La pasión

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¡Dios mío!

Es él. El mismo que lleva horas mirándome bailar. Sentí sus ojos sobre mi cuerpo con una necesidad urgente. Deseándome. Queriendo hacer más que solo verme.
Ahora también pienso que puede que solo estuviera evaluando mi trabajo.
¿Y si sabe que escondo algo?
¿Y si me descubrió ya y pretende denunciarme y vuelvo a los brazos de Mauro?

—¿Vas a quedarte ahí pasmada toda la noche?

Su voz me sobresalta. Hace que me sienta nerviosa y ansiosa al mismo tiempo. Está completamente vestido, cosa que me tranquiliza. Pero parece nervioso también, no sé por qué lo noto pero lo hago. Es algo que percibo.

—Disculpe, señor —salgo de mi aturdimiento y carraspeo alzando los hombros y creo que gruñe ante mi gesto —.¿Dónde quiere que me ponga?

Un sonrisa felina me indica que mi pregunta le ha llevado a terrenos a los que no me refería en absoluto. Intento devolverle otra pero mis nervios me hacen hacer una mueca adusta.

—¡Ven! —ordena y obedezco.

Hay un punto de sumisión en mis pasos y otro de dominación en sus gestos.
Cuando estoy delante de él hace algo que no esperaba: me quita la peluca negra y el pelo oscuro cae por mis hombros, no hay mucho cambio salvo en que la prótesis era cabello rizado y el natural liso.

—En la mañana tenias un color dorado —contengo la sorpresa —.¿Por qué ahora es oscuro?¿Escondes algo?

—No señor —contestó nerviosa —. Solo me he cambiado el color del pelo y la peluca me la colocó Mónica.

Le miento a medias. Es cierto que la encargada me puso peluca y dijo que todos los días cambiaría los colores para encantar a los turistas.

—Dime tu nombre. El real...no mientas. Odio eso.

No sé que decir. Se ha sentado en la esquina de la cama, me mira desde abajo y estoy parada entre sus piernas abiertas nerviosa al borde del tembleque.

—Mell —la obediencia con él me sale sola. No entiendo por qué —. Pero el nombre que figura en el contrato es Martha. Me gusta que me llamen Mell mis amigos.

—¿Consideras que somos amigos?

—No, señor, no. Lo siento yo...

—Me gusta, Mell —pasa un dedo índice por la cara externa de mi muslo —¿Por qué te pones tan nerviosa en mi presencia?

—No lo sé, señor.

—No me llames señor que me vuelve loco —me sorprendo de la forma en que me habla.

—No sé como hacer otra cosa.

Es el jefe y de cierta forma un cliente. No puedo decirle de otro modo. Ni siquiera le conozco aunque la forma en la que hablamos y nos miramos indique otra cosa.

—Es como un juego erotico, como el típico jefe con la secretaria de amante...me hace tener ganas de...—detiene su verborrea él mismo cuando nota lo que intenta decir —.Solo Ezio. Llámame así.

—No me parece correcto, señor.

—No importa lo que te parezca y quiero que sepas que a riesgo de que me acuses de acoso laboral —habla de prisa y se yergue de pronto —, te deseo desde que puse mis ojos en tí y quiero saber que tengo que hacer para tenerte. No voy a engañarte y no pretendo erotizar el momento pero la forma en que te muerdes los labios —pasa su pulgar por ellos y lo mete dentro de mi boca que lo recibe caliente y gustosa —, me confirma que también me deseas. Mira tus pechos y dime que no están así por mí.

En algún momento de mi asombro y mutismo, él se acerca un poco más , da hacia adelante los mismos lentos pasos que yo doy hacia atrás y terminamos contra la pared. Yo mirando sus ojos y él los míos. Locos de deseo. Ambos.
Es un error, lo sé y creo que él también pero no puedo resistirme a él.
No quiero hacerlo y desde que le vi solo he deseado que me toque el cuerpo con el suyo, como lleva horas haciendo con sus deseosos ojos.

Sus manos no me tocan, sin embargo  permanecen abiertas delante de mis pechos y son sus pulgares los que ahora rozan mis pezones y tengo que cerrar los ojos, abrir la boca para respirar mejor y susurrar extasiada...

—Por favor...

—Por favor,¿ que? ¿Sigo o paro?

—Te lo suplico.

No sé lo que estoy haciendo ni diciendo. Me siento borracha de él, mareada de su imponente presencia y creo que haberme sentido tan deseada por él durante toda la noche me ha condenado a lo mismo y saber que directamente me ha dicho que me quiere hacer suya, me hace querer decir lo mismo y termino suplicando que no pregunte más y tome lo que quiera.

—¿Qué me suplicas?

–Que sigas...

Las últimas veces no ha sido así. Me han obligado a tener sexo, a desear lo que en realidad no deseaba. Lubricándome con cosas que no conseguían hacerme desear nada más que morir.
Pero él, con él es natural. Automático. Como si hubiera nacido diseñada para ansiar ser suya y quiero seguir. No voy a parar, quiero que me tome y si me echan del barco luego, por acostarme con el jefe. Mejor...al menos estaré en tierra, libre de engaños y lejos de Mauro.

—Bésame —exige tomando mi cuello entre sus enormes manos e inclinando mi rostro hacia atrás.

Por primera vez alzo las manos, las pongo en su torso y siento bajo mis dedos lo fuerte que es, lo poderoso de sus músculos y abro la boca para recibirle...entonces me besa. Me besa y me sigue besando.

Su lengua se enreda con la mía y me fascina la suavidad con que sus labios devoran los míos. La manera extraña de rugir en mi boca y la pequeña dosis de violencia que le pone a la manera en que me empuja contra su pecho, tropezando con los míos y gimiendo de lujuria cuando la voz de una mujer irrumpe entre nuestra lasciva manera de comportarnos y me doy cuenta de que hay alguien más en la habitación.

—¡Maldita sea...!






Señor Griego Where stories live. Discover now