Capítulo 23: El micelio del firmamento de miel

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I

Julien

Hay una habitación secreta en la casa, tapada con ladrillos hace décadas. La familia todavía no se ha dado cuenta y eso me permite desaparecer con fluidez cuando quiero estar solo y en silencio.

Tampoco hay muchas cosas que me persigan, mi presencia suele pasar desapercibida por mi índole. Soy una brisa simplona para los demás. Sin embargo, no soy inmune al bullicio y al peso de las energías del lugar.

Este cuarto tiene un magnífico ventanal arqueado que da a su propio patio interno, la naturaleza se ha apoderado de él y me relaja imaginar que me encuentro en medio de la selva del Congo. De más pequeño quería ser un científico analizando un paraje como ese. En el espesor de la jungla, estudiando nuevas especies en un reducido refugio de prominentes pilotes.

Tal vez me especializaría en los reptiles y anfibios, o a lo mejor me dedicaría a la etología, aunque también me encantaría ser micólogo. Creo que me quedaría con eso.

Desde que supe de la hipótesis de Terence Mckenna, no pude dejar de cavilar acerca de la importancia de los hongos, nosotros básicamente venimos de ellos, somos cuerpos fúngicos. Algunos pueden alimentarte, matarte, sanarte, y otros, hasta pueden enviarte en un viaje espiritual.

Así que no me sorprende que sea posible que la evolución de la conciencia humana haya sido a causa de la consumición de hongos mágicos en los desechos. Por supuesto que es más complejo que eso, no obstante, es gracioso plantearlo así.

—Bonita vista. —Una mujer alta y estilizada de largo cabello granate toma un paso a mi costado.

Qué extraño. Hace mucho que no venían a visitarme.

—No recuerdo haber invocado a un sucubus.

Ella mueve la punta de su nariz como un conejo para luego modificar su enfoque. Yo completo:

—Te debes haber confundido. Supongo que Ambrosia te llamó. Últimamente ha estado practicando más a menudo el libertinaje.

La chica expulsa una carcajada aguda tan potente como terrorífica.

—No, bobo. Yo soy una como ustedes.

Espíritus pasajeros... el fastidio de los mortales y también de los muertos.

Poseen la autonomía que presumen a causa de haber sucumbido en territorio de nadie. Sin embargo, son los más perdidos.

Noto que me está examinando con su faz transformada en un brebaje de naturalidad y descaro.

—Aunque no sea un demonio sexual, no me molestaría acompañarte por hoy. —Descansa su mano en mi hombro y yo tenso mi mandíbula enmudecido.

Comienza a recorrer mi pecho por encima de la ropa hasta llegar al abdomen y me estremezco ante la longitud punzante de sus uñas.

Yo corto el contacto con suavidad y ella se ruboriza ofendida, para después volver a insistir, apretando mi rostro con sus finos dedos de araña, clavandolos en mis mejillas.

—Me gustan los hombres que se hacen los difíciles ¿Ser guardián del cuadro te ha vuelto frío, cariño?

Ella intenta besarme y yo aparto mi cara nuevamente, evitándola.

—¿Qué pasa? ¿Acaso no te parezco linda? —dice con la autoestima que a todos nos gustaría tener.

—Claro que sí, eres hermosa. No es eso —intento explicar sin empeorar las cosas más de lo que están.

—¿Entonces de qué se trata? Porque nunca me había sentido tan rechazada por un fantasma ¿Todavía sigues lamentando tus penas? —Ella me empuja hacia la cama y yo caigo sobre ella a medida que se sienta sobre mí.

Levane Y Las Almas DesorientadasWhere stories live. Discover now