Epílogo

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Di una pasada más a la barra, dejándola brillante

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Di una pasada más a la barra, dejándola brillante. El bar estaba prácticamente vacío y la luz entraba con fuerza a través de las ventanas, tanto, que habíamos decidido bajar ligeramente las persianas, creando un ambiente fresco en el interior, pero decorado con salpicones agresivos de sol.

No esperábamos más gente, ni tampoco se la necesitaba. Hoy era un día distinto y todos los nervios que se acumulaban dentro de mí necesitaban salir, dejando impoluta cada superficie que tuviera a mi alcance y lanzándome miradas nerviosas con Mapi, que dejaba temblar a su pierna arriba y abajo sin parar. Jana también estaba emocionada, se mordía el labio y se perdía en medio de las conversaciones.

Llegar hasta ese momento no había sido fácil. Me había costado reunir el valor suficiente para acercarme a The Elf Bar y hablar con Fernando. Por suerte, Rocío me había cogido la mano, la había apretado y todo se volvió más simple.

Tampoco lo fue para las demás. Alexia se marchó sin previo aviso, confirmando los rumores que ellas mismas habían descartado por inverosímiles. Se había explicado, pero no para todas había sido igual de comprensible o apropiado en el momento, con un contrato ya firmado de por medio.

La afición no lo tomó bien. Se oyeron pitidos en las gradas por parte de su propia gente cuando el Barcelona se enfrentó al Chelsea en los cuartos de final. Ganó también enemigos entre los seguidores de los blues cuando tras la derrota respondió a la periodista: «Ha ganado el mejor equipo del mundo» con una sonrisa en la cara.

Fue difícil de explicar. Se especuló mucho. Que pedía demasiado dinero, que se le había subido a la cabeza, que había grandes rivalidades dentro del vestuario y que se le había propuesto desde sus propias compañeras que diese un paso a un lado. Tampoco fue fácil cuando salió la entrevista, la única que concedió, para desmentir los rumores. Dijo que había sido una decisión por anteponer a alguien más antes que a sí misma.

El Chelsea estaba deseando que el contrato terminara, por muy buenas actuaciones que estuviera teniendo en la liga inglesa. Alexia Putellas nunca había sido su jugadora, sólo vestía con la camiseta equivocada. Y Joan, reacio en un principio a entender que su jugadora más disciplinada había tomado una decisión motivada por algo fuera de lo profesional, también deseaba que comenzara la nueva temporada.

La campanita de la puerta sonó, un tintineo que puso de punta hasta el último vello de mi piel. Una chica rubia con gafas de sol y gorra de color blanco dejó caer la puerta para que el propio peso de la misma la cerrara y escaneó el establecimiento con la mirada.

Estaba lejos. Su campo de visión desde la puerta no era el mejor y probablemente no pudiera verme. Pero yo a ella sí. Y la miraba.

Nos habíamos visto muchas veces desde que tomé el vuelo de vuelta a Barcelona. Y había cumplido con creces su palabra. Había estado más cerca que nunca. Todas las noches había sido la última persona que veía, la última con la que hablaba y la primera a la que llegaban las buenas noticias, la primera en conectarme a sus partidos, en identificarla en la televisión entre todas las mujeres vestidas de azul, la primera que saltaba de nervios cuando un balón le llegaba a los pies.

Sería capaz de renunciar a todo - Alexia PutellasWhere stories live. Discover now