Capítulo 8: El elixir del náufrago

51 3 3
                                    

I

Al despertarme pude ver por mi ventana que no era muy temprano. Un manto dorado recubría el paisaje dando a entender que no faltaba mucho para el mediodía.

Era domingo, y como todos, no planeaba hacer algo productivo con mi día. Por lo que el primer movimiento de mi mañana fue el de ir a la cocina para prepararme una taza de té.

Fui con poco ánimo, contando uno a uno mis pasos como si tuviera elefantes amarrados a mis pies.

No fue hasta que oí una discusión que mis sentidos se activaron.

—No vuelvas a correr por la casa, sino lo próximo que se romperá serán tus huesos. —Era la voz de mi padre.

Claramente algo había pasado.

—Perdón, solo quería buscar agua para darle de beber al pollito que encontré. —Bianca... Apenas me di cuenta de que se trataba de ella, comencé a escuchar la conversación con más atención, en alerta.

—Ese animal será comida pronto, no pierdas tiempo cuidándolo —dijo él con gelidez.

A medida que me acercaba, sus siluetas adquirían cada vez más definición. Pude notar que los ojos de mi hermanita se empezaban a cristalizar.

—No es excusa por lo que causaste —añadió.

—¡Claro que lo es! Estaba solito.

—No y nunca lo será, admite tu error o serás castigada. —Levantó su mano en forma de amenaza.

Bianca se cubrió el rostro.

—No tienes por qué hablarle así, es pequeña —tuve que intervenir.

—Tú no me digas qué hacer, no eres su padre, calla.

—Si no hizo nada malo, solo se equivocó.

—¿Para ti eso no es malo? Rompió una escultura de tu abuela por no prestar atención y correr por la casa. Ni siquiera te esfuerces en decir una palabra más, sino tú serás la que reciba el golpe.

—¿Por qué siempre es necesario que uses violencia? —Quise saber de verdad.

—Porque es la única manera de que la gente sepa diferenciar lo que está bien de lo que está mal. Parece que a tí te falta que te lo enseñe —con cada palabra levantaba más la voz.

—Ya estoy harta —grité con más fuerza mirándolo a los ojos.

—No te atrevas a hablarme de esa forma, seguro lo aprendiste de tus amigos. Son todos unos imbéciles sin futuro. No me sorprendería que te estén llevando por ese camino.

—No los metas en esto. No tienen nada que ver, son buenas personas —espeté con voz tambaleante, sorprendida ante lo que había dicho.

—No mientas. Siento tu olor cuando llegas a casa, son unos drogadictos. En especial ese Prisco que por suerte ya no anda rondando por aquí.

—¿Papá? No digas esas cosas de él —Gianna apareció en la puerta del salón.

Mi padre la miró atónito y se abstuvo de decir algo más. Simplemente exhaló y se fue del lugar dejándonos perplejas.

Y al igual que él, poco a poco nos fuimos de allí en silencio y confundidas.

Esta vez no había terminado tan mal.

Me dirigí hacia el patio trasero, y me senté en un peldaño. En ese lugar no me vería nadie, era libre de soltar unas cuantas lágrimas.

Aprendí a consolarme a mí misma, después de todo, yo sería la que estaría siempre para mí, sin importar qué. No habían barreras físicas ni espirituales que me lo impidieran, como muchas veces pasaba con las demás personas.

Mamá estaba trabajando, por un instante quise que ella estuviera aquí, aunque inmediatamente recordé que hubiera sido lo mismo.

La última vez que me reconfortó fue a los cuatro años. En una ocasión le dije furiosa que no necesitaba que me ayudara a tranquilizarme, que quería estar sola. No lo decía en serio. Y desde allí nunca más vino a mi alcoba a abrazarme mientras lloraba.

Es triste, pero supongo que hay un punto en la infancia donde nuestro corazón se rompe por primera vez, y nos damos cuenta de que el amor de nuestros padres no es tan incondicional como nos lo hicieron creer.

Luego de haber hecho un par de respiraciones conscientes y de recobrar mi visión, que ahora se encontraba un tanto nebulosa, me enfoqué en mis alrededores.

Mi abuela amaba este espacio, tenía un jardinero para mantenerlo. Deberíamos llamarlo de nuevo, sin duda tenía una gran habilidad para darle a los arbustos unas formas tan curiosas.

Una fragancia a jazmín llegó a mis fosas nasales.

—¿Te encuentras bien? —Al levantar la cabeza vi una seráfica imagen. Era Ambrosía, el fantasma que había conocido el otro día. Se sentó al lado mío.

—No lo sé —traté de restarle importancia.

Cuando volteé a verla, me miraba con ternura. Intenté fingir una sonrisa, sin embargo, antes de que pudiera decir algo, me abrazó y yo no me resistí a colocar mi cabeza entre su cuello y su hombro.

Tardé un tiempo en despegarme de ella, cuando lo hice sentí calma, como si todas mis preocupaciones se hubieran desvanecido. Ella las había absorbido.

—Perdón no quise transmitirte la mala energía —dije con tristeza. No me alegraba que ellos fueran como un imán.

—No te preocupes, sé cómo manejarlo. Y si puedo ayudarte, eso me trae la alegría que necesito para hacerle frente a cualquier carga negativa que pueda venir hacia mí.

—Gracias. —El panorama quería volver a tornarse translúcido.

Nos quedamos sentadas mirando el fondo por un tiempo, el sol ya estaba por lo alto y las nubes ofrecían la sombra ideal. El clima era perfecto para simplemente relajarse.

—Julien me contó que hace unos días subiste al ático —inició diciendo después de unos minutos.

—Sí, estaba buscando unas cosas —continué áspera sin intención.

—Admiro tu valentía, hace mucho no subía nadie a ese sitio ¿Encontraste lo que querías?

—Efectivamente y, sin duda, no era lo que esperaba. —No mentía, todavía seguía pasmada y no había podido continuar indagando.

—¿A qué te refieres?

Tuve que contarle acerca de mi sueño y lo que había descubierto. No es como si fuera un secreto que quisiera guardarle, los espíritus más que nada eran buenos aconsejando.

—¿Has pensado en los crisantemos blancos? —dijo finalmente, luego de escuchar mi detallada descripción.

Algo se iluminó en mi cabeza.

—¿Crees que signifiquen algo? —planteé también.

—No lo creo, estoy segura —afirmó con interés.

—¿Y qué puede ser?

—¿Para qué se utilizan? —reformuló ella.

—En Australia las regalan para el día de la madre porque en inglés se llaman "mums". —No sé si fuera un dato relevante. Solo hizo que emanara una risotada de su boca.

—¿Y aquí, en Europa?

—Solo las vi en los funerales —respondí sin pensarlo demasiado.

Pero cuando nos dimos cuenta, ambas nos quedamos heladas y nos miramos extrañadas.

"Los muertos reciben más flores que los vivos, ya que el pesar es más fuerte que la gratitud."

Ana Frank

—Arrepentimiento, te está pidiendo perdón —declaró con vigor y yo la miré con completo regocijo. Esto era un gran avance.

Solo me quedaba pensar ¿Por qué mi abuela se estaba disculpando y a qué se debía tanto misterio?

Levane Y Las Almas DesorientadasWaar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu