02. Hate to See Your Heart Break

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Rhaenyra cerró la puerta después de entrar viendo cómo las sirvientas de su madre la sostenían mientras ella intentaba dar pasos torpes después de haber tomado un baño. Sentía que en cualquier momento las lágrimas de frustración y enojo saldrían a borbotones de sus ojos viendo cómo la mayor le sonreía radiante, mostrando cuánto se esforzaba en regresar a su buen estado de salud a pesar del dolor de la perdida de otro hijo y la fatiga por todo el tiempo que estuvo inconsciente.

—Parece que no importa cuántas veces te lo diga, nunca aprenderás a tocar las puertas de la habitación de tu madre.— dijo Aemma mientras sus damas la ayudaban a sentarse en el asiento de su tocador.

Rhaenyra corrió hacia ella tirándose de rodillas junto a la silla para esconder el rostro en el regazo de su madre, la expresión de la mujer cambió inmediatamente y con un ligero movimiento de su mano despidió a la servidumbre para quedar a solas con su hija. Acarició con ternura la suave cabellera de la muchacha, desenredando nudos inexistentes entre las finas hebras de oro plateado mientras sentía las faldas de su vestido humedecerse con las lágrimas que se derramaban silenciosamente y observaba esos delicados hombros contraerse por el llanto.

—¿Qué pasó?.— preguntó con voz trémula, obteniendo solo una sacudida de cabeza como forma de negación.

Aemma dio un suspiro resignado, sabía que no serviría de mucho insistir para que la menor hablara si no deseaba hacerlo, así que siguió repartiendo mimos en su cabeza y espalda, tarareando por lo bajo la canción de cuna que solía cantarle cuando era pequeña y corría asustada a sus habitaciones por alguna pesadilla.

Rhaenyra fue su única hija viva, sana y hermosa, el regalo más grande que los Dioses le habían dado y a la cual ella y su esposo se encargaron de mimar hasta el hartazgo. No creció como los chicos Lannister que parecían creer que todos les debían reverencia o que cualquier cosa podría ser suya con solo mover un dedo. Su hija era intrépida, inteligente y vivaz, se esforzaba por superarse día a día y ser digna de todo lo que se le daba por el simple deseo de demostrar su valor. Verla así, frágil y adolorida hacía que su pecho se apretase dolorosamente.

Después de varios minutos Rhaenyra por fin logró controlar su llanto a simples hipidos, giró su rostro para pegar su mejilla a los muslos bastante más delgados de su madre por la perdida de peso y por fin habló.

—¿Eres feliz aquí, con padre?— preguntó.

—¿De qué hablas?, Claro que...

—¡Podríamos irnos!, ¡Podría llevarte a cualquier lugar que desearas lejos de esta ciudad con Syrax!.— interrumpió la menor despegándose del regazo de su madre para mirarla directo a esos ojos grises que la miraban confundida.

—Oh Rhaenyra, ¿Qué tonterías son esas?, yo soy la Reina, mi deber está aquí con tu padre y el Reino, al igual que el tuyo.— le respondió. —¿Ha pasado algo?, ¿Alguien volvió a mencionar lo de los herederos varones?.

—No es eso...— soltó estrangulado. —Mi padre, él...

Las finas cejas de la Reina se fruncieron ligeramente ante la mirada herida de Rhaenyra, no entendía qué estaba pasando y su hija no era directa como siempre solía ser. —Dime qué está pasando, me asustas.

—Lo escuché hablando en sus habitaciones con Otto y Alicent, ella espera un hijo de padre.— soltó.

—¿Qué tontería es esa?, ¿Tu padre?, ¿Cómo...?— el rostro de la mayor poco a poco se llenaba de incredulidad, mirando de un lado a otro intentando pensar si lo que escuchaba era real.

Viserys, el hombre con el que llevaba casada tantos años y por el cual había dejado su hogar, sacrificado su salud y casi muerto para satisfacer el deseo de un heredero varón, yendo a acostarse con una chiquilla que bien podría ser su hija cuando ella convalecía en una cama. ¿Era capaz?, Después de darle todo de si y entregarle a una perfecta hija, su amor y vida tuvo el descaro de meter a su lecho a alguien más... A alguien que de buenas a primeras quedó en espera de un bastardo cuando ella sufrió tanto en todos y cada uno de sus múltiples embarazos.

—¿Estás segura?.— preguntó con la infima esperanza de que todo esto no fuera algo más que una pesadilla.

—Lo siento madre.— le dijo Rhaenyra sujetando sus manos que ya habían comenzado a temblar.

—Hah...— una exhalación pesada salió desde sus pulmones antes de que su espalda se doblara hacia el frente y su llanto se desatara como un torrente incontrolable.

Su hija la abrazó protectoramete y esta vez fue su turno de consolarla con suaves caricias, por primera vez en su vida Aemma Arryn se arrepintió de su matrimonio y todo lo que perdió en él. Se aferró a su hija como un náufrago a la orilla, ella, ella era lo único que le quedaba ahora que Viserys había denostado su honor. Era la Reina pero no creía ser capaz de ver a su esposo a los ojos nuevamente, ¿¡Cómo había podido cometer tal traición en el lecho que compartió con ella cuando aún respiraba!?.

Aemma, una dama Arryn con sangre Targaryen fluyendo en sus venas, siendo remplazada por una mocosa Hightower que tuvo el descaro de pasearse del brazo de su hija como su supuesta amiga, aquella a quien ella misma no dudó en extender sus afectos y empatía por la perdida de su madre se metió en la cama de su esposo seguramente esperando su muerte y ahora esperaba un vástago de Viserys.

Pronto los Siete Reinos se enterarían de la traición, si sucedía ese pecado sería cobrado duramente con la cabeza de la joven en una lanza. Tal pensamiento no le dio ni un poco de consuelo a Aemma, aunque una parte de ella gritaba que no debía importarle el destino de esa ramera y su hijo... Ella sabía en el fondo que jamás se perdonaría por tan horrendo acto.

Con amargura pensó que no podía culpar a Viserys por desear a alguien que pudiera darle todos los hijos que siempre quiso y Alicent simplemente esperaba que ella muriera para poder reemplazarla, pero tal parecía que Aemma no sucumbió tan fácilmente y ahora ella podría enfrentar una muerte horrible junto a su bastardo o quizá, si se le otorgaba clemencia y discreción una vida de exilio a merced de peligros y desventuras lejos de Westeros. No importaba como fuesen las cosas, al final ella había sido agraviada y nada, ni las penas de una muchacha ambiciosa o un bebé inocente le regresarían lo perdido. Ella no sería el objeto de lástima de todo el Reino, su honor y orgullo no le permitían pasar un minuto más siendo rebajada de tal forma.

—Pide que venga el Maestre inmediatamente.— le dijo a Rhaenyra con la voz ronca por el llanto.

Su hija se puso de pie, soltándola y observando inquieta como sacaba un pañuelo impecablemente bordado de su manga para limpiarse el rostro. —Anda, pide a Mellos que venga.

Con esto dicho Rhaenyra se secó el rostro, arregló su cabello y ropa y salió de la habitación, dejándola sola.


A Mother's Lulluby Where stories live. Discover now