Capítulo 11: Midas

67 3 7
                                    

I

Por la tarde me dirigiría hacia la casa de mi vecina. Sabía que los espíritus se enfadarían, pero si llegaban a quejarse conmigo más tarde, sería porque salí viva de allí, por lo que ya su enojo no estaría respaldado.

Conocía a Ángela, era como parte de mi familia.

Si bien solo la veía algunas veces, que era cuando ambas coincidíamos en visitar a mi abuela, siempre se mostró muy cálida. 

Era como la tía con brotes psicóticos que te convidaba un habano cuando te veía desganada. Me resultaba difícil no quererla. 

Lo único que me hizo dudar de su persona fue lo del pollito... ella incluso tuvo varios gatos, nunca la vi capaz de hacerle daño a una criatura. 

Es terrible, si hay algo que odio más que a los humanos, son los humanos que lastiman a los animales.

Salí diciendole a toda mi familia que iría a comprar unas cosas para hacer un proyecto de carpintería, a pesar de que no tomo esa clase en la escuela, me creyeron. Y esa leve mentira evitaría que cualquiera de los fantasmas pudiera detenerme antes de tiempo.

Obviamente en mi mente sí estaba la posibilidad de que esta señora también asesinara personas y las cortara en pedacitos para comérselas más adelante y obtener su vitalidad, eso explicaría las minúsculas arrugas que poseía.

De manera que le comenté a Gianna a dónde iría en realidad. Lo hice en nuestro lenguaje inventado, así ni Julien ni Ambrosia podrían entender. 

Es bastante simple, únicamente reemplazamos la letra e y a por la i, la s por la p y la o por la u. Si quiero decir que voy a ver a Ángela y nadie puede saberlo porque estoy en una misión en encubierto para atraparla por un hecho aberrante, pronuncio: Vuy i vir a Íngili y nidi puidi pibirlu purqui iptuy in uni mipiun in incubirtu piri itripirli pur un hichu ibirrinti. 

Fácil.

A nuestro idioma lo llamamos "flupilú", lo creamos hace varios años y surgió como alternativa para tener más privacidad a la hora de hablar sobre biología humana frente a nuestros papás y para decir malas palabras sin que se dieran cuenta. Con el paso del tiempo, sí lo hicieron. Sin embargo, no comprenden largas frases como la que acabo de formular.

Era imposible que alguien descifrara más allá de lo básico. No les habíamos transmitido las reglas a nadie y las personas no eran tan inteligentes para descubrirlas.

Mi hermana captó el mensaje de inmediato y me aseguró que ante cualquier eventualidad no dudaría en señalar a la vecina como sospechosa.

Decidí que lo mejor sería saltar la cerca que dividía nuestras casas e intentar socavar un poco de información analizando sus movimientos desde las ventanas. 

Quizás luego la encararía, pero algo que todos saben es que antes de enfrentarte a un enemigo impredecible hay que observar lo que los hace predecibles. Honestamente no creo que mucha gente lo piense, es un planteamiento que se me acaba de ocurrir. A lo mejor funcione y me prepare para algo o tal vez no.

Ya estaba por saltar la valla cuando una voz me inmovilizó.

—Levane, espera.

Al darme la vuelta vi a Julien con su ocre cabello despeinado. 

Sus ojos hablaban por él. Se dio cuenta ¿¡Acaso sabía hablar flupilu!?

—¿Qué sucede, Julien? —dije bajándome de la cerca para luego apoyarme sobre una de las maderas y fingir confianza.

—Tú sabes.

—No, no sé —expulsé en una risita.

—Estás por ir a la casa de Ángela en busca de una revelación. No te voy a detener, debes ir —susurró cerca mio con ese tono de seriedad que tienen los padres cuando le explican algo a sus hijos esperando con todo su ser que los escuchen.

Levane Y Las Almas DesorientadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora