Capítulo 33: Lágrimas de nácar

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I

Un objeto rojo rebota en el jardín y, por un instante, me ablando al notar que es el juguete de mi perrito, Coco. No obstante, me contengo cuando entiendo que es complicado que sea él. A menos que se haya recorrido los seis kilómetros que son desde el centro del pueblo hasta acá. Es una escena similar a la de las risitas de los niños en las películas paranormales, son tiernas hasta que nos damos cuenta de que no hay nadie allí. Y yo, como la típica protagonista imbécil, me acerco a corroborar. 

Al fin y al cabo, no tengo nada que perder. Mi mente está indiferente hacia el mundo porque todavía me siento atravesando una espesa nube gris, sigo volando, pero no sé hacia dónde voy. Todo se ha sentido como un sueño últimamente.

Al inspeccionarla, advierto un escrito con rotulador negro en un sector de su curva infinita: “CELEBREMOS CON UN TÉ”.

Inmediatamente sé que Ángela es la redactora sin que sea necesario analizar la letra, que de por sí ya es demasiado característica de ella. Sin embargo, lo que más me concierne es a lo que se refiere ¿Qué quiere celebrar?

Me dirijo con zancadas hasta su morada, atravesando toda mi casa para salir y doblar por la acera, quedando a unos pasos de su entrada principal. En la corta y ansiosa espera hasta que atienda mis tres golpes de madera, reparo en algo particular. Parece que se ha interesado por el arte topiaria, ya que arbustos esféricos y espiralados acompañan el recorrido hacia el acceso de la vivienda de un modo desprolijo, es probable que no sea experta, pero tampoco principiante. Y ahora que lo pienso, nunca antes la he visto trabajar. Quizás no le estuve prestando mucha atención a mi vecina en estos días y justo aprovechó para practicar uno de sus hobbies olvidados. No recuerdo la última vez que me acerqué a saludar.

La impaciencia se evidencia tras atacar contra ella apenas abre la puerta.

—¿Qué se supone que es esto? —levanto la pelota masticada, igual de redonda que los ojos de la portadora.

—Una víctima de la baba de tu perro —ella sonríe con falsedad y yo le confiero una mueca juzgadora que hace que continúe hablando, levantando más la voz a medida que expresa su molestia—: El cual hubiera sido un excelente mensajero si se hubiera quedado para proteger la casa de unos lunáticos que buscaban aprovecharse de la magia del cuadro —Sorpresivamente está más enfadada que yo, y con toda razón.

—No le eches la culpa a Coco.

—Cierto que tú eres la mentirosa y traicionera que los dejó pasar.

—¿Cómo sabes eso? —mi fascinación trae frescura a lo que parecía ser una incesante tensión.

—No me llaman bruja por nada. Ahora entra que me debes un brindis decente con los roles de canela —me empuja y yo solo paso agachando la cabeza. 

Tomándome de los hombros me conduce hasta un sillón individual donde hace presión para que me siente. Si no la conociera, tendría miedo de su actitud pasivo-agresiva. Pero pronto un festín se abre paso en la mesa ratona y a una velocidad cómica toma lugar en el gran sofá a la vez que se prende un habano pirámide.

—¿Quieres un Montecristo? —pregunta con burla al descubrir que me he quedado mirando.

—No. Lo que sí quiero es saber cómo te enteraste.

—Tú fuiste la que me contó sin querer en aquella lectura de café —toma una calada y me expulsa el humo en la cara como si ya no me hubiera incomodado lo suficiente con aquella revelación.

Me toma unos segundos aceptarlo.

—Era el gato, ¿no es así? —arriesgo, a pesar de que es posible equivocarme.

Levane Y Las Almas DesorientadasWhere stories live. Discover now