capitulo II: todavía hay buena gente

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El sol brillaba en todo su esplendor en Beverly Hills, iluminando las calles repletas de tiendas de lujo y personas elegantes que iban y venían con bolsas de marcas exclusivas. En medio de este mundo de ostentación, Tracey se encontraba en su rutina diaria, mendigando frente a la lujosa tienda PRADA, donde la opulencia y el derroche se mezclaban con su propia realidad desgarradora.

Con su manta blanca extendida frente a ella, Tracey miraba con timidez a las personas adineradas que pasaban, con la esperanza de que alguien le brindara algo de ayuda. Había aprendido a ser discreta, a no ser una molestia para quienes la rodeaban, pero su mirada reflejaba la necesidad y el anhelo de una vida diferente.

Mientras estaba sumida en sus pensamientos, una figura conocida se acercó a ella. Era una mujer elegante, vestida con un conjunto impecable y llevando consigo una bolsa de la tienda PRADA. Tracey la había visto antes, una de las pocas personas en Beverly Hills que se detenía para darle un billete de un dólar de vez en cuando.

La mujer se acercó a Tracey con una sonrisa cálida y amable. "Hola, Tracey", saludó con dulzura. "Espero que este día esté siendo un poco más llevadero para ti".

Tracey asintió con timidez, agradecida por su amabilidad. "Gracias", murmuró, sosteniendo el billete de un dólar que le había entregado. Cada gesto de generosidad significaba mucho para ella, aunque fueran solo unos pocos dólares.

La mujer notó el brillo de tristeza en los ojos de Tracey y se arrodilló frente a ella, mirándola con compasión. "¿Hay algo en lo que te pueda ayudar hoy?" preguntó gentilmente.

Tracey quería decirle que necesitaba mucho más que un billete de un dólar, que anhelaba un hogar y un futuro diferente. Pero en lugar de eso, asintió nuevamente y respondió en voz baja: "Un poco de agua, por favor".

La mujer asintió y se levantó para comprar una botella de agua en una tienda cercana. Cuando regresó, entregó la botella a Tracey, quien la recibió con gratitud. Un gesto tan simple como ese significaba mucho para ella, una muestra de humanidad en medio de un mundo que parecía haberla olvidado.

Mientras la mujer se alejaba para continuar con sus compras, Tracey tomó un sorbo del agua fresca y miró el billete de un dólar que le había dado. Podía ser una pequeña cantidad de dinero, pero también era un recordatorio de que, incluso en medio de la opulencia, todavía había personas que veían más allá de su apariencia y le extendían una mano amiga.

Con el corazón un poco más ligero, Tracey se preparó para enfrentar otro día en las calles de Beverly Hills. Sabía que el camino no sería fácil, pero también sabía que había un pequeño rayo de esperanza en medio de la oscuridad, un rayo que le recordaba que, a pesar de todo, seguía siendo una persona llena de compasión y amor.

Tracey sostenía el dólar con fuerza en su mano temblorosa, el único regalo de generosidad que había recibido en medio del lujo deslumbrante de Beverly Hills. Con determinación, se adentró en las calles, buscando un lugar donde pudiera encontrar algo de comer por ese pequeño tesoro que sostenía entre sus dedos.

Pasó por delante de elegantes restaurantes y cafeterías, pero sus precios exorbitantes eran inalcanzables para ella. Buscó en los rincones más humildes, pero incluso en esos lugares modestos, un dólar apenas alcanzaba para saciar el hambre que la atormentaba.

Con el estómago retumbando, la esperanza de encontrar algo de comida por un dólar se desvanecía lentamente. Cada vez que preguntaba, la respuesta era la misma: un dólar no alcanzaba para nada. Se sentía desesperada y desamparada, atrapada en un mundo que parecía haber sido diseñado para mantenerla alejada.

Finalmente, exhausta y derrotada, Tracey se refugió en un pequeño parque. Se sentó en un banco solitario, sintiendo el peso del hambre y la culpa sobre sus hombros. Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas mientras su voz interna repetía una y otra vez que ella era la culpable de su situación, que era indigna y merecía estar en la calle.

"Es mi culpa... mi culpa", susurró con voz quebrada, sus pensamientos oscuros llenando su mente de autodesprecio. Cada fracaso, cada golpe del destino parecía confirmar esas palabras dolorosas. La opulencia que la rodeaba solo magnificaba su sentimiento de ser invisible, una sombra insignificante en un mundo brillante y deslumbrante.

Mientras el sol se ponía en el horizonte, la tristeza la envolvía como una manta fría. Se sentía sola, perdida y sin esperanza. ¿Cómo podía encontrar su lugar en este mundo hostil que parecía haberla olvidado?

Pero en medio de su dolor y desesperación, un recuerdo se abrió paso en su mente. La sonrisa cálida de la mujer que le había dado aquel dólar, el gesto de amabilidad que le había recordado que seguía siendo humana, digna de compasión y amor.

Con un suspiro tembloroso, Tracey miró el billete en su mano y lo guardó cuidadosamente en el bolsillo de su desgastada ropa. Ese dólar no podía saciar su hambre, pero representaba algo más. Representaba la esperanza, la posibilidad de que tal vez, algún día, encontraría un lugar donde su voz fuera escuchada y su dolor aliviado.

Con lágrimas aún en sus ojos, Tracey tomó una decisión. No se rendiría. No dejaría que la culpa la consumiera. A pesar de los desafíos, lucharía por su vida, por su dignidad, por encontrar un lugar donde pertenecer en medio de la oscuridad de la calle y la opulencia de Beverly Hills.

En medio de la oscuridad de la noche, los recuerdos la atormentaban. Cerró los ojos con fuerza, tratando de ahogar el eco de aquella fría madrugada en la que sus padres la abandonaron. "No llores, eres fuerte", se repetía mientras su voz interna se desgarraba. El abandono, una herida profunda que la condenaba a vagar por las calles, desolada y sola en busca de un hogar que nunca volvería a tener o conocer.

bajo las estrellas de beberly hills Where stories live. Discover now