EPÍLOGO

5 0 0
                                    

Ha pasado una semana desde que los restos de Ana Julia fueron cremados

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Ha pasado una semana desde que los restos de Ana Julia fueron cremados. Dicen que fue rápido, muy rápido. El estado en el que estaba su cuerpo les obligó a saltarse todos los protocolos familiares. No hubo velorio, noches de llantos ni lamentos. No fue expuesta a los ojos críticos, chismosos y morbosos de la alta sociedad montalvanense.

Ni siquiera los familiares lejanos ni la prensa ni los socios del emporio fueron invitados. Fue algo bastante íntimo, y cuando les digo íntimo me refiero a que solo asistieron su madre, la chismosa de Marcolina, Agust y sus dos hermanos con sus flamantes nuevas esposas.

Fui invitada, por supuesto, pero no asistí. No tenía ganas de escuchar a los hipócritas hablar de lo buena que era ella, ni soportar las excusas llenas de culpa y excasas de aprecio de Carlos Augusto. Y mucho menos calarme a su madre y a la loca de su amiga, pidiéndome explicaciones de lo sucedido con Ana. No, definitivamente no estaba dispuesta a eso. Tenía cosas más importantes que hacer, como el ocuparme de organizar mis asuntos financieros y personales. Así como lo dice el dicho: "Cuando veas a tu amiga arder, las barbas en remojo debes poner". ¿No es así que va?

El mismo día en el que, frente a su cuerpo inerte y putrefacto, comprendí lo que había sucedido me fui de la mansión sin mirar atrás. Tampoco respondí a las innumerables llamadas que, hora a hora, fueron llenando mi buzón. Ni presté atención a la súplica de Carlos Augusto para que hiciera el honor de vestirla, ya que nadie más soportaba su espantoso olor. Tampoco le ayudé a atender a sus amigos que insistían en verla. No tenía sentido para mí estar ahí; ya nada me ataba a aquella estructura fría, llena de gente, pero vacía de almas.

                                                    🦉🦉🦉🦉🦉🦉🦉🦉🦉🦉🦉🦉🦉

Hoy me decidí a visitar sus cenizas. Pero antes de entrar al mausoleo familiar, me aseguraré de que no haya ningún Garcés cerca. ¡Qué digo! Estoy segura de que después de la cremación nadie ha pasado por aquí para presentar sus respetos. Ni siquiera se volverá a mencionar el nombre de Ana Julia en esa familia.

Ahí está su placa, de mármol en tono marfil y con su nombre grabado en letras doradas. Cómo me lo imaginé las flores están secas, y son claveles. Ni Carlos Augusto recuerda que sus flores favoritas eran los tulipanes. Al menos tuvieron la delicadeza de poner sus cenizas cerca de las del fundador. Nadie mejor que ella se merece ese puesto: se partió el lomo y dio su vida por mantener en alto su posición como una Garcés.

La baldosa está helada, a pesar del clima cálido. Supongo que eso demuestra que, aunque en ella repose lo que antes era un humano, está vacía de humanidad... Disculpen si me quedo un momento en silencio, quiero poner en orden mis ideas antes continuar contándoles esta historia. Se estarán preguntando qué pasó con Ana, por qué terminó muerta. Si era ella la protagonista de este relato no debió terminar tan mal.

Lo primero que debo decirles es que mi querida Ana Julia no murió recientemente; ya llevaba más de dos meses de muerta. Sí, fue justo sobre aquella mesa de sacrificios en la caverna del "Velo de Novia". Murió a manos del maldito demonio.

El Vuelo de la Lechuza BlancaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora