Canto número 26. ¿Los cuervos cantan con adoración?

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Los cuervos no cantan con adoración

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Los cuervos no cantan con adoración.

Pero yo sí expresaba la mía por accidente.

Ha pasado más de un mes desde que Farrera comenzó a trabajar en el taller. Charly empezó enseñándole lo más básico de mecánica, pero conforme pasaba el tiempo, le asignó trabajos cada vez más complejos y pronto se volvió otro asistente como yo que nos quitó bastante carga de trabajo.

Farrera estaba agradecido conmigo y aunque lo suyo no eran las palabras, me lo demostró con acciones simples como decirme buenos días, invitarme algo de comer y hoy, como su mayor muestra de gratitud hasta el momento, me prestó su coche. Era un Ford viejo, pero lo cuidaba como si fuera un hijo.

—Si le haces un rayón, te mato —advirtió, aventándome las llaves.

Las caché y lo miré con incredulidad.

—¿Tanto te importa esta carcacha? —inquirí.

Me señaló, frunciendo el entrecejo.

—Estás advertido, Alessandro.

—¿Alessandro? —Charly se unió a la conversación, limpiando sus manos manchadas de grasas con un trapo—. ¿Desde cuándo permites que alguien te llame así?

Negué con la cabeza.

—No se lo permito, él lo hace por chingar —repliqué.

Charly se carcajeó y señaló el carro con la cabeza.

—¿Y para qué necesitas un coche? —indagó.

Suspiré al mismo tiempo que me quitaba el overol que me ponía encima para no ensuciar mi ropa de grasa y aceite.

—Kalen me pidió que le lleve unas palas —expliqué—. No sé qué quiere hacer, pero por eso te pedí salir un poco más temprano hoy.

Farrera alzó una ceja, bufando.

—Con eso que pidió, yo pensaría que enterrar un cuerpo —bromeó.

«No un cuerpo, pero probablemente sí un cuervo». Pensé.

Kalen me pidió esto porque quería que fuéramos a lo que llamaba el bosque de almas, ese terreno repleto de árboles cuyas semillas estaban hechas a partir de cenizas de cuervos y humanos fallecidos. Si guardabas silencio y ponías la mente en blanco, podías escuchar sus susurros. Era maravilloso, pero no había manera de explicar esto sin parecer un drogadicto a los ojos de mi jefe y Farrera.

—Creo que quiere plantar algo —excusé para no levantar sospechas innecesarias.

Charly se limitó a asentir, dando el tema por terminado, y luego se volvió hacia Farrera con una expresión severa.

—¿Y tú qué, chamaco? —cuestionó—. ¿Ya volviste a inscribirte a la escuela o vas a seguir de vago?

Farrera hizo un mohín. Una de las condiciones de Charly para otorgarle el trabajo con un sueldo fijo, fue que, además de no meterse en líos, regresara y terminara el colegio. Era un año más grande que yo y ya debió haberse graduado, pero como se salió poco tiempo antes de terminar el último grado, ahora tendría que repetirlo.

Los Cuervos Cantan PresagiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora