13. El Vuelo de la Lechuza Blanca. (Final).

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Me sacudí sobre la cama y le grité a Siri que encendiera las luces. Estaba segura de que no había sido un sueño. La sábana cubría mi cuerpo incluso mi cabeza y yo temblaba debajo de ella. Me descubrí solo un poco para mirar a mi alrededor en busca de la espantosa ave blanca que me acechaba desde alguna parte. Mis ojos saltaban de un lugar a otro y repetían el recorrido una y otra vez. No había nada. Todo parecía estar normal.

«Me estoy volviendo loca. ¿Cuánto más voy a soportar antes de que me metan en un manicomio?»

Me incorporé hasta quedar sentada con la espalda pegada al respaldo de la cama. Exhalé por la boca y tomé aire por la nariz, muy despacio. Repetí el ejercicio unas seis veces, pero mi pecho seguía bailando con ritmo loco de los tambores que aún retumbaban en mi cabeza.

Tomé el celular de la mesa de noche y miré la hora, no marcaba ni la seis y media, faltaban unos pocos minutos todavía. No tenía sentido levantarme, Jorge llegaría hasta las siete y no tenía ganas de estar dando vueltas chocando con la soledad de mi apartamento. Pero tampoco podía volver a dormir, temía que se repitiera el sueño del que acababa de salir. Ni siquiera quería pensar en eso, mi cabeza aún no había salido del efecto de las pastillas.

Volví a colocar el celular en su lugar y, apenas se posó el protector contra la madera, comenzó a vibrar. Salté de espanto. El aparato golpeaba la mesa y emitía luces parpadeantes y continuas. Con el susto atrapado en la garganta lo observé hipnotizada con los flashes de luz. Después de unos segundos mi cerebro se conectó de nuevo y comprendí que sólo era una llamada entrando.

Me sorprendió la hora tan temprana, pero al ver su nombre insistente en la pantalla respondí de inmediato. No reconocí su voz; sabía que era ella, pero su tono sonaba muy extraño, lejano y algo metálico.

—Cecil..., por favor, escúchame —me pidió, cuando le dije que hablara más claro porque no le entendía. Soltó un suspiro largo y repitió sus palabras.

Tuve que hacer un gran esfuerzo para concentrarme en escuchar lo que decía. No sé si era que mis neuronas aún nadaban en whisky y zolpidem, pero el tono de su voz me resultaba angustiante. Sus palabras cruzaban distorsionadas a través de la señal telefónica.

—Ana Julia, ¡no te estoy entendiendo bien! —le insistí—. Escucha, voy para la mansión. No vayas a hacer nada. Espérame en la piscina, no tengo ganas de toparme con nadie.

—Ya no hay nada qué hacer, Cecil... Todo está hecho.

Fue la última respuesta clara que tuve de ella. Por más que le pedí que no me colgara, y que repitiera con calma lo que había dicho; me quedé con el lamento estéril del teléfono sorprendiendo a mi oído.

No sabía qué estaba pasando con Ana Julia, pero mi cuerpo se llenó de una ansiedad que me hacía querer verla. Mientras me daba un baño rápido, le ordené a Siri que le marcara hasta que respondiera, sin embargo, fue imposible comunicarse de nuevo con ella.

El Vuelo de la Lechuza BlancaWhere stories live. Discover now