(21) Un vestido nuevo.

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Apenas divisó que se movían los labios de Alicia. Era la primera vez que escuchaba la voz de alguna de las dos. En todo el tiempo que había estado con ellas, jamás hablaron, jamás se quejaron y jamás demostraron emoción alguna.

Julia no pudo dejar de observar el rostro de Lara. Tenía los ojos empapados de lágrimas silenciosas. Ella levantó la cabeza y la miró a su vez.

-¿Qué te ocurre, Lara? ¿Por qué lloras? –le preguntó, pero ésta solo hizo un leve hipido, incapaz de hablar- ¿No quieres ir con el señor Heist al hipódromo? ¿Por qué no? ¿A qué van ustedes?

Como Lara no podía hablar, volvió su atención a Alicia, esperando que ésta respondiera por las dos.

-El señor Heist nos acomodará en otra residencia, como a todas las muchachas –aclaró, con ese tono casi inaudible que obligaba a leerle los labios.

-¿Y no quieren dejar esta casa? ¿Es eso?

Alicia miró hacia la puerta, y con pasos lentos fue hasta allí para cerrarla antes de volver al centro del baño, donde las tres compartían una cubeta de agua caliente.

-No, no es eso –respondió, al fin-. Desde que llegamos supimos que solo estaríamos aquí por un tiempo.

-¿Sí? ¿Y cómo lo sabían?

-Pues, el señor Heist no se queda nunca con las sirvientas. Tal vez para que no sepan demasiado, o para que no lleguen a entrar en confianza. Solo estaríamos aquí por tres meses, y luego nos iríamos. Eso fue aclarado desde el principio.

-Ya veo. ¿Entonces? ¿Temen que la nueva casa no sea... como ésta? ¿Qué les toque un patrón... abusivo? –Bueno, siempre había visto a Heist como un monstruo, un sujeto desagradable, pero había que reconocer que en todo ese tiempo no lo había visto levantarle la mano a ninguna de sus sirvientas, ni insultarlas, ni intentar nada ofensivo contra ellas.

Con las otras, claro está. Julia era un caso aparte.

-Bueno... estoy bastante nerviosa, sí –confesó Alicia-. No sé donde iré, ni con quién, ni si estaré un tiempo o me quedaré toda la vida.

Las últimas palabras hicieron que Lara derramara un mar de lágrimas, mientras se tapaba la cara con las manos y reprimía los quejidos. Julia se acercó a ella para abrazarla, apretándola fuerte contra sí.

-No llores, Lara, todo saldrá bien –dijo, mientras miraba a Alicia para que la ayudara a consolarla. Pero Alicia también estaba al borde del llanto.

Entonces lo entendió.

Ambas eran dos fantasmas silenciosos. Jamás les había prestado atención, porque nunca decían nada ni hacían nada interesante. O tal vez, se estuvieron hablando entre ellas todo ese tiempo, con esa vocecita casi inaudible que usaban ahora, pero Julia nunca las había escuchado porque... bueno, había mucho ruido cuando Julia estaba cerca.

-Ustedes no quieren separarse –adivinó.

-Venimos del mismo lugar –le contó Alicia, secándose las lágrimas con la toalla-. No somos familia, pero éramos una aldea tan pequeña que siempre fuimos todos muy unidos. Lara bien podría ser mi hermana.  Nos conocemos desde que nacimos.

"Cuando las cosas se pusieron difíciles, ya no pudimos permanecer juntos y el pueblo se desarmó. Todos nos esparcimos, buscando un lugar donde subsistir. Lara y yo marchamos juntas, y tras muchos pesares, tras habernos metido en los peores antros hasta inclusive peligrar nuestra vida, llegamos aquí. Siempre supimos que, tarde o temprano, tendríamos que separarnos. Es solo que... parece tan temprano...

"Ayer estaba todo bien. Ayer fue un día normal. Y hoy... estamos viviendo nuestras últimas horas juntas.

Las Runas de JuliaWhere stories live. Discover now