23. respira, rubia, a tu ritmo

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14 de abril, 2021

Elena jugueteó tanto con sus trenzas que al final tuvo que deshacerlas; se pasó los dedos por el pelo y bufó molesta. Con las dos gomas en las manos, pudo tranquilizarse lo suficiente para sopesar los pros y los contras de estar allí, fuera del salón de actos, esperando que la clase de doblaje finalizara, para disculparse con Verónica. Había ensayado su disculpa como un millón de veces, frente al espejo y con Canijo como público. Carlos se había ofrecido voluntario, cuando la pilló un día con los ojos cerrados, murmurando como una desquiciada. Tuvo la osadía de arrancarle la cartulina de las manos y echarse a correr. Para ser tan bajito, tenía las piernas y los brazos muy largos. Al final, después de amenazar al idiota de cientos de formas distintas, cedió y le contó lo que hacía.

Las puertas se abrieron y los alumnos comenzaron a salir a cuentagotas; de dos en dos, al principio, y después en grupos. Algunos reían, otros maldecían y otros bostezaban agotados. Elena respiró hondo y se replanteó hasta la elección de ropa. ¿Qué se ponía una para disculparse con una ex-que-no-era-ex? Se echó un vistazo. A ella le parecía apropiada la camiseta de Stranger Things, la falda larga y los botines negros. Quizás debería haber probado suerte con los pantalones con perlitas. Quizás todavía estaba a tiempo. Quizás podría volver otro día.

Quizás. Quizás. Quizás.

Vero estaba allí, con un vestido color aceituna y manoletinas; con el pelo recogido en una coleta baja y una sonrisa resplandeciente. Desde allí, podía apreciar las arruguitas que se le formaban al sonreír. Elena dio un paso, dos, tres. Tenía las pulsaciones disparadas, le temblaba hasta el alma. ¿Cómo comenzaba la disculpa? ¿Qué era lo que no tenía que decir a toda costa? Vero se giró en su dirección, sus miradas chocaron y torció el gesto, desconcertada, confundida o muy cabreada. Elena no tuvo la oportunidad de preguntárselo, porque alguien, a quien no había visto hasta ahora, se interpuso en su camino.

Pelo violeta, cara de mala hostia.

—¿A dónde te crees que vas? —le espetó con los brazos en jarra.

Elena estuvo a punto de soltar una bordería, se contuvo a tiempo.

—A hablar con Vero, ¿te apartas?

«O te aparto», se contuvo otra vez.

Luna alzó una ceja suspicaz. No se movió ni un centímetro. Elena esperaba de todo corazón que nadie les estuviera prestando atención. No soportaría los cuchicheos. Tampoco que su hermana las pillara y pensara que estaban peleándose de nuevo. No quería mandar a la mierda todos sus avances de un plumazo. El diario, en su mochila, ahora le pesaba una tonelada y media. Pensó en sus sesiones con Dorotea, en sus palabras de ánimo. También en sus padres, que de repente estaban contentísimos y súper atentos con ella. No podía permitirse retroceder.

Respiró hondo antes de añadir un mustio «por favor», mientras ignoraba a propósito la caricia helada de la Muerte.

—No voy a dejarte que te acerques a mi amiga para que le rompas el corazón otra vez.

«Ni a tu hermana», pero eso quedó implícito, aunque doliera igual.

Elena estaba en blanco, el corazón le martilleaba y la cabeza le daba vueltas. Quiso mirar por encima del hombro de Luna, pero, al ser las dos casi de la misma altura, no podía hacerlo disimuladamente, así que se contuvo, respiró hondo (varias veces, muchísimas) y comprendió que, si quería hablar con Vero o con su hermana en algún momento, antes tendría que hacer de tripas corazón y disculparse con Luna Guerrero. Se maldijo mentalmente por no haber preparado, ni pensado siquiera, su disculpa.

—Tenía miedo. Fui una idiota.

Luna se cruzó de brazos.

—¿Ya está? ¿Eso es todo?

Somos efímeros (YA A LA VENTA EN AMAZON)Where stories live. Discover now