Cincuenta y Uno.

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-Ya pasó nena, tranquila.- susurraba acariciando mi cabello.


Seguía llorando en silencio en el pecho de Michael, que no sabía cómo consolarme.


-Ya estoy aquí, estás bien.- dijo.


Me incorporé lentamente, e inhalé aire, intentando dejar de llorar. Lo miré, y en sus ojos pude ver una mezcla de tristeza y enojo. Nos miramos un par de segundos, mientras Michael jugaba con sus manos.


-¿Quién era él?- le pregunté.


-No lo sé.


-Si lo sabes.


-No lo sé, ____.- dijo mirándome.


-Dijiste algo de un tal Kahler.


-Sí.


-¿Quién es él?


-Es...- suspiró.- Un estúpido alemán con el que Walter hizo un negocio, y Kahler no salió muy contento.


-¿Qué hizo?


-Dice que le debemos dinero, aunque no es cierto.


-¿Por qué no le pagan y ya?


-No son 50 dólares, ____.- dijo mirándome como si mi comentario fuera estúpido. Seguramente lo era.


-¿Cuánto dinero dice que le deben?


-Más del que puedo contar.- dijo echándose hacia el respaldo del sillón.- Ese es como el quinto imbécil que manda por mí.


-¿Quintó?- pregunté limpiándome una lágrima. ¿Cómo demonios seguía vivo?


-Sí, envía mucho estúpido.- rio a su propio chiste.


-Michael.


-¿Sí?


-Quiero ir a casa.


-¿Con tus padres?- preguntó y pude notar un tono de desilusión en su voz. No quería mirarlo, porque me haría cambiar de opinión.


-Sí.


-¿Por qué?


-Por que acaban de intentar matarme aquí, Michael.- le dije algo agresiva esta vez mirándolo. Me miró en silencio, sorprendido y molesto por el tono que acababa de usar. -Quiero ir a casa.- dije con un tono más calmado.


-No puedo dejar que te vayas.


-¿Por qué no?

Testigo. [Michael Clifford] EDITANDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora