11. Chichtli, mensajero de la oscuridad.

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La temperatura de la cueva descendió al punto de que podía ver mi jadeante respiración formar un vaho en mi boca; sin embargo, no sentía frío

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La temperatura de la cueva descendió al punto de que podía ver mi jadeante respiración formar un vaho en mi boca; sin embargo, no sentía frío. Muy a pesar de mí, mi cuerpo comenzó a calentarse con lo que mis sentidos percibían entre relámpago y relámpago.

Me odié por sentirme excitada. Culpé al estramonio, incluso al delicioso aroma que exudaba de aquel ser y que me invadía embriagándome cada vez más

Chichtli rodeó con su brazo la cintura de Ana y la atrajo hacia él hasta que sus senos se aplastaron contra el pecho amplio y ansioso del demonio, que exhalaba con fuerza. Con sus dedos, el hombre recorrió suavemente el camino que ella había hecho anteriormente desde el cuello hasta sus pechos erectos.  Con la boca abierta emití un pequeño quejido lleno de un nuevo espanto, no daba crédito a lo que veía. Mis ojos salieron de sus órbitas al ver que la mano de aquel ser perverso le dejaba en la piel una profunda herida de la que brotaban hilos rojos, espesos y brillantes, que descendían por su cuerpo. Ana no parecía sentir dolor, sonreía extasiada por el sangriento toque del demonio.

Con la mente nublada intentaba fingir que aquello eran un sueño, una alucinación creada por los oleres y el pánico; pero la sangre se acumulaba a los pies de Ana formando un charco que la tierra, codiciosa, absorbía con rapidez. Intenté gritar, advertirle que se alejara, pero la voz estaba ausente de mi garganta. Él seguía acariciándola con sus garras y dejando sobre ella un rastro de sangre.

Con angustia me preguntaba si aquella seducción sangrienta era parte del ritual o si mi estéril intento de pedir ayuda celestial lo había detonado. De pronto, él volteó lentamente su cabeza con un extraño giro más allá de lo que pudiera soportar un cuello normal, y me observó; mi expresión desorbitada le causó placer. Elevó la comisura de sus labios y sus agujeros negros se mantuvieron fijos sobre mí mientras que, con su lengua larga y carnosa, recogía la sangre que brotaba de los pezones de Ana y se saboreaba. La sonrisa satánica que esbozó al sentir entre sus brazos el cuerpo ardiente de Ana estremecerse, lleno de lujuria, me hicieron comprender que nada tenía que hacer dios en aquella reunión que tanto ella como yo habíamos pactado.

Chichtli regresó su atención hacia el cuerpo desnudo que vibraba por él, acercó su rostro y la besó en la boca con apasionada ambición, hasta que otro hilo rojo deslizó por la comisura de los labios de Ana. Ella rodeó su cuello con ambos brazos y participó ansiosa de aquel beso. Luego, él se separó con fuerza de ella, la tomó de la mano y, después de dirigirme una altanera mirada, la condujo hasta la mesa de piedra.

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Debo advertir en este punto, que sólo digo lo que creo que pasó. Lo que mi mente espantada y narcotizada recogió, uniendo las imágenes que se veían difusas. Me gustaría decir que todo esto también pudo haber sido una pesadilla.

Ana siguió a su macabro anfitrión, con su cuerpo vestido sólo por los incontables hilos rojos que brotaban de sus heridas y que caían al piso dejando impresa las huellas de sus pies descalzos. Con la ayuda del demonio, se subió sobre la mesa de piedras y se recostó, pegando su espalda a ella. Después de un momento, me pareció ver la sangre de mi amada Anita caer de la infame piedra, en cascada, tal como el "Velo de Novia", llenando todo a su alrededor. Los hombres rodearon la piedra y observaron el sangriento espectáculo con ojos brotados de los agujeros de las máscaras, como si estuviese viendo un festín de exótica procedencia.

El Vuelo de la Lechuza BlancaWhere stories live. Discover now