Amándonos

118 10 4
                                    


—¡Ven aquí!

Me toma de las manos para que me de la vuelta y me acomode sobre sus piernas, uno desnudo sobre el otro. Más juntos que nunca. Más únicos y unidos de lo que alguna vez pensé tener con un extraño que por otro lado, es prácticamente lo que él es para mi.

—Me gusta como hueles —le abrazo fuerte.

—Quiero que me escuches —acerca nuestros rostros para bajar sus manos a acerme cosquillas con sus dedos en mi cintura —. Las cosas malas no se olvidan, nunca. De ellas se aprende y se evitan en el futuro. No tienes que olvidarlo, solo selecciona en qué parte de tu memoria archivos estas cosas que te duelen y ponlas en un camino por el que nunca más pases. Eso te ayudará más que intentar olvidar algo que no se olvida.

—La memoria puede ser muy cruel, Ezio.

—Y tú eres fuerte. Puedes combatirla —me besa un hombro —, exigir qué quieres mejorar dentro de ella y que no — me besa el otro —. Puedes usar tus recuerdos negativos para fines positivos y cambiar tu vida, Mell...esconderse no es la solución ni dentro de tu propia mente. Hoy te habría defendido de él. Voy a busca la forma de hacerlo pero no quiero volver a verte asustada hecha un ovillo en el suelo a los pies de nadie. No uses ese recuerdo de tu pasado justamente ese...para hacerlo parte de tu presente. Defiéndete y busca ayuda. Yo voy a ayudarte.

Las lágrimas salen de mis ojos sin avisar. Nunca nadie me había hablado así, me había hecho sentir tan diferente. Jamás he tenido quien pelee por mi o me insipire a hacerlo.

—De todo lo que puedes elegir ser, no seas la chica a los pies de nadie —me seca las lágrimas y besa mis párpados húmedos —. Ni siquiera a los míos que nunca te haría daño.

—Sería maravilloso haber podido estar a los tuyos —hablo sin querer.

La manera en que me trata me pone ñoña. Nostálgica y me provoca ilusiones que nunca me había planteado.
Yo crecí aceptando lo que me impusieron y me acostumbré a no soñar pero hoy, aquí en sus brazos pienso y sueño que si hubiese podido elegir, habría sido un placer estar a sus pies, aunque fuera como una amante pero Mauro es una herida que nunca sanará.

—No Mell, no lo sería —replica con un tono tan bajo que parece un rezo —. Tú tienes que estar a mi altura o incluso por encima de mí porque lo que tu has superado yo no lo he hecho, no me ha tocado vivir algo así y tampoco soy tan perfecto como imaginas. Necesitas mejorar esa autoestima y elevar tu corazón hacia ti misma. Eres mucho más que un conejito asustado.

—No puedo enamorarme de ti, Griego mandón —intento sacarnos del momento intenso.

—Amar nunca está de más. Siempre te va a servir de algo aunque sea no correspondido, corto o imposible...incluso así, amar es la mejor parte de vivir.

Sabedor de que sus palabras son pronunciadas de forma enigmática y sospechosa, me ataca la boca como si llevara mucho rato queriendo hacerlo y no aguantara más. Se lanza a mis labios con desesperación y pronto estamos uno sobre el otro, encima de la cama empapados en agua y gimiendo de placer.

(...)

—Me encantas...

Está sobre mi, me mantiene boca acabo y gatea sobre mi cuerpo pasando su nariz por mi piel, pronunciando palabras que me hacen estremecer y dejando sus labios impresos en mi espalda...me encanta también. Pero no se lo digo. Me dejo llevar, disfruto y jadeo de placer.

Esos me encanta son palabras que nos mantienen a salvo de amarnos, confesiones que se mantienen a rayas porque no es momento de pronunciar una declaración de amor cuando todo es disperso a nuestro alrededor y tenemos los días contados.

—Dime cuánto me deseas —ordena tomándome del pelo y llevando mi boca a la suya, me duele el cuello por la postura pero muerdo sus labios llenos.

—Mucho, Ezio. Te deseo muchísimo. Como siempre que me tocas.

Sonríe y me besa con calma, metiendo su lengua en mi boca y jugando a descubrir nuevos caminos para hacerme gemir. Le devuelvo el beso con igual pasión. Es un hombre que me encanta, me pone a sus pies y me hace sentir enloquecida de amor. Enfebrecida y obediente. Se entrelaza entre mis piernas con sus ansias y le recibo ávida de más.

Mis palabras le encienden y entonces baja por mi cuerpo hasta el espacio entre mis piernas, mete las manos bajo mi vientre y me levanta con un grito cuando hunde su boca en mi sexo que se abre ansioso de recibirlo.

Me muevo contra su boca haciéndole saber que me gusta que no sea un amante paciente, que quiero que me haga suya con lujuria.

Pongo mis manos entre mis cabellos y tiro de él, exigiendo con ese gesto de desperación que venga a por mi cuerpo, que me tome del todo. Que me toque más allá de eso.

—Tómame, Ezio —suplico entre gemidos provocados por su lengua —. Por favor, hazme tuya.

—Ahora, quiero saborearte primero.

Me pongo a cuatro patas incapaz de quedarme quieta. Él mete dos dedos en mi y yo muerdo una almohada bajo un grito desesperado.

Me roza el clítoris con su pulgar y me dejo ir, me voy bramando su nombre y entonces sí le recibo dentro.

—¡Dios, si! —gimo cuando se hunde en mi.

—Ay, por favor. Como me gusta esto. Sabe tan bien —se inclina sobre mi y busca mis pechos, los amasa en sus manos y me incorporo buscando profundidad en la prnetración.

Llevo mis manos a su pelo y consigo su boca. Nos besamos sin parar de deambular dentro del cuerpo del otro. Movernos hasta que la fricción se vuelve una locura y los gemidos interminables.
Mordemos, gritamos, apretamos y volvemos a exigir más, con un beso detrás del otro. Es exquisito y no puedo parar. Él tampoco se detiene. Nos entregamos de una forma hunda, nueva y lenta. Ninguno reprime al otro y poco a poco enloquecemos de éxtasis.

Luego estoy en la cama, le tengo encima y cuando le abrazo con mis piernas que encajan en sus caderas perfectas, murmura contra mis labios...

—Ahora quiero que nos amemos con mucha calma —me besa rápido —. Que te entregues sin límites a mí. Tómame y déjame tomarte.

—Aquí me tienes, dispuesta y tuya.

Sube mis manos por encima de mi cabeza y entrelaza los dedos con los míos, me devora la boca y se aleja saliendo casi de mi, luego se impulsa otra vez  me penetra haciendo que me mueva bajo su fortaleza y resbale por las sábanas...pero lo hace tan lento que es casi una tortura. Es exquisito y brutal la forma en que me hace sentir.

Cada movimiento, cada beso, las palabras que me siembra en la piel, los murmullos por mis oídos y la posesión pausada con que me toma, esas son las sensaciones más sublimes que nadie me ha provocado nunca. Estoy perdida e irremediablemente enamorada de él.
Lo sé y aunque no lo digo, entiendo que estamos amándonos más allá de lo que alguna vez nos planteamos.

—¡Mía, Mell...voy a hacerte mía siempre!

No le contradigo y sostengo en mi placer la ilusión de que así sea pero en el fondo disfruto lo que dure porque sé, que nada en mi vida es para siempre...Al menos nada bueno.



Señor Griego Où les histoires vivent. Découvrez maintenant