9. Día de Pago.

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El agua del pantano dejó en el baño de la bruja el sudor y los fluidos que corrieron con los múltiples e intensos orgasmos

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El agua del pantano dejó en el baño de la bruja el sudor y los fluidos que corrieron con los múltiples e intensos orgasmos. También lavó la sangre seca, que, como nefasto tatuaje, estaba pegada en las largas uñas y manos de Ana Julia. Pero no sirvió aquella agua para lavar nuestra vergüenza y cargo de conciencia. Durante las tres semanas siguientes a esa noche no tuve mucho contacto con Ana. Yo me concentré en mis negocios y ella no quiso salir de la mansión; de hecho, apenas y salía de su habitación.

Me excusé en mis ocupaciones para no responder a sus constantes llamados, incluso me inventé un viaje a un país vecino. La confusión seguía rondando mi cabeza y prefería no verla para no tener que confrontarnos, y recordar lo que pretendía estar nublado. No quería saber nada de pactos, brujas ni pantanos; me sentía como un asqueroso bicho rastrero y estaba genuinamente preocupada por el destino de Valeria Linares. Cuando vi su nombre grabado en aquel espejo la sangre se escapó de mis venas y un frío de muerte recorrió mi cuerpo. Con espanto comprendí que todo era real, que sí existía ese lado oscuro y que podía hacer daño a voluntad o por petición. Me conflictuaba la idea de poner en peligro la vida de una inocente, cuyo único pecado fue tener el mal tino de toparse conmigo.

Terminé de vestirme y salí de la habitación. El delicioso aroma a huevos revueltos y tocino inundaba la sala, pero en lugar de activar mi apetito me dio nauseas. Ignoré la cara de preocupación de Jorge al verme entrar al ascensor teniendo sólo el primer café de la mañana en mi estómago y evitando su mirada escudriñadora.

En menos de quince minutos llegué al centro de la ciudad, y en tres más, estuve frente al lujoso edificio de cristal en el que estaban las oficinas del emporio económico Garcés Forbes. Con la excusa de solicitar los nuevos catálogos de cosméticos me dirigí a la recepcionista del lobby. Ella me reconoció de inmediato como una Garcés y me permitió subir directo al departamento de ventas. La gerente se sorprendió al verme, nunca les había comprado productos locales. Desde que inicié mi negocio prefería viajar y comprar marcas internacionales. Por eso decidió atenderme personalmente en lugar de llamar a una de sus vendedoras.

Mi intención al entrar en esa oficina no era hablar con ella, sabía que lograría sacar mayor información de las chicas de ventas, pero igual me arriesgué. Las cejas de la mujer se arquearon ligeramente cuando después de una trivial charla de casi media hora, le pregunté por Valeria Linares.

—No sé mucho de ella, Cecilia, sólo que enfermó hace unos meses. Creo que su condición no es buena. ¿La conoces?

—No... No la conozco. Me topé con ella en varios eventos y nos saludamos, es todo... Pero me enteré por Carlos Augusto que estaba enferma y quise saber —respondí, desviando la mirada para que no se me notara la mentira.

—No sé sabe bien qué es lo que tiene. Al principio le daban unos calores intensos con vómitos y náuseas, se puso muy delgada. Pero según tengo entendido, ahora su piel se está pudriendo; las llagas son horribles, purulentas, hediondas y muy dolorosas. Los padres dicen que los médicos ya no pueden hacer nada y por eso no dejan que nadie la visite. Pobre chica, con lo linda que era. Es una lástima.

El Vuelo de la Lechuza BlancaWhere stories live. Discover now