10. El Baile de Las Máscaras.

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La voz de aquel hombre imponente, de perfecta sonrisa cincelada en el rostro, me hipnotizó. Escuché sus palabras fusionarse con el siseo del "Velo de Novia" que de pronto se volvió bravío y dominó el espacio. Él siguió hablándonos con ademanes amables, pero yo solo percibía el golpear del agua contra las rocas y que después de unos segundos, fue acallado por el canto seco del cuero de un tambor. No tenía idea de si ese nuevo ruido que comenzó a aturdirme estaba dentro o fuera de la caverna; pues sentía el velo de la cascada dentro de mis ojos nublando mi visión. Al principio era solo uno, pero pronto, otros cueros lejanos se le fueron sumando hasta formar una algarabía de congas, timbales y chimbángueles cómo la que había oído en mis años de adolescente. A veces parecía que estaban internados en el bosque, luego, resonaban con fuerza en mis tímpanos aumentando mi confusión.

Destellos violetas de sus ojos penetraron en mis pupilas dilatadas. Tuve la impresión de que era como los cristales de las paredes y que éstos se movían con el ritmo acelerado y frenético de los timbales, haciendo que sus haces de luz bañarán todo a su paso. Me froté los ojos con los dedos para quitar la nube que sentía en ellos, y parpadeé varias veces. Fue cuando vi que su mano, pulcra, sedosa y amable, tomó la de Ana Julia ayudándole a levantarse del piso. Ella, con los ojos iluminados y sin ningún gesto de temor en el rostro, accedió a dejarse guiar por aquel hombre. Intenté levantarme para seguirla, pero mis piernas me fallaron y caí de nuevo sentada. El aire se volvió pesado e irrespirable. Mis pulmones hacían esfuerzos para filtrar oxígeno y las sienes me comenzaron a martillar.

El humo trajo consigo el hedor y le atribuí a eso mi malestar. Dos de los hombres, con rostros decorados con picos de ave y plumas, quemaban hojas y ramas en los mecheros que estaban alrededor de la mesa de piedra. Eran ramas de estramonio, sin duda; sin embargo, los mecheros debían contener algo más porque mis ojos percibían las cosas con mayor intensidad. ¿O fue el aroma de aquel hombre?

Sin poder levantarme observé como testigo silente, a aquel hombre al que llamaron Chichtli llevarse a Ana consigo. De espalda se veía como un hombre común; alto, pero dentro del estándar normal, de hombros anchos y caderas estrechas. El espanto atrapó mi corazón al entender lo que estaba sucediendo y por lo estúpidas que habíamos sido, al ser engañadas por una bruja ciega que de seguro vendió nuestros lujosos traseros, al líder de una secta satánica. Y de paso, le pagamos por ello.

Como una ráfaga de viento me llegó la certeza de que no saldríamos vivas de esa caverna. Lo había visto en muchas películas de terror: seríamos el sacrificio de algún loco maniático. Sentí la cascada de la novia descargando su fría furia acuosa sobre mí, congelándome la sangre. En un suspiro largo y angustioso la esperanza salió de mi cuerpo dejándome completamente abatida. Comprendí que por esa razón el hombre no tuvo problemas en mostrarnos su rostro. Era evidente que moriríamos allí mismo, a manos de un hermoso psicópata que se creía demonio y su grupo de desadaptados.

Se dio la vuelta y su mirada, cómo una daga de plata encendida se clavó en mi mente y penetró con su voz en ella.

—Tranquila, Cecilia. Este hermoso psicópata cumplirá con lo acordado. Ya hiciste tu elección, ahora no interfieras. Esta noche es sólo para tu amada Anita. —Aquel hombre no gesticuló palabra, solo esbozó una sonrisa limpia, diáfana.

El aire abandonó mis pulmones de un solo golpe. Mi boca se secó y mi corazón, que ya estaba congelado de espanto, dio un salto ahogando un jadeo en mi garganta. Mis ojos se hicieron pequeños y mis manos convulsionaban sostenida una en la otra. Él no solo había escuchado mis pensamientos, sino que había expresado los suyos en mí. Me sentí atrapada, desnuda e indefensa. El terror me llenó al máximo.

El Vuelo de la Lechuza BlancaWhere stories live. Discover now