27. ¿y si me rompe el corazón?

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14 de mayo, 2021

Los grupos de tutoría se reunían siempre en la misma sala de estudio, la que tenía mejores vistas y la más apartada para no molestar. Héctor y Elena estaban a cargo del grupo del primer ciclo de la ESO. Eran unos diez niños aproximadamente, algunos más interesados que otros. Elena lo negaría, si alguien osara preguntarle, pero estaba encantada con esos críos del demonio, y eso que ella no era muy dada a los críos. Al principio, fue incómodo. Héctor había aceptado sus disculpas con una sonrisa conciliadora y un golpecito amistoso en el hombro, pero de ahí a trabajar codo con codo con la tía que le había echado a patadas de la cama era una historia muy distinta. Una de comedia romántica, para ser más exactos. Aunque ni ellos estaban en una comedia ni mucho menos en una romántica. En otras circunstancias, Elena le habría ahorrado la incomodidad hablando con Mercedes, la profe a cargo, para que hiciera algún reajuste de última hora.

No lo hizo, aguantó como una campeona. Su terapeuta le sonrió orgullosa.

Pese a la incomodidad inicial, enseguida encontraron el ritmo que mejor se adaptaba a los dos. Héctor tenía un don innegable con los críos; le comentó, una tarde que estaban merendando juntos, a finales de abril, que quería ser profe de historia, que probablemente se metiera en el Grado de Historia o en el doble con Historia del Arte, si los planetas se alineaban a su favor y la nota media le salía. Quería hacer el máster de secundaria como su prima. Él fue la primera persona en saber que ella no tenía claro qué quería hacer con su vida, que ni siquiera se sentía cómoda con la idea de meterse en la universidad. Héctor, con un bigote de batido de fresa y piscos de galleta entre los dedos, le sonrió. «No te rayes, nadie espera que con dieciocho tengamos la vida resuelta y menos con esta crisis del copón que nos va a tocar tragarnos».

Pero lo esperaban, a su manera.

Era simpático y uno de los tipos más divertidos con quien había tenido el placer de coincidir. Todos lo adoraban, por eso estaban ese día allí, sin los niños, ultimando los detalles para el encuentro pluricultural que los alumnos colaboradores querían hacer para la ESO ese mismo finde. Héctor era alumno colaborador desde cuarto, para sorpresa de nadie, y había conseguido convencer a unos cuantos de bachiller para que echaran una mano extra. A ella incluida.

También a Iván Sierra y a su grupito.

Elena estaba haciendo malabares sobre una silla para colocar un cártel cuando los oyó llegar. Miró por encima del hombro, cuidándose de no dar un paso en falso. Iban cargados hasta los topes. Cajas de todos los tamaños, luces de colores y otras parafernalias que hubieran encontrado de casualidad en el almacén de teatro. Vero le había dicho esa mañana que podían coger todo lo que necesitaran siempre que lo devolvieran intacto. Elena cortaría cabezas si ocurría lo contrario.

Héctor supervisó las cosas para darles el visto bueno.

—Poned eso allí.

—Sergio y Maca llevan los manteles y los cubiertos, aquí están los vasos.

Sierra tardó un minuto entero en darse cuenta de su presencia. Elena supo el momento exacto en el que reparó en ella por la formó en la que se tensó y se le borró la sonrisa de un plumazo. Ella alzó una ceja suspicaz en su dirección. Parecía querer abrir un boquete en el suelo para desaparecer bajo tierra. Carlos llevaba unos días un poco apagado, con la mirada perdida y con las sombras desdibujando sus facciones. No había que ser muy lista para saber que el culpable era el mequetrefe que intentaba pasar desapercibido, pese a su altura. Era cómico cuanto menos.

Elena bajó de la silla y atravesó la sala hasta acercarse al grupito.

—Eh, Salgado, ¿qué te cuentas?

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