Capítulo 25: Serendipia

26 3 7
                                    

I

No puedo creer que mi hermano esté efectivamente aquí, en carne y hueso.

Después de haberme imaginado el reencuentro durante tanto tiempo, había omitido el olor a argán de su crema de peinar y las encantadoras bolsitas debajo de su línea de agua, había olvidado lo que era tener esperanza de que un día él volviera. Pero hoy está parado frente a mí y no hay nada que pudiera hacer de este sentimiento uno más feliz.

—Por favor, pasa —lo invito con mi brazo extendido hacia atrás a punto de abrir la puerta por completo—. Van a estar muy contentos de verte.

—Ahora no puedo, deben estar durmiendo —me detiene ubicando su palma en mi hombro.

—¿Acaso planeas quedarte afuera con el frío de la noche hasta que amanezca? No les va a molestar para nada ser despertadas con la noticia de que volviste —digo con un tono que denota cierta molestia e inquietud y él se aparta un poco—. Dean, has estado desaparecido por tres años —me vuelvo para escudriñar su mirada a través de su cabeza gacha.

—Primero quería hablar contigo —se sienta sobre la acera perimetral y en seguida yo lo acompaño—. Te vi entrando y no soporté seguir esperando.

—¿Qué pasa? —hablo frágilmente incitándolo a continuar.

—Soy un cobarde. Siempre lo he sido —se detiene para inhalar la fragancia del rocío nocturno por un milisegundo—. Me gustaría pensar que volví por mi propia cuenta y no porque él ya no está.

—Te enteraste de papá...

—Sí, y antes de eso, de lo que pasó con la abuela. Y ni siquiera tuve el valor de ir a su funeral. Soy un miserable —se cubre el rostro penetrando con sus dedos sus bucles. Yo me limito a abrazarlo de costado.

—No seas tan duro contigo. Entendemos tus razones. El perdón siempre va a estar disponible para aquel que sufrió y lo intentó —lo consuelo intentando que asimile que lo único que nos importaba era que él regresara.

—Las abandoné, Levane. Eso es algo que no recibe ni la gracia de Dios —esta vez, voltea para observarme con gotas en sus mejillas—. Y no sé cómo se supone que logre ser mejor para mi hija.

Los dos nos quedamos absortos en silencio, probablemente ambos recogiendo las piezas de nuestros propios rompecabezas mentales.

—¿Vas a ser padre? —conjeturo por fin—. ¿O ya has sido?

—No, no te has perdido de tanto. Voy a serlo —y por alguna razón, el fulgor altruista que cubre su semblante me calma—. Lea, mi novia, está en el tercer trimestre.

De todas las cosas que esperaba que él pudiera contarme a su vuelta, jamás espere que una de ellas fuera esa. Papá. Hija. Sobrina. Diablos ¡Voy a ser tía!

—Me alegro muchísimo por ustedes, cuéntame más acerca de todo, lo que has estado haciendo en este lapso —reacciono finalmente—. ¿Cómo van a llamar a la niña? —expreso abrumándolo con la misma emoción que trae Coco cada vez que nos recibe. Y no puedo negar que si antes dije que no había nada que pudiera hacerme más feliz, esto lo hizo.

II

Veinte años. Gana bien como fotógrafo y asistente ejecutivo, una novia, a quien piensa pedirle matrimonio en breve, ahora embarazada, una nueva vida, una nueva familia.

La última vez que lo vi tenía diecisiete, mi edad. No sabía qué hacer con su vida y quería emprender un año sabático para intentar descubrirlo y viajar, pero sabía que nuestros padres no lo aprobarían, así que tomó sus propias riendas y un día se marchó sin previo aviso. Lo único que dejó fue una carta para que nos quedáramos tranquilos. O eso pensó. Ya que luego de ese hecho, nada volvió a ser igual. Si bien el vínculo de mis progenitores empeoró, la relación de ellos con nosotras mejoró durante un tiempo, supongo que no querían fallarnos de vuelta. Y eso dolió aún más, debido a que sabíamos que el error ya se había cometido, y lo que quedaba en el fondo era aceptar y enmendar, y no era fácil con el resentimiento que todavía sentíamos. Nosotras también lo habíamos perdido.

Levane Y Las Almas DesorientadasWhere stories live. Discover now