2. Carlos Espósito y el trabajo de filo

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17 de septiembre, 2020

El profe de filo era nuevo.

Aparte de ese dato, que la institución había proporcionado por email esa misma mañana, Julia ignoraba qué había pasado con la seño Gertrudis y quién era el nuevo, cómo llevaría el curso y de qué pasta estaba hecho. Ni el classroom tenían abierto. A diferencia del resto la clase, que se mordían las uñas de los puros nervios, porque «la PEvAU, tía, qué ganas de jodernos así» o se bañaban en rumores cada vez más rocambolescos, a Julia le preocupaba de cero a nada que ese año tuvieran a otro profe. ¿Qué más daba? A ella filo le daba bastante igual. ¿Memorizar algunos nombres? Perfecto. ¿Reflexionar sobre todo y sobre nada? ¿Por qué no? ¡Era súper emocionante!

Su hermana, sentada a su lado, tenía la cabeza apoyada sobre el cuaderno y revisaba Instagram con cara de póker. A Julia no podía engañarla, por mucho maquillaje que utilizara para cubrir las ojeras y por mucha sonrisita de superioridad que le diera al mundo; ella sabía de sobra que no había pegado ojo en toda la semana y que estaba al borde de un precipicio del que ella no podía sacarla. En esos últimos días, había perdido al menos siete gomas del pelo. Si eso no era una señal, no sabía qué podría serlo.

Ella miró su propio cuaderno, lleno de garabatos e ideas a medio esbozar.

Elena se tensó a su lado.

El culpable de su reacción estaba entrando por la puerta haciendo el tonto (bailando sin ritmo, más bien) como todos los años. Alguno le regaló una risita, otro una bolita de papel que no dio en su diana y el resto o lo ignoró a propósito o cuchicheó a su costa. Julia nunca le había prestado atención, pese a que habían compartido alguna asignatura en los últimos cursos. Carlos Espósito era otro niño rico con complejo de superioridad, pero con un coeficiente intelectual por encima de la media (o eso decía la gente) y unos años atrás, probablemente antes de ingresar en la Gloriosa, le adelantaron un curso, porque no paraba quieto y porque se aburría con muchísima facilidad.

Si le preguntaban a Julia, que nunca lo hacían, el chaval seguía igual. Estaba todo el rato llamando la atención o mirando las musarañas con la sutileza de Canijo cuando quería hacer una trastada. ¡Alerta spoiler! Ninguna. Era como si lo hiciera a propósito, como si se alimentara de la atención que recibía, aunque fuera mala de narices. Julia no lo entendía ni pretendía. No obstante, era capaz de reconocer sus méritos. Por muy despistado que pareciera, si estaba de humor, respondía a las preguntas de los profesores sin pestañear y a veces con más información de la solicitada. Era un niño de matrículas, de sonrisas fáciles (repleta de hoyuelos y con las paletas un poco separadas) y con un estilo que podría dejar con la boca abierta a cualquiera. Esa mañana llevaba unos pantalones rosas ajustados de corte pirata con una camisa negra de flores metida por el bajo de los pantalones, unas manoletinas, también negras y los ojos pintados. Estaba guapísimo.

Sus miradas coincidieron por unos segundos y el chaval le guiñó un ojo, para su propia consternación y para molestia de Elena, quien se incorporó de golpe y lo fulminó con la mirada. Para el mundo, su hermana era una tipa dura, de las que podía patearle el trasero a un cachorrito por cruzarse por su camino. A veces Julia se preguntaba si solo ella se percataba del temblor de sus manos, de la tensión de sus hombros y del pánico en su mirada.

Y de que era una amante de los animales.

—¡Silencio! ¡Silencio! ¡Que llega el profe nuevo!

Más tarde, Julia se preguntaría cómo habían sabido que ese hombre (alto, con sonrisa afable y con una barba que bien podría competir con la de Gandalf) era el profe de filo, si iba cargado con mapas y una bola del mundo. No parecía el típico profe de filo, ¿verdad? Pero lo era y lo primero que hizo al entrar en el aula fue tirar los mapas sobre el escritorio y maldecir la prueba de acceso a la universidad.

Somos efímeros (YA A LA VENTA EN AMAZON)Where stories live. Discover now