la espalda, olvidando el hecho de que tenía las manos sucias—. Uy, lo siento.

—Estoy bien —contesté, dándole poca importancia a la grasa en mi ropa y regresando mi atención hacia el motor.

Conocía bien a Charly y sabía perfectamente que cuando se ponía en ese modo algo incómodo y torpe, era porque quería preguntarme si todo estaba bien en casa con mi padre. No lo culpaba por actuar así, no existía una forma apropiada de acercarte a alguien y preguntarle: oye, ¿todo bien en casa o tu padre sigue dándote palizas cada vez que se le da la gana?

En todo caso, y aunque me avergonzaba mucho hablar de esto, supongo que le agradecía el interés.

—Y... ¿Cómo van las cosas en casa? —cuestionó por fin.

—Igual —respondí sin entrar en detalles.

—¿Estás seguro?

Suspiré, apoyando mi peso en el coche y luego girando la cabeza hacia mi jefe.

—Charly, ya sé a dónde vas con esto —comenté—. Sabes que te agradezco la ayuda, pero...

—No quieres tocar el tema —completó y luego pasó una mano por su cabeza—. Mira, Félix, yo sé que no te gusta hablar de eso, pero quiero que sepas que puedes contar conmigo.

Los Cuervos Cantan PresagiosWhere stories live. Discover now