(27) La despedida.

Start from the beginning
                                    

Lloró silenciosamente pero sin descanso, sintiendo las lágrimas salir de sus ojos a borbotones, una tras otra, incansablemente, hasta que despuntó el sol.

Recordó haber hecho el mismo duelo por Alejo. Esa noche lo hizo por Kail.

Cuando Sara entró en el dormitorio y la vio acostada, se llevó ambas manos a la boca y ahogó un grito. No fue una exclamación de alegría o de emoción. Era un grito de espanto.

-Oh, por Dios, Julia, ¿qué estás haciendo aquí, nena? ¡Vamos, levántate! ¡Tienes que volver a la casa de Heist ahora mismo! Tal vez no se haya dado cuenta que te has marchado...

No le preguntó por qué estaba allí, no le importó lo que hubiera pasado. Le retiró las frazadas y buscó sus zapatos bajo la cama.

Julia no se movió. Sólo la miró con resignación, sin emitir palabra.

Al ver que su hermana no hacía nada por vestirse y volver con su patrón, Sara comenzó a hacer círculos por la pequeña habitación, desesperada, estirándose los pelos de la cabeza y resoplando. Cuando habló, trató de poner su tono más dulce y condescendiente:

-Escucha, Julia Lan. Ya tengo todo arreglado para marcharme esta tarde. El señor Duarte vendrá a buscarme al hipódromo y me llevará hasta su fábrica. Hasta hoy, tú estabas felizmente establecida en las propiedades de Heist, y no me preocupo por Raúl porque ya es hora de que mueva el culo por sí mismo. Así que no puedes aparecer justo ahora con los ojos hinchados por las lágrimas, y no tienes derecho a contarme nada horrible que te haya pasado, porque no podré irme, Julia Lan, ¿entiendes? No voy a poder irme...

Al escucharla decir eso, Julia intentó una tímida sonrisa.

-No te preocupes, Sarita. Solo fue una discusión entre muchachas... estoy segura que se resolverá más tarde, y volveré con Heist. No pienso quedarme mucho tiempo aquí en la casa -sus palabras sonaron cuajadas y desabridas, pero hizo un esfuerzo porque parecieran reales.

Sara levantó una ceja, esperó unos segundos, y volvió a caminar por la habitación, de un lado a otro, estrujándose las manos.

-¿Qué hago, Julia? Dime qué debo hacer, dime qué quieres que haga -reclamó.

-No tienes que hacer nada, Sara, más que prepararte para viajar esta tarde a tu nuevo trabajo. No voy a dejar que te quedes en el pueblo, haciendo lo que estabas haciendo hasta ahora, y menos si es por mí. Sé que vas a odiarme si te hago eso, y no voy a poder soportar ver el rencor en tu mirada cada vez que me veas a los ojos. Así que, ya ves, si tú no te vas, ¡yo te echo! Márchate. Sé feliz, cumple tus sueños... te lo mereces.

Sara suspiró dolorosamente, y un atisbo de sonrisa apareció en su rostro. Aún así no estaba convencida.

-Le he pedido al secuaz de Heist, el chofer con cara de piedra, que averigüe todo lo posible sobre Aldo Duarte, ya que ahora somos buenos amigos. Voy a poder estar en contacto contigo, ¿qué te parece? -agregó Julia para tranquilizarla.

Sara sonrió ampliamente, al final, y se acercó para abrazarla.

-Voy a hablar con mi patrón y le pediré de rodillas que haga un lugar para ti en la fábrica. ¿Qué te parece, Julita? Tú y yo, trabajando juntas, codo con codo, eh! -le murmuró al oído.

Julia pensó por un instante en aquella posibilidad, pero la descartó de inmediato. Sara tenía que dejar de sentirse responsable de ella, y ya no quería mentirle.

-Yo no voy a dejar el pueblo, hermana -le respondió-. Si las cosas no llegaran a funcionar con Heist, mañana o dentro de diez años, ya buscaré otra cosa. Siempre he sabido inventar algo, ¿no es cierto? Aparte, si me voy, ya no tendremos un lugar donde regresar. Y esta casa es de mamá, ¿recuerdas? Aquí nacimos. Aquí está Raúl... y Alejo. Éste es mi pueblo, donde pertenezco.

Las Runas de JuliaWhere stories live. Discover now