7. los vínculos que formamos compartiendo alcohol barato

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N/A: se usa la palabra "maricón" en un momento determinado y si bien el personaje que la usa se disculpa enseguida, no queda de más advertir al lector.

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4 de noviembre, 2020

¿Estaba Iván Sierra dándole un puñetazo a un árbol?

Era absurdo como mínimo.

Carlos parpadeó desconcertado, le echó un vistazo a su alrededor, para cerciorarse de que sí, que estaban solos y cerca de los baños exteriores (abandonados por la madre naturaleza y habitados, según las malas lenguas, por los fantasmas extraviados de la guerra civil), donde solo iban los que querían fumarse algo más fuerte que un cigarro, que no era su caso, muchas gracias, o que querían quitarse del medio un rato, porque la vida les superaba y no tenían los medios para hacerlo, que sí era su caso. Con el cigarro colgando de los labios, y con las manos metidas en los bolsillos de la sudadera, sopesó sus opciones. Podría darse media vuelta, ignorar al pijo tonto el culo de Sierra o podría hacerse notar y averiguar qué pasaba.

La señora del visillo asomó la cabeza.

Se guardó el cigarro para después, mientras una sonrisa maliciosa le tironeaba de los labios. Iván continuaba en la misma postura que antes, se aferraba al árbol como si fuera lo único que lo mantenía de una pieza y miraba el suelo con una concentración que daba hasta repelús. O eso imaginaba, porque con el pelo (castaño oscuro, recogido en una coleta, excepto por el flequillo que siempre se echaba hacia atrás con esa sonrisilla de superioridad que le ponía de los nervios) tapándole la cara lo tenía bastante difícil. Muy difícil.

Carlos se humedeció los labios resecos. Necesitaba comprarse un bálsamo nuevo.

—¿Está todo bien por ahí? ¿Qué te ha hecho ese árbol? —se hizo oír.

Iván se sobresaltó, fue pura suerte que no se resbalara con las hojas del suelo.

«Qué ojazos tiene el cabrón».

—Desaparece, maricón.

Directo al grano. Sin sutilezas ni nada.

—Vaya, qué original —atinó a decir, con la diversión todavía coloreándole las facciones—. Fíjate, un cliché con patas: chupa de cuero carísima en el suelo, pelito largo, pirsin en la nariz, mueca de asco... Eres el típico señoro en potencia, ¿y la pulserita también la tienes?

Eso pareció molestarle.

Normal.

—Mira, tío, lo siento, no sé qué me pasa. —Se pasó la mano por el pelo, la manga se le bajó lo suficiente para comprobar que sí, que tenía una pulserita, pero los colores no eran los que esperaba. Magenta, lavanda y azul. Eso sí que era una sorpresa—. No debería haber dicho eso, pero no estoy de humor para tus tonterías habituales.

¿Tonterías habituales? Arrugó la nariz. Pero ¿acaso era mentira? Para la mayoría de las personas que decían conocerlo una mijilla, Carlos Espósito era un crío superdotado que no paraba quieto ni durmiendo y que todo lo que soltaba por la boca eran bromas sin sentido, chistes malos, indirectas y muchísimo ruido, sobre todo ruido. No le faltaba razón. Al igual que a Sierra le mosqueaba que lo llamaran señoro en potencia, a él le picaba hasta en el alma (que decía no tener) que lo retrataran como él mismo se había hecho retratar desde que había puesto un pie en el internado.

Era más que todo eso, maldita sea.

«Ah, ¿quieres ser más? Déjame entrar».

Por una milésima de segundo, cerró los ojos. Ahí estaban las sombras, maliciosas y hambrientas, susurrándole que no era nada sin ellas, que estaba solo, que se dejara llevar, que ellas le darían cobijo, que él tomaría el control.

Somos efímeros (YA A LA VENTA EN AMAZON)Where stories live. Discover now