18. solo te siento a ti

85 5 6
                                    

16 de febrero, 2021

—¿Puedes sentir lo que siento?

Luna estaba bocabajo en la cama. En esas últimas semanas, le había crecido una barbaridad el pelo. Julia tomó un mechón rosa entre los dedos. Había destellos castaños en él. Pensó qué decir, si valía la pena dejarse llevar o todavía estaba a tiempo de retroceder, de decir que la situación le superó y que cómo iba a sentir lo que los demás sentían. Era imposible. Miró a Luna, sus ojos azules («azul aguamarina», se corrigió), sus labios rosados, su pirsin en la nariz. Miró, miró y miró. No, no quería mentir. Nunca más.

Quería ser libre, gritar a los cuatro vientos.

—Puedo sentir lo que sientes —le confirmó, una vez más.

Luna sonrió y se dio la vuelta en la cama, apoyó la cabeza en sus manos.

—¿Cómo funciona?

Se lo había contado por un impulso, porque no podía más y porque todo le superaba. Por casualidad. Había sido en clase. A Julia no le funcionaban los auriculares y había demasiado ruido. Muchas emociones. Muchas hormonas revolucionadas. Ni un solo mensaje de Elena. Era incapaz de tranquilizarse, de recuperar el control. Daba igual si trataba de contar hasta cien o hasta mil. Había abandonado el aula al borde del precipicio. Luna la había alcanzado en medio de un pasillo, con el corazón en la boca, ahogándose en lágrimas y en sentimientos que no le pertenecían y que eran completamente suyos a la vez. Se lo dijo a bocajarro, sin pensar.

Fue suficiente, fue más que suficiente.

«Lo siento todo, todo. Duele, duele muchísimo, no sé qué hacer, todo me supera... No puedo más. No. Puedo. Más».

No recordaba lo que pasó después, cómo acabaron aquí. Solo el miedo en el corazón de Luna.

—Siento todo, todo el tiempo. Sin filtro. A veces es ruido de fondo, como una mosca o muchas moscas a la vez. A veces son palabras a toda velocidad. Duele. Duele siempre. La música ayuda. No tocar a nadie también.

Luna asintió despacio, muy despacio.

—¿Puedes sentirme ahora?

Julia sonrió.

—Puedo sentir todo.

No sabía si eso era una explicación válida, pero tendría que bastar. Julia era incapaz de darle forma a algo que no tenía forma y que siempre la acompañaba. Ella no concebía su vida sin esas voces, pero esperaba de todo corazón que un día pudiera comprobarlo. ¿La madre de Carlos habría avanzado en su investigación? Frunció el ceño. Aparte de sus absurdos entrenamientos, ahora individuales, Carlos no había vuelto a mencionar a su madre ni a la hipotética cura.

—¿Qué escuchas ahora?

«Tu corazón».

—Música clásica.

—¿En serio?

—No puedo estar escuchando todo el rato lo mismo o no me concentraría.

No le dijo que cuando estaba con ella, necesitaba escuchar todo lo que tuviera que decir incluso lo que no se atrevía a verbalizar. Era demasiado. No estaba preparada. «Tírate a la piscina».

—¿En clase escuchas música?

—A veces, depende del profe.

Luna no insistió. No le preguntó qué sabían los profesores sobre su capacidad. Julia tampoco le dijo que tenía un justificante de su terapeuta. Era hipersensible o algo así. Nunca le había prestado demasiada atención al dichoso papelito o a su expediente, para el caso. No había necesitado justificarse nunca fuera de esas cuatro paredes. Nunca se había acercado demasiado a nadie para tener que hacerlo.

Somos efímeros (YA A LA VENTA EN AMAZON)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora