Capítulo 11 - ¿Qué haces aquí?

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Alexia

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Alexia

Definitivamente me había vuelto loca.

Todavía estaba a tiempo de irme. Nadie me había visto. Me daba la vuelta sin más y cogía el coche hasta mi casa otra vez. La posibilidad se repetía en mi mente, tentándome, intentando ser mayor que la preocupación sin éxito mientras mi mano derecha se acercaba al botón del timbre.

Hacía más de una semana que no sabía de ella. No había respondido más después del mensaje directo, pero lo que más me había preocupado fue no verla ninguna de las veces que me había pasado por el bar. Me sabía sus turnos de memoria. No tenía sentido.

Miles de posibilidades habían estado rondándome la cabeza durante días. Y una que sonaba muy alto era que aquella noche la hubiera hecho evitarme. Una posibilidad que me hacía ver completamente idiota esperando a que su voz apareciese en el interfono.

Prefería que me lo dijera a la cara, claro que sí, pero venir a su casa era invasivo, quizás pasarse de la raya. Este pensamiento hubiera ganado sin duda y yo no estaría aquí de no ser por haberme pasado una última vez esperando verla en The Elf Bar.

Maite secaba colocaba varios vasos despreocupadamente cuando me acerqué hasta la barra. Silbaba melódicamente y movía las caderas con su propia canción cuando vio mi sombra proyectarse frente a ella. Dejó todo lo que tenía en las manos y se giró hacia mí con ambos brazos sobre la barra.

—¿Qué te sirvo, cariño?

Llevaba puesta la capucha de la sudadera y unas gafas de sol, aprovechando el entretiempo que había dejado el caluroso sol que le dio por aparecer ese día en Barcelona.

Vi cómo me miraba, expectante a que descubriera mi rostro y la mirase directamente, con educación. Y lo hice.

—La jugadora del Barça —Pensó en voz alta dedicándome un trato más familiar— ¿Has venido sola?

—En realidad quería preguntarte por Mía.

Respondí atropelladamente. Había practicado esa miseria de frase miles de veces de camino al bar, tratando de soñar lo menos perturbadora posible y viendo ahora que había sido sin demasiado éxito.

—¿Mía? —Miró a su alrededor y señaló hacia el suelo— Mía, ¿nuestra Mía? —Asentí con la cabeza y ella me miró visiblemente confusa— Hace varios días que no viene. Se pidió todos los que tiene para el año.

Ahora fui yo quien frunció el ceño.

—¿Sabes por qué?

Tenía claro que las preguntas que estaba haciendo a Maite no le estaban resultando en absoluto normales. Me miraba varias veces, en silencio y me analizaba antes de responder y después, como tratando de cuadrar en su mente lo que estaba ocurriendo y el porqué.

—No —Rascó su cabeza con la mano derecha y volvió a apoyarla sobre la mesa— Y la verdad que es algo que me tiene preocupada —Carraspeó— Lleva un tiempo trabajando aquí y es la primera vez que la veo hacer algo así. Ni siquiera me dijo si se iba de viaje a algún sitio, simplemente apareció, pidió a Fernando los días y se fue sin más.

No tenía muy claro que podía decir a aquello. Estaba desubicada, confundida y también preocupada. La necesidad de evitarme no debería ser tal como para abandonar su trabajo o, al menos eso me parecía a mí.

Siguiendo con su análisis y visiblemente intrigada al no disponer de ninguna pista que seguir sobre el paradero de su compañera y el motivo de su desaparición, Maite optó por utilizarme para avivar las cosas y sacar más conclusiones sin saber que también estaba poniendo en mi mano la posibilidad de terminar con toda mi ansiedad.

—Te puedo dar su dirección, si quieres, por si está en casa —Me comentó sacando boli y papel— La verdad es que me has dejado un poco preocupada.

No había parado en casa. Nada más salir del establecimiento había buscado la manera más rápida e inteligente de acercarme y había hundido el dedo en el botón, esperando ser más rápida que el miedo y probablemente el sentido del ridículo.

Su voz no apareció, pero su puerta cedió al peso de mi brazo con una sonora vibración.

«Genial» pensé. «Ahora podrá echarme de su casa a la cara»

Cargué la bolsa que llevaba a la espalda y subí con cautela los dos pisos que me separaban de su puerta, llegando a los últimos peldaños en el momento en que su puerta se abrió.

Sus ojos fueron lo primero que captó mi atención, como siempre, pero de una manera diferente. Estaban marcados, hinchados y rojos. Sus labios estaban más oscuros y sus mejillas enrojecidas.

Estaba todavía en pijama a pesar de haber pasado ya un par de horas del mediodía. Su pelo estaba alborotado y frente a mí sostenía un billete azul de veinte euros.

Sus ojos negros (y ahora rojos) me observaron de arriba a abajo y yo volví a bajarme la capucha y quitarme las gafas. Dejó caer su brazo al lado de su cuerpo, llevándose con ella el billete.

—¿Qué haces aquí?

Aún sin haberlo preguntado en un tono diferente al que podría hacer utilizado en cualquier otra ocasión, su pregunta me hizo tragar saliva. La había cagado, seguro que la había cagado.

—Maite me dio tu dirección, espero que no te haya molestado —respondí con un hilo de voz. Mía dejó caer los hombros— Puedo irme, si quieres.

—No —respondió simplemente. Rápida, pero tranquila. Se la veía realmente decaída y eso sólo aumentaba mi preocupación, incluso si el motivo podía ser yo— Estaba esperando una hamburguesa —Me dijo volviendo a enseñarme el billete con una sonrisa falsa de medio lado—. ¿Quieres pasar?

Sería capaz de renunciar a todo - Alexia PutellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora