Capítulo 13 - Manchado sin azúcar

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Alexia

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Alexia

Mía se adentró en su piso con rapidez y se dejó caer en el sofá. La seguí con vergüenza, sintiendo como si estuviera haciendo algo mal a pesar de que ella misma me había dicho que entrara.

Cerré la puerta detrás de mí. Era un piso acogedor, con grandes ventanas y mucha luz. Los muebles estaban bien elegidos, con colores complementarios y los espacios bien aprovechados, llenos de color y recuerdos.

Ella subió sus pies al cojín del sofá y abrazó sus rodillas. Sus ojos seguían hinchados y cada vez que los miraba sentía un nudo en el estómago. No sólo ante la posibilidad de poder tener algo que ver sino también por no saber cómo abordarlo o solucionarlo para ella. Decidí no mirarlos más por mi propio bienestar.

Tomé asiento en uno de los sillones individuales que quedaban frente a ella, con la ventana y la luz a mi izquierda. Mía suspiró y dejó caer sus pies descalzos de nuevo en el parqué.

—¿Quieres algo de beber? —Me ofreció sin mirarme, amagando con levantarse de nuevo.

Negué con la cabeza y ella simplemente volvió a su posición inicial. Nos mantuvimos en silencio por unos segundos y sin mirarnos. El ruido del tráfico tensionaba todavía más la atmósfera.

—No debería haber venido —Me puse en pie—. Lo siento mucho.

—¡No! —exclamó con la mano extendida hacia mí—. No has hecho nada mal. Soy yo que no he tenido un buen día —suspiró—. O bueno, una buena semana.

Volví a sentarme.

—¿No se te hace raro entonces que esté aquí? —Fruncí el ceño.

Ella sonrió de medio lado.

—Mucho —rio sin ganas—. Pero no quiero que te vayas.

Me tensé al instante. ¿Qué significaba eso? La observé con detenimiento. Estaba pasándolo realmente mal. No quería estar sola y eso era totalmente comprensible. No debía pensar más allá de eso, no debía permitírmelo.

Quería preguntarle qué había pasado. Quería que ella se desahogara conmigo y poder hacer que se sintiera mejor de alguna manera, ¿pero estaba nuestra relación en el punto en el que yo era alguien con esa potestad en su vida?

—Me pasé por el bar un par de veces esta semana —Vi cómo apretaba los labios y llevaba los ojos a la ventana. No estaba cómoda, pero sentía la necesidad de explicarle qué estaba haciendo en su casa—. Estaba un poco preocupada por ti.

—Siento haberte preocupado. Necesitaba un descanso.

No me iba a explicar. La entrevista habría ido mal, lo más probable y se había venido abajo. Era la idea que había estado en mi cabeza desde el primer momento, la única que no me hacía el centro de su vida. Pensar que aquello era por mí quizás era un poco egocéntrico. Yo era la que estaba teniendo pensamientos más allá de unas risas con la camarera en la barra de un bar y tenía que tenerlo presente.

—¿Qué necesitas? —pregunté después de un tiempo—. ¿Te escucho, te ayudo a buscar una solución, hacemos algo juntas que te distraiga o estoy aquí contigo aunque cada una esté por su lado?

Sus ojos se clavaron en los míos completamente sorprendidos. Su boca se abrió para decir algo cuando se incorporó en el sofá, pero el timbre sonó de nuevo, interrumpiéndonos. Cogió de otra vez los veinte euros que había dejado sobre la mesa de café y se apresuró a abrir la puerta.

El repartidor dejó un par de bolsas en sus manos y se despidió amablemente después de devolverle la vuelta. Me levanté para ayudarla con la comida.

—¿Quieres un plato? —pregunté con las manos apoyadas sobre la encimera.

—Por favor —respondió—. Están en el armario, sobre el fregadero.

Asentí a sus palabras y abrí las dos puertas de madera, pintadas de color crema. Saqué uno de los platos de su sitio y lo puse de nuevo sobre la encimera. Ella desenvolvió la hamburguesa y la colocó sobre éste.

—No puedo dejarte sin nada mientras yo como —Me miró preocupada.

—No te preocupes. Ya he comido, de verdad —Le aseguré.

—Tengo un poco de café hecho. Todavía debería llegar para una taza o dos. Dime cómo te gusta.

Me sonrió y no pude negarme. Le devolví la sonrisa y la acompañé hasta la vitrocerámica, donde ella puso de nuevo la cafetera italiana al fuego.

—Manchado. Sin azúcar.

Ella rio y yo fruncí el ceño.

—Lo siento —Se disculpó dejando de reír sin mucho éxito—. Una parte de mí estaba deseando que lo pidieras con crema, chocolate y nata montada.

—¿Porque no me pega nada? —Le pregunté añadiéndome a su diversión.

—Ni lo más mínimo.

Se dio la vuelta para mirarme directamente. Se quedó muy cerca de mí a pesar de que yo estaba apoyada en la isla. Me había vuelto a envolver su aroma y maldije porque ese hecho me hubiera hecho sentir vértigo. Dio un paso a un lado al notar que nuestros cuerpos estaban prácticamente rozándose.

—Yo me ocupo de esto. Ponte a comer que se te va a enfriar la comida.

—No seas tonta —Mía sacó del fuego la cafetera y tiró casi todo el contenido en una taza oscura. A continuación, tomó de la nevera el cartón de leche y echó un pequeño chorro sobre el líquido—. Manchado sin azúcar —dijo mientras me lo entregaba.

Tomó su hamburguesa y las bolsas de patatas y aros de cebolla hasta la mesa de café. Me fijé entonces en que no había otro lugar donde comer. Era un piso bastante pequeño y por algún motivo eso me encantaba. Los sofás estaban apenas a dos pasos de la isla de la cocina y ésta misma era lo único que separaba la estancia del salón.

Me senté de nuevo en el lugar que me había asignado nada más entrar y vi cómo comía la primera patata.

—No soy tan seria, ¿sabes? Por mucho que me guste así el café.

—Es bueno saberlo —Me guiñó un ojo para después darle un mordisco a la hamburguesa. Di un sorbo al café. Esa respuesta me había hecho sentir el vértigo de nuevo. Menuda idiota—. Me sorprendió mucho lo que dijiste antes, cuando sonó el timbre —La animé a que continuara con la mirada—. No sé, fue perfecto. Cubría todo lo que podía necesitar y nunca me lo había planteado así.

—Mi hermana me lo dijo una vez y tuve la misma sensación —reí—. Y ahora lo he usado contigo.

Se quedó en silencio por unos segundos y supe que hablaría. Se la veía más calmada, relajada a mi alrededor.

—Marc me ha dejado.

He decidido poner ahora musiquita a la que me recuerde la vibe del capítulo porque nunca es suficiente

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He decidido poner ahora musiquita a la que me recuerde la vibe del capítulo porque nunca es suficiente. A mí me ayuda mucho leer libros de estos que el autor te hace un playlist para que lo sientas todo mucho más.

Abur!

Sería capaz de renunciar a todo - Alexia PutellasWhere stories live. Discover now