Canto número 35. ¿Los cuervos cantan ciclos?

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Los cuervos no cantan ciclos

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Los cuervos no cantan ciclos.

Pero yo sí terminaba algunos.

Faltaba una semana para Navidad y, por ende, hoy era el último día de escuela antes de las vacaciones. Más allá de las festividades, lo que más emocionaba era la perspectiva de un nuevo año. En Año Nuevo la gente suele pensar en propósitos, y ahora que mi vida había dado un enorme giro, quería ser de esos, por primera vez quería proponerme un cambio por mi propio bien.

Pero antes de eso, había que decir adiós a un par de amistades, desear bonitas fiestas y un próspero año. Todavía no podía creer que en unas semanas ya estaríamos en 1991.

—Todavía no puedo creer que ya entraremos al 91 —dijo Silvia.

Reí, estábamos pensando exactamente lo mismo.

—En solo nueve años más estaremos en un nuevo siglo —señaló Nicolás en cambio—. Prometieron que habría coches voladores para el 2000.

—¿Coches voladores? —bufé—. Qué locura. Mejor baja tus expectativas.

—Confío en la tecnología. —Subió las gafas por su tabique—. ¿Alguna vez han oído hablar sobre algo llamado internet?

—Jamás —contesté.

Silvia solo rodó los ojos.

—Yo solo espero que esta tecnología tuya no acabe de chingar el medio ambiente —masculló con molestia.

Su primo hizo un mohín.

—En primera, no es mi tecnología. Y, en segunda, ¿sigues con tu tonta batalla a favor del medio ambiente?

—Chinga tu madre, Nicolás.

Los primos siguieron discutiendo entre sí hasta que salimos de la escuela. El ambiente estaba helado, pues en Kaux las temperaturas podían bajar a menos cero grados. Me cerré la chaqueta y metí las manos en mis bolsillos, soltando una exhalación que se condensó frente a mí.

Apenas estaba logrando recuperarme de lo ocurrido. El dolor no se había desvanecido, todavía me costaba recordar el día en que arrestaron a mi padre, me incomodaba pensar en su violencia y los remanentes seguían haciéndose presentes en pesadillas y bajones anímicos en momentos al azar del día. Sin embargo, trataba de mejorar, de no rechazar, sino enfrentar. Tenía a los Ávila apoyándome, dándome un hogar y la calidez que nunca tuve y, por supuesto, tenía a Kalen, al maravilloso chico que todavía no podía creer que llamaba mi novio.

—Oye, Félix —me alcanzó Silvia mientras se ponía unos guantes tejidos a mano con unas llamativas flores sobre estos—. ¿Y Kalen?

Su ausencia se notaba a kilómetros de distancia. Esa sonrisa confianzuda y alegre, ese semblante tan seguro y actitud tan carismática no era fácil de pasar por alto.

—No pudo venir —respondí—. Tenía un asunto pendiente según él.

Ni siquiera yo sabía qué asunto pendiente tenía, y tampoco cuestioné de más para no parecer un metiche. Kalen siempre tenía sus razones para actuar de ciertas maneras y esta no era la excepción.

Los Cuervos Cantan PresagiosWhere stories live. Discover now