4. La Concepción.

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Mis ojos estaban absortos en el azul índigo que me rodeaba. Tenía la sensación de que si estiraba la mano podría tocarlo. Claro que era solo una ilusión, aunque el acrílico de la ventanilla del avión no estuviera allí, el color se desvanecería entre mis manos convertido en nada. Durante las tres semanas que duró mi viaje fuera del país, no supe mucho de Ana Julia. Mi agenda estaba bastante apretada con pasarelas, eventos y convenciones a los que asistir. Una vez de regreso me tomé unos minutos para escribirle, pero me respondió los mensajes con textos simples y escuetos. Supuse que estaba molesta porque no pude atenderla esos días.

Aunque no lo crean, mi vida no se resumía sólo a disfrutar de los bienes que me dejó el matrimonio y a cumplir los caprichos de mi amiga. Trabajé por construir mi sueño y monté mi pequeña empresa con la que distribuía los productos de prestigiosas marcas de belleza y de cuidado personal a tiendas minoristas. No me resigné a vivir como el objeto de colección olvidado en una de las tantas vitrinas de los Garcés.

Esto último, por supuesto, molestó a la familia. Mi decisión de ser empresaria me trajo muchos inconvenientes; incluso me sabotearon el negocio varias veces y recibí severas amenazas de Carlos Luis. No estaba bien visto ante la sociedad de Valle Montalvo que una exGarcés trabajara; eso hablaba mal de la generosidad de los hermanos. Una vez que se ha llevado ese apellido se debe vivir eternamente bajo su sombra. Eso era lo que ellos pensaban. Y sí, me cubrí bajo su sombra, pero para hacerme de buenos y sólidos contactos que me ayudaron a crecer y a sostenerme como empresaria. Al menos hasta el momento.

Tenía pocas horas de haber llegado del viaje y me sentía muy agotada. La falta de sueño y las múltiples actividades del trabajo habían saturado mis neuronas, al punto de que arrastraba las palabras. Le escribí a Ana Julia diciéndole que me encerraría unos días en mi apartamento, en la capital, para descansar y que después iría al valle para hablar con ella. La verdad, no estaba en condiciones para atender sus lamentos y desventuras.

Me tomé una pastilla para dormir y me acurruqué entre las sábanas abrazando la almohada. La tibieza de mi lecho me ayudó a relajarme y en pocos minutos me quedé dormida. El silencio era reconfortante; sin embargo, la oscura madrugada trajo hasta mi puerta una sombra y un mal presagio.

El tono grave de la chicharra del ascensor retumbó en la soledad del penthouse y viajó montado sobre el silencio hasta colarse en mi habitación. Llegó a mis oídos dormidos siendo apenas un ruido molesto, pero luego fue aumentando su intensidad lo que me hizo sobresaltar. Me envolví de nuevo en la manta y me cubrí la cabeza con una almohada. No tenía intenciones de levantarme para averiguar quién tocaba el intercomunicador. Esperaba que el buen Jorge se encargara del inesperado visitante.

Dos toques más, seguidos y muy groseros, hicieron que mi mal humor apareciera. Me quité la almohada de la cabeza y el antifaz de los ojos. Parpadeé un par de veces y noté que todavía estaba muy oscura mi habitación. Era cierto que dormía con gruesas cortinas en las ventanas, pero siempre se colaba algo de la luz mañanera.

A tientas busqué el celular y revisé la hora. ¡Eran las 4 de la mañana! Por eso Jorge no había atendido a la chicharra, no llegaba sino hasta las siete. ¿Quién podría estar tocando el intercomunicador a esa hora? Revisé las notificaciones y mi corazón dio un salto que lo sentí en la boca. Tenía diez llamadas perdidas de Ana Julia.

«¿Será posible...? Pero es raro, ella tiene la llave del ascensor», cavilé algo confusa. Le pedí a la asistente virtual que encendiera las luces de la habitación y le marqué a Ana para asegurarme.

—¿¡Por qué no me respondes!? ¿Acaso estás muerta? Te he llamado una infinidad de veces —reclamó de inmediato.

—¿Te caíste de la cama? ¡Ah, no!, déjame adivinar: no has dormido y no quieres que yo duerma tampoco.

El Vuelo de la Lechuza BlancaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora