14. el monstruo en el que me refugio

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12 de enero, 2021

Era la semana de recuperaciones.

Elena había aprobado todo en diciembre, igual que su hermana, así que se podía permitir descansar por la tarde. Para no alterar demasiado la programación del trimestre, habían decidido mover la mayoría de las recuperaciones a horario de tarde.

Estaba sentada en un banco, con el ordenador entre las piernas y con Morat de fondo, editando las últimas fotos que había hecho durante las vacaciones. Tal vez probaría suerte con algún concurso ese año, cualquier cosa que la mantuviera ocupada el máximo tiempo posible para no pensar. Estaba concentrada con los programas de edición, cruzando los dedos para que ninguno se le quedara pillado, cuando Canijo hizo acto de presencia y se paseó entre sus piernas, maullando. Fue cuestión de tiempo que Elena apartara la mirada de la pantalla para reñir al gato por hacer el tonto a su alrededor. Fue en ese momento, mientras le dedicaba unas palabras para nada amables a su bola de pelo, cuando le pareció ver a Julia saludar efusivamente a alguien.

Por una fracción de segundo, menos incluso, creyó que era a ella. Era imposible, porque Julia no miraba en su dirección. Pero podría ser.

Era Luna Guerrero.

Canijo quedó en un segundo plano.

Luna Guerrero era una de las mejores amigas de Vero. Estaba segura de ello. Verónica la había mencionado de pasada. Además, aunque no lo hubiera hecho, si todo el mundo conocía a Vero por ser la única pelirroja de la escuela, lo mismo sucedía con Luna Guerrero. Era la chica de los pelos pastel y los apuntes más solicitados. Era inconfundible. Ahora, por ejemplo, tenía el pelo rosa con las puntas en azul y destellos en blanco. Como siguiera así, se quedaría calva antes de los treinta.

Elena soltó el portátil a un lado y se aferró al banco con las dos manos. Luna se acercó a su hermana. Iba con un libro (¿un manual?) enorme entre las manos. Julia se rio de alguna payasada o de lo que fuera que le hubiera dicho y apartó la mirada. Como llevaba el pelo recogido en dos trenzas, Elena pudo apreciar, incluso desde la distancia, el rubor que se extendía por sus mejillas y la sonrisa que le iba a reventar la cara de pura dicha. Estaba colorada, le brillaban los ojos.

Las señales eran obvias.

¿Y si Luna quería vengarse por lo que le había hecho a su amiga? Luna tenía fama de ser una buscalíos. Julia era una ingenua. Elena se puso en pie a trompicones. Canijo maulló a su lado e intentó subírsele por la pernera del pantalón, pero ella no le hizo ni caso. Quizás, si lo hubiera hecho, se habría ahorrado una cantidad obscena de problemas. No podía proteger a su hermana de todas las maldades del mundo.

«Pero sí que puedes, sí que podemos».

No, no podía, pero sí impedir que alguien le rompiera el corazón por su culpa. No lo soportaría. No sobreviviría a ese dolor y ella no podía perderla. ¿Desde cuándo Julia y Luna se veían? ¿Desde cuándo Luna estaba planeando esto? No podía haber pasado de la noche a la mañana. Julia no confiaba en nadie, así como así.

«Pero confió en el chico de las sombras y las hormonas son las hormonas».

Elena cerró los ojos, negó con la cabeza, como si así pudiera sacudirse esos pensamientos negativos de encima. Más tarde, en la seguridad de su cuarto, mientras se ahogaba en lágrimas, se preguntaría qué le llevó a atravesar los jardines hecha un basilisco y escupir fuego por la boca sin pensar en las consecuencias de sus actos. ¿Había sido la Muerte, ansiando un trozo de carne al que hincarle el diente y arrebatarle la vida? ¿Tan segura estaba de lo que hacía? ¿Era Julia la mala por no saber apreciar sus buenas intenciones? ¿Lo era ella por no confiar, por no tirarse de boca al vacío con los ojos cerrados y las manos atadas?

Somos efímeros (YA A LA VENTA EN AMAZON)Where stories live. Discover now