Capítulo 19. Casandra

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En el recuento de los daños terminé con: una fractura en la tibia (partida en cuatro fragmentos), dos costillas rotas, una astillada, un hombro dislocado y un par policías que haciendo las mismas estúpidas preguntas todos los días:

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En el recuento de los daños terminé con: una fractura en la tibia (partida en cuatro fragmentos), dos costillas rotas, una astillada, un hombro dislocado y un par policías que haciendo las mismas estúpidas preguntas todos los días:

— Todo está bien cariño. Ahora cuéntame nuevamente ¿Qué fue lo que pasó en el bosque?— preguntó por centésima vez el amable policía que venía de la provincia más cercana.

Yo contesté lo mismo que contestaba todos los días:

—Nos perdimos en el bosque, trepe un árbol para ver mejor el lugar y luego me caí. Eso es todo—

El policía torció el gesto.

No me creía por supuesto, y no era solo por mi poca capacidad para mentir, los gigantescos moretones en mi cuello no ayudaban en nada a mi mentira, tampoco la extraña manera que regresamos al pueblo a pesar de nuestras heridas.

El hombre suspiró, dándose por vencido, se levantó del sillón y salió de la habitación dejándome en silencio.

Estaba cansada de él, de él y de todos.

Llevaban días buscando a Joel Acosta y sus amigos. Yo intuía que los policías sospechaban que nuestro accidente estaba relacionado, tenían razón claro, pero no podía decirles nada, así que lo único que conseguían era hacerme recordar ese momento, una y otra y otra vez:

El vacío rostro de Joel Acosta, su cuerpo y sobre todo... Ellos.

No había un segundo del día en que no pensara en ellos; su brillante tez, sus ojos teñidos de rojo, la muerte que los acompañaba en cada paso. Recordarlos era más agonizante que todas mis heridas.

Sabía que ellos estaban aquí, cerca de nosotras y eso me atormentaba a cada segundo: cada crujido, cada que la cortina revoloteaba, y cada que la noche llegaba, venían acompañados de un terror que me superaba.

No había noche que no despertara gritando. Mi madre intentaba calmarme, me abrazaba para que parara de llorar, pero su consuelo no era suficiente.

Luego de un par de semanas pude salir del hospital y regresar a mi casa

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Luego de un par de semanas pude salir del hospital y regresar a mi casa. Las visitas de los policías terminaron, pero la calma no regreso.

Terminé de instalarme en mi cuarto, donde acomodaron todo para que pudiera estar ahí con mi estorboso yeso y mis múltiples vendajes, aún tenía que pasar un mes en reposo.

La Profeta | Seth ClearwaterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora